Obras Maestras del Postimpresionismo: Cézanne, Van Gogh y Gauguin
Naturaleza muerta con frutero: Una obra maestra de Paul Cézanne
Autor: Paul Cézanne
Fecha: 1879-1882
Estilo: Postimpresionismo
Material: Óleo sobre lienzo. 18 1/8 x 21 5/8
Localización: Colección del Sr. y la Sra. René Lecomte, París
En esta obra, Cézanne retorna a la tradición en sus contornos y realiza un estudio muy profundo de la sombra. El color es maravillosamente suave y rico dentro del estrecho margen que se maneja en la pintura. Estos colores diferencian cada objeto: el frutero, las manzanas, la copa con agua, etc., proponiendo diferentes puntos de vista sobre ellos.
En esta pintura, Cézanne maneja el paso de la luz, que finalmente se refleja en las sombras, diferentes en cada objeto. Recrea de forma más palpable la textura de la pintura: la opacidad, la transparencia, la atmósfera y la existencia de la superficie pictórica en el adorno de la pared. También varía las posiciones, colores y contornos de la fruta, queriendo plasmarlos tal como él los percibía.
La habitación de Arlés: La expresión de la soledad en la obra de Vincent Van Gogh
Autor: Vincent Van Gogh
Fecha: 1888
Estilo: Postimpresionismo
Material: Óleo sobre lienzo
Localización: Museo d’Orsay, París
En La habitación de Arlés, Van Gogh utiliza una perspectiva extraña e inexacta, pero con capacidad real para sugerir la profundidad, y un colorido estridente, sin apenas tonalidad. La sensación que el cuadro produce es de malestar, provocado por la oscilación de los objetos y la elección de los colores, aunque Van Gogh pretendía todo lo contrario, según se desprende de las palabras que, a propósito de la obra, escribe a su hermano Theo: “Se trata simplemente de mi dormitorio; por lo tanto, solamente el color debe hacerlo todo… sugerir sueño o reposo en general. En fin, la visión del cuadro debe hacer descansar la cabeza o, más bien, la imaginación… la cuadratura de los muebles debe expresar el descanso inmóvil”.
En su obra, los objetos adquieren un valor simbólico, como ocurre con los cipreses o los girasoles. Sin embargo, en esta etapa predominan las sillas desocupadas, los objetos abandonados, las habitaciones vacías, probablemente un símbolo de su soledad y de la búsqueda de un ideal imposible, como lo demuestra el fracaso de su intento de formar una colonia de artistas.
En lo estilístico, cabe destacar la factura empastada y una pincelada vibrante, aunque sin llegar a las pinceladas llameantes y arremolinadas de su última etapa, como en La noche estrellada.
La visión después del sermón: La ruptura de Paul Gauguin con el Impresionismo
Autor: Paul Gauguin
Fecha: 1888
Estilo: Postimpresionismo
Material: Óleo sobre lienzo. 73 x 93 cm
Localización: Galería Nacional de Escocia, Edimburgo
La visión después del sermón es el cuadro que marca la ruptura definitiva de Gauguin con sus inicios impresionistas y supone, además, la superación de la visión realista del mundo. Para alejarse de París y de lo que él creía el mundo agotado del arte aburguesado, se trasladó a Bretaña, una de las zonas entonces más aisladas de Francia, en la que se mantenían tradiciones y formas de vida ancestrales que en otras partes habían sido sustituidas por el modo de vida urbano.
También siente curiosidad por el arte de pueblos africanos, por las toscas tallas de las zonas rurales o las ingenuas imágenes de la devoción popular que encuentra en Bretaña. Esta búsqueda de lo primitivo, de lo que el hombre ha perdido al “civilizarse”, es lo que le llevará a instalarse en Tahití.
En este caso, Gauguin hace su versión completamente personal de un cuadro religioso. La escena se desarrolla en las puertas de la iglesia, donde un grupo de mujeres bretonas, ataviadas con sus vestidos tradicionales, impactadas aún por las palabras del sermón dominical, contemplan en un prado cercano una escena bíblica: la lucha de Jacob y el ángel. Jacob había engañado a su padre, Isaac, para lograr la primogenitura frente a su hermano Esaú, por lo que fue condenado a vivir temporalmente lejos de su madre, hasta que se reconcilió con Dios y con su familia.
En esta escena, Jacob lucha con el ángel de Dios, que le va a revelar su nombre, Israel, antepasado del pueblo judío. Aunque se trata de una escena religiosa, Gauguin la traslada al paisaje rural de la Bretaña. Intentó incluso donarla a la parroquia, aunque el cura del pueblo la rechazó por considerarla poco piadosa.
La obra es clave para entender las premisas de la pintura de Gauguin: el encuadre, con los rostros de las mujeres en primer plano, es insólito y denota la influencia de la fotografía. Los colores son planos, sin tonos ni matices, y se utilizan arbitrariamente, libres de toda relación con la realidad (el prado es rojo), creando un paisaje autónomo y fantástico, precursor del fauvismo.
El cuadro ya no es una representación, sino una creación, la expresión del mundo íntimo del pintor, de sus vivencias y sentimientos. El camino hacia el arte contemporáneo estaba ya abierto.