El Evangelio Según San Juan

Introducción

El Nuevo Testamento se abre con cuatro libros que llevan el mismo título: Evangelio. Son los más excelentes de toda la sagrada escritura porque constituyen el principal testimonio de la vida y la doctrina de Jesucristo. La palabra Evangelio significa buena noticia. Los cristianos la usan en primer lugar para designar el anuncio gozoso de la salvación realizada por Cristo. Cuando más tarde este anuncio fue puesto por escrito, se aplicó la palabra a los mismos libros que contenían el evangelio predicado. Así pues, los cuatro primeros libros del Nuevo Testamento se llaman Evangelios porque en ellos se nos transmite la palabra que predicaban los apóstoles, los cuales habían sido elegidos por Cristo.

Los tres primeros Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas) presentan un gran número de pasajes comunes, con bastantes coincidencias incluso al pie de la letra. Pero al mismo tiempo encontramos diferencias que llaman la atención. Ordenando su contenido en tres columnas paralelas se aprecian tantas semejanzas y diferencias con una simple mirada (sinopsis). Por eso esos tres evangelios se llaman sinópticos.

El cuarto Evangelio sigue un plan distinto al de los sinópticos. Juan trata en buena parte de completar e iluminar lo que los otros evangelistas no habían tenido en cuenta. San Juan no coincide con los Evangelios sinópticos, sino que precisa muchos detalles que los otros pasan por alto.

Vida de San Juan

San Juan era uno de los 12 apóstoles y el autor del cuarto Evangelio, de tres cartas católicas y del Apocalipsis. San Juan era natural de Betsaida, ciudad de Galilea. Sus padres eran Zebedeo y Salomé, y su hermano era Santiago el Mayor. Formaban una familia acomodada de pescadores que al conocer al Señor no dudaron en ponerse a su total disposición. Salomé, la madre, siguió también a Jesús con sus bienes en Galilea y Jerusalén, acompañándole hasta el Calvario.

Juan, junto con Andrés, había estado con Juan el Bautista a la orilla del Jordán, incluso había llegado a ser discípulo del Bautista, que al ver un día pasar a Jesús les dijo: “He aquí el Cordero de Dios”. Al escuchar esto, fueron tras el Señor. Desde este momento, San Juan sigue a Cristo para no abandonarlo y nunca más los Evangelios lo mencionan en la lista de los 12, siempre junto con su hermano Santiago. El amor apasionado de estos dos hermanos al Señor fue el resorte que les hizo reaccionar alguna vez contra los que rechazaban al Maestro.

Cuando unos samaritanos no quisieron recibirle, los hijos de Zebedeo propusieron a Jesús: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?”. Hablaba la fogosidad de su corazón y el no haber entendido aún del todo la misión de Cristo: mostrar a los hombres el amor del Padre. Poco a poco y con la instrucción del Señor lo entenderán, y será precisamente San Juan quien nos deje para siempre la constancia de que Dios es amor (1 Jn 4, 8-16). Con razón les llamaba Boanerges, “hijos del trueno”.

El carácter fuerte y la espontaneidad juvenil llevan a San Juan a hacerse portavoz de los discípulos en alguna ocasión. Junto con Pedro, los dos hijos de Zebedeo recibieron del Señor particulares detalles de confianza y amistad. San Juan se cita a sí mismo en el Evangelio como el discípulo a quien Jesús amaba, donde indica que el Señor le tenía un especial afecto. Ha dejado constancia de que en el momento solemne de la última cena, cuando Jesús les anuncia la traición de uno de ellos, no dudó en preguntar al Señor, apoyando la cabeza sobre su pecho, quién iba a ser el traidor.

Hasta qué punto puso Jesús confianza en el discípulo amado, lo muestra el que le entrega desde la cruz el amor más grande que tuvo el Señor en la tierra: su madre. San Juan, que conocía a San Pedro antes de que el Señor los llamase (ambos eran pescadores en Betsaida), mantuvo una relación muy estrecha con el príncipe de los apóstoles. A ellos dos el Señor les confía la preparación de la cena Pascual. Juntos corren al sepulcro el domingo de Pascua.

A San Juan le quedó muy viva la imagen del sepulcro vacío, que hizo viva su fe en la resurrección de Cristo. El Evangelio recuerda cómo él corrió más que Pedro y llegó antes al sepulcro, pero dejó entrar primero a quien el Señor había prometido el primado de la Iglesia. Juan es el primero en reconocer a Jesús resucitado cuando se aparece a un grupo de discípulos en la orilla del lago. Lleno de júbilo, comunica a Pedro: “Es el Señor”.

Tras la ascensión del Señor, San Juan se ve unido a San Pedro. Nos informa de ellos el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que se narra los primeros años de la Iglesia. Hacia el año 50, en el primer concilio de la Iglesia en Jerusalén, figura San Juan junto con Santiago el Menor y San Pedro como columnas de la Iglesia.