La Revolución Industrial en la España del Siglo XIX

La economía de algunos países europeos se transformó profundamente en el siglo XIX. España conoció importantes cambios económicos y sociales, pero no se industrializó plenamente. A finales del XIX, la agricultura seguía siendo la actividad más importante, la industria tenía un desarrollo limitado y era incapaz de competir con el mercado exterior.

La Industria

La industria textil catalana

Cataluña había iniciado un incipiente desarrollo de las manufacturas textiles a finales del siglo XVIII, incorporando las primeras hiladoras mecánicas. A pesar del freno que supuso la Guerra de Independencia y la emancipación de las colonias americanas, la industria textil catalana era el principal exponente de la industrialización en España en el siglo XIX.

El desarrollo de la industria textil estaba limitado por la escasez de carbón (fuente de energía para las máquinas de vapor) y la poca capacidad adquisitiva de los españoles, mayoritariamente campesinos expuestos a continuas crisis agrarias. Esta situación llevó a la burguesía catalana a exigir al gobierno medidas proteccionistas para evitar la competencia extranjera.

La siderurgia

La siderurgia se desarrolló en la segunda mitad del siglo, unida al desarrollo de la minería del hierro y del carbón. Los primeros centros siderúrgicos se establecieron a principios de siglo en Andalucía, pero utilizaron carbón vegetal y no sobrevivieron a la competencia de otras zonas que poseían carbón mineral. En torno a los yacimientos de hulla en Asturias se desarrolló la siderurgia asturiana, que mantuvo su primacía en España a pesar de la escasa calidad del carbón.

Vizcaya poseía una gran tradición de ferrerías desde la Edad Media. A partir de 1876, la llegada a Bilbao de carbón de coque galés permitió el desarrollo de la siderurgia en el País Vasco. Se creó un eje comercial entre Bilbao, exportador de hierro, y Cardiff, exportador de carbón. En las dos últimas décadas del siglo, la industrialización del País Vasco se había consolidado con la creación de grandes empresas como los Altos Hornos de Vizcaya, que incorporaron a finales de siglo la tecnología más avanzada para elaborar acero de gran calidad.

Los transportes y el comercio

La industrialización exigía el abaratamiento de los costes de transporte y la integración del mercado nacional mediante una rápida red de comunicaciones. Ello explica el importante desarrollo de las infraestructuras: tanto de carreteras (se pasó de 9000 km en 1845 a 40.000 km en 1900) como del transporte marítimo (ampliación de los puertos de Barcelona y Bilbao y creación de las grandes navieras vascas a vapor).

La lentitud y el retraso del proceso de industrialización estuvieron relacionados con las dificultades de crear un mercado interior. Estas dificultades vinieron por:

  • Los condicionamientos geográficos poco favorables.
  • Las trabas legales heredadas del Antiguo Régimen (gremios, impuestos de paso, tasas sobre el comercio, etc.).
  • La mala red de caminos y carreteras.
  • Y, sobre todo, la falta de demanda de los españoles.

El ferrocarril

La primera gran expansión del ferrocarril se realizó entre 1855 y 1866, con capital, tecnología y material extranjero, especialmente francés. La estructura radial, con centro en Madrid, dificultó las comunicaciones entre las zonas más industriales y dinámicas. A pesar del crecimiento de las relaciones comerciales, la balanza de pagos, a finales del siglo, seguía siendo deficitaria.

Los sucesivos gobiernos de España se debatieron entre políticas librecambistas, generalmente hasta 1870 (recordemos la regencia de Espartero y su intento de política librecambista y las consecuencias que eso tuvo), y medidas proteccionistas. Los librecambistas formaban un grupo menos definido, pero en general lo defendían los comerciantes y las compañías ferroviarias, que esperaban que la rebaja de los aranceles aumentaría el comercio y los transportes.

  • Debilidad del mercado interior por la escasa capacidad adquisitiva de los españoles.

La Demografía en la España del Siglo XIX

A lo largo del siglo XIX, la población española pasó de 10 millones a principios de siglo hasta los 18,5 millones en 1900. Este crecimiento fue consecuencia de la disminución de la mortalidad debido a varios factores. Por una parte, la población soportaba mejor las enfermedades porque paulatinamente iba mejorando la alimentación gracias al aumento de las tierras de cultivo y la introducción de nuevos cultivos como la patata o el maíz, que permitían paliar las hambrunas producidas por las malas cosechas de trigo. Otro factor fueron los avances en la higiene, cuidándose la limpieza de las ciudades e introduciendo el alcantarillado, pero también las medidas en el cuidado de los enfermos o en los hospitales (solamente el lavado de manos al atender a las parturientas o en las cirugías, redujo enormemente las muertes por infecciones). Las mejoras en la medicina fueron algo más tardías, con la aparición de las primeras vacunas.

A pesar de estos avances, en relación con otros países del norte de Europa, a finales de siglo, España mantenía tasas de natalidad (36 por 1000) y de mortalidad (30,4 por 1000) superiores a la media europea, fundamentalmente porque el crecimiento demográfico no se acompañó de un paralelo desarrollo económico. Sobre una población mal alimentada recaían con frecuencia epidemias de cólera, tuberculosis y fiebre amarilla, enfermedades relacionadas con la falta de higiene. Por lo tanto, siguen produciéndose crisis de subsistencia y epidemias (hasta 12 se contabilizaron en el siglo XIX) que explican que en la mayoría de España se mantenga un Régimen Demográfico Antiguo.

La población tenía una distribución desequilibrada, con un alto contraste entre la periferia litoral, cada vez más poblada, y el interior peninsular, con un crecimiento lento, a excepción de Madrid. Hasta mediados de siglo XIX, las migraciones del campo a la ciudad fueron de poca magnitud, consecuencia del escaso desarrollo industrial y del atraso agrario que obligaba a la mayor parte de la población a producir alimentos y quedarse en el campo. Este movimiento de población tuvo su mayor intensidad en Madrid, centro político, y en Barcelona y Bilbao, que estaban en pleno crecimiento industrial. En 1900, la mayoría de las ciudades españolas no alcanzaban los 100.000 habitantes. Sólo Madrid y Barcelona tenían poco más de 500.000 habitantes.