La literatura del siglo XVIII: ensayo y teatro

Con Felipe V llegan los Borbones a España y la Ilustración, un movimiento intelectual y filosófico centrado en la razón (racionalismo) y el utilitarismo: todo debe servir al progreso. En la llamada “siglo de las luces”, domina el espíritu científico y el reformismo basado en la educación. Sus ideas se difunden gracias a la Enciclopedia, los libros, periódicos y revistas. También se crean instituciones reflejo de esta nueva manera de pensar: la Biblioteca Nacional, la Real Academia Española, la Real Academia de la Historia, etc. Carlos III es el mejor ejemplo de monarca del despotismo ilustrado: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

Estos avances en el pensamiento se traducen, en la literatura, en el desarrollo fundamentalmente del ensayo, ya que la razón es la fuerza imperante frente a la libertad creativa. Se impone, además, la estética clasicista (que llega desde Francia). Podemos distinguir tres etapas en la literatura del siglo XVIII:

1. Posbarroquismo

Continuación y degeneración del barroco. Con Diego de Torres Villarroel. Dura hasta mediado el siglo y supone también la toma de contacto con el clasicismo francés. Las actividades dominantes y que más interesan son la crítica, el ensayo y la sátira.

2. Neoclasicismo

Los autores se someterán a las reglas clásicas que marcarán el “buen gusto”, sobre todo, a partir de la Poética de Luzán, que establece los principios del teatro neoclásico (vuelta a la regla de las tres unidades, verosimilitud y afán moralizador). En teatro, destacan Nicolás Fernández de Moratín y su hijo Leandro Fernández de Moratín, y los sainetes de Ramón de la Cruz. El afán didáctico (“enseñar deleitando”) impregna la única novela importante del periodo: Fray Gerundio de Campazas del Padre Isla, las Fábulas de Samaniego e Iriarte y parte de la poesía de Meléndez Valdés. El pensamiento y el ensayo alcanzan su mejor y más alta expresión con Feijoo y Jovellanos.

3. Prerromanticismo

Reacción sentimental que nace en Inglaterra y que desencadena el gusto por temas emotivos, nocturnos y lacrimosos.

Como ensayistas destacan: Feijoo con su Teatro crítico universal y las Cartas eruditas. En ellas expone problemas filosóficos, físicos y literarios, combatiendo supersticiones y falsas creencias populares, aunque sin renunciar a sus preceptos cristianos. Jovellanos, aunque tiene creación literaria, será autor de ensayos cuyos temas abarcan la política, la economía, la filosofía o la historia. Fue político reformista enfrentado con la iglesia (lo que le costó años de prisión). Su prosa es elegante, sobria y fluida. Su Informe sobre el expediente de la ley agraria y Memoria del castillo de Beyver son sus mejores aportaciones al género ensayístico. José Cadalso destaca con sus Noxes lugubres, son meditaciones pesimistas sobre la vida y el hombre, en un ambiente tétrico y prerromántico. También escribe Cartas marruecas, una visión crítica de la España de su tiempo a través de la correspondencia entre dos marroquíes (Gazel y Ben-Beley) y un español (Nuño). El estilo es satírico y serio.

En la primera mitad del siglo XVIII, en los teatros triunfaban las “comedias de figurón”, que trataban de imitar el teatro barroco exagerando los elementos populares y con personajes cercanos a su tiempo. El gobierno las prohibió al no considerarlas moralizadoras.

El teatro ilustrado triunfa en la segunda etapa del siglo XVIII. Respeta la regla de las tres unidades, tiene carácter didáctico y moral, y las obras deben ser verosímiles. En pos de esa apariencia de realidad, queda desterrado lo imaginativo y se separan lo trágico y lo cómico. Se escribirán tragedias como Raquel de García de la Huerta, que no serán del gusto popular. También habrá, por una parte, comedias urbanas dedicadas a criticar vicios (La señorita malcriada de Iriarte) y, por otra, comedias sentimentales con propósito moralizador y final feliz (El delincuente honrado de Jovellanos).

Pero el verdadero representante del teatro neoclásico será Leandro Fernández de Moratín. Sus obras tienen finalidad didáctica y moralizadora, critican el abuso de autoridad y la mala educación, y defienden la libertad de la mujer para elegir marido, como en El sí de las niñas, El viejo y la niña y El barón. En La comedia nueva o El café se burla de los malos escritores dramáticos, incultos e ignorantes de las “reglas”.

También se da un teatro más tradicional, el de Ramón de la Cruz y sus sainetes (pieza corta de un solo acto, que busca retratar la vida y costumbres de los españoles), como El rastro por la mañana y La pradera de San Isidro.

Romanticismo

Desarrollo:

El Romanticismo es un movimiento cultural que se da en Europa en la primera mitad del siglo XIX. Se caracteriza porque los autores cantan a la libertad individual frente a la sociedad, rechazan las reglas sociales y artísticas (van contra el neoclasicismo), son rebeldes y subjetivos. Este inconformismo les lleva al sufrimiento, ya que el romántico busca una felicidad, un amor y unos ideales imposibles. Por eso suele huir mirando hacia el pasado, a paisajes exóticos (montañas, tempestades, lugares vírgenes), a lugares tétricos (cementerios, ruinas), o refugiándose en su interior. Se reivindica también la realidad de cada país y región (nacionalismo). Estilísticamente, los románticos mezclan la prosa con el verso; utilizan una versificación muy variada; no respetan la regla de las tres unidades clásicas en el teatro; y mezclan lo cómico con lo dramático. Hablan del amor como sentimiento idealizado y como fuerza apasionada que domina y destruye al ser humano.

El Romanticismo no llegó a España hasta la década de 1830 y su desarrollo se vio condicionado por la situación política (el absolutismo de Fernando VII). Ángel de Saavedra, duque de Rivas, lo introdujo con Don Álvaro o la fuerza del sino (1835). Los autores románticos reciben influencias del alemán Goethe y del inglés Lord Byron.

Si la prosa fue el medio más adecuado para transmitir el pensamiento neoclásico, la lírica se convirtió en el género rey en el Romanticismo. En la primera mitad del siglo XIX, destaca Espronceda con sus canciones a personajes marginales (“Canción del pirata”, “Canción del mendigo”), El estudiante de Salamanca y El Diablo Mundo (en el que se incluye la elegía “Canto a Teresa”). En la segunda mitad del siglo XIX, despuntan Gustavo Adolfo Bécquer con sus famosas Rimas de temática amorosa (en prosa escribirá Leyendas) y Rosalía de Castro que escribió en gallego obras como Follas Novas y en castellano En las orillas del Sar.

En narrativa, predomina la novela denominada histórica, que recrea hechos del pasado, sobre todo medieval. En España, apenas se escriben obras de importancia. Sancho Saldaña de José de Espronceda, y El Señor de Bembibre de Enrique Gil y Carrasco, son ejemplos de este subgénero. Dentro del costumbrismo (descripción de escenas y personas de carácter popular y cotidiano) destacan Escenas matritenses, de Ramón Mesonero Romanos, y Escenas andaluzas de Serafín Estébanez Calderón.

El periodismo, que había nacido en el siglo anterior, cobra importancia social en estos años. Larra es el escritor destacado como articulista. La España que critica Larra en sus Artículos es la corrupta, inculta y despreocupada. Con el pseudónimo de Fígaro, Larra firmó artículos como Vuelva usted mañana, sobre el exceso de burocracia y la ineficacia del funcionariado.

El teatro romántico es arrebatado y muy libre, dejando a un lado los corsés del neoclasicismo. Los dramaturgos románticos rompen con las tres unidades clásicas, dividen la acción en un número variable de actos, mezclan asuntos cómicos con trágicos, combinan prosa y verso, y tratan temas históricos y legendarios que terminan trágicamente. Los autores que destacan son: Ángel Saavedra, duque de Rivas, con Don Álvaro o la fuerza del sino; y José Zorrilla con A buen juez mejor testigo (inspirado en la leyenda toledana del Cristo de la Vega) y Don Juan Tenorio (que se representa todos los años el día de difuntos).

Generación del 27

Desarrollo:

La Generación del 27 fue un grupo de autores que se dio a conocer en el homenaje que se dio a Góngora en 1927. Casi todos coincidieron en la Residencia de Estudiantes y estaban a favor de las reformas de la Segunda República. Se caracterizan por:

  1. Mezclan la tradición y el vanguardismo. No rompen con las tradiciones. Les influyen Góngora, los clásicos y el Romancero de igual manera que las Vanguardias (sobre todo el Surrealismo).
  2. Intentan encontrar la belleza a través de la imagen. Buscan la poesía pura.
  3. Hablan sobre el amor, la muerte, el destino, además de tratar temas populares.
  4. Buscan un lenguaje cargado de lirismo.
  5. Utilizan estrofas tradicionales (romance, copla) y clásicas (soneto, terceto). También, el verso libre. Utilizan figuras de repetición como la anáfora y el paralelismo.

Los nombres más relevantes en la poesía de la Generación del 27 son: Federico García Lorca y Rafael Alberti.

Lorca aúna lo culto y lo popular, lo tradicional y la vanguardia. Emplea símbolos complejos y le obsesionan la soledad, el destino, los marginados (mujeres, gitanos, homosexuales). Su obra se divide en dos etapas: una neopopularista (Poema del cante jondo, Romancero gitano), y otra en que se acerca al Surrealismo (Poeta en Nueva York).

Rafael Alberti, muy comprometido políticamente (se afilió al Partido Comunista y tuvo que exiliarse a Argentina) también juega con lo popular y lo culto. Marinero en tierra y Sobre los ángeles dan fe de esta dualidad.

También destacan:

  • Pedro Salinas: muy influido por Juan Ramón Jiménez, intenta desvelar la esencia de las cosas con una poesía intelectualizada pero aparentemente sencilla. Su obra se divide en tres etapas:
    • Mezcla la poesía pura con temas futuristas en Seguro azar.
    • Presta atención al amor como experiencia gozosa en La voz a ti debida o en Razón de amor.
    • Desde América, habla de la angustia que le provocan la tecnología contemporánea, los horrores de la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial. Esta angustia se manifiesta, por ejemplo, en Confianza.
  • Jorge Guillén: escribió desde el exilio y, tras la muerte de Franco, fue galardonado con el premio Cervantes. Cultivó la poesía pura alejada de dramatismos, con una visión optimista del mundo. Toda su obra se agrupa en Aire nuestro, compuesto por cinco libros.
  • Vicente Aleixandre: es el polo opuesto, por su pesimismo global. Su obra más destacada es La destrucción o el amor. En 1977 obtuvo el premio Nobel de literatura.
  • Gerardo Diego: cultivó dos vertientes poéticas: la tradicional y la vanguardista, por ejemplo en: Imagen, y en Manual de espumas.
  • Dámaso Alonso: se quedó en España durante la posguerra y fue representante de la Poesía Desarraigada. Su obra más importante es Hijos de la ira, muy influida por el existencialismo.
  • Luis Cernuda: (alumno de Salinas) reunió su obra poética en La realidad y el deseo, donde se ve que huye de la rima y otros elementos formales.

El Modernismo y la Generación del 98

Desarrollo:

El siglo XIX termina con el Desastre del 98, en el que España pierde sus últimas colonias. Esto, unido a la crisis económica, hace que el país despierte de su pasado imperial y se enfrente a una cruda realidad. Ante esto, los intelectuales responden de dos maneras diferentes. A grandes rasgos, escapándose y refugiándose en la belleza formal del Modernismo o con la crítica reformista fruto del desencanto de la Generación del 98.

El Modernismo es una reacción anticonformista y renovadora de una burguesía que se sabía motor de la economía y que no encontraba su reconocimiento social. Supone una renovación total de las formas. El Art Nouveau se extendió por toda Europa dando rienda suelta a la imaginación y recogiendo ideas de otros movimientos (influencia de Víctor Hugo y los románticos franceses, del Simbolismo de Verlaine y Mallarmé y del Parnasianismo). A este estilo pertenecen, por ejemplo, los edificios de Gaudí. A España trae esta nueva manera de escribir el nicaragüense Rubén Darío.

Para muchos autores, el Modernismo es la cara B de la Generación del 98, es decir, ante una misma situación de crisis (el Desastre del 98) los autores responden de dos maneras: evadiéndose (Modernismo) o afrontando el tema con una visión reformista (Generación del 98). El autor manifiesta una “desazón romántica” (presencia de ambientes otoñales, de las noches, el crepúsculo, etc.) lo que le conduce a adoptar una actitud escapista y de evasión. Así se justifica la temática exótica del Modernismo. Los modernistas sitúan sus historias en lugares recónditos (Asia, India, etc.), en el cosmopolitismo de las nuevas ciudades, en la mitología (se recurre a mitología americana), en otros tiempos (evasión en el espacio y en el tiempo de una realidad que no les gusta).

Estéticamente, se renuevan la métrica con nuevas estrofas, se recurre a palabras nuevas y sonoras. Se buscan valores sensoriales, es decir, una “literatura de los sentidos” con la lectura entendida como deleite. Se describe con delicadeza colores, sonidos que dan musicalidad a los textos (frecuencia de aliteraciones para sugerir con los sonidos lo que se quiere decir con el significado), se enriquece el texto con cultismos, palabras exóticas, adjetivación ornamental (epítetos). Predominan las sinestesias (verso azul, esperanza olorosa, risa de oro,…) y las imágenes evocadoras.

Los autores más destacados son: Rubén Darío con Azul, Salvador Rueda, Francisco Villaespesa y Manuel Machado. Otros autores que luego evolucionaron hacia otras sensibilidades, tuvieron sus coqueteos con el Art Nouveau, como Juan Ramón Jiménez (Alma de violeta), Valle-Inclán y Antonio Machado (Soledades).

Los autores del 98 (Unamuno, Machado, Baroja, Azorín, Maeztu, etc.) tienen influencia de los filósofos irracionalistas: angustia vital, pesimismo. Se preocupan por España y su regeneración. Critican la corrupción, el atraso del campo, la envidia. Intentan europeizar el país. Buscan los valores de la gente sencilla, exaltan Castilla y su pasado (tratan personajes como el Cid y el Quijote). Estilísticamente, emplean un lenguaje preciso, sobrio y claro. Recuperan palabras tradicionales (terruñeras).

En poesía destaca Antonio Machado con Campos de Castilla (poemario en el que el autor describe el paisaje desolado de Castilla y lo identifica con su estado de ánimo).

En teatro, la renovación llega con Valle-Inclán, autor a medio camino entre modernismo y generación del 98, con Comedias bárbaras, Divinas palabras y, sobre todo, Luces de Bohemia donde resume el “esperpento” (bajo el prisma de la exageración, mezcla ironía, humor negro, caricaturiza la realidad). Unamuno también escribe teatro con obras como Fedra.

La novela es el género más importante en cuanto a producción de los autores noventayochistas: tratan temas existenciales, presentan novedades estructurales (tramas “desordenadas”, monólogos interiores). Valle-Inclán escribe Tirano Banderas (crítica esperpéntica de una dictadura americana), El ruedo ibérico (sobre la descomposición política y social de España desde Isabel II hasta el 98). Unamuno se preocupa más por temas existenciales y religiosos, por el destino, Dios, la inmortalidad y España. Así, su “nivola” (que no novela) Niebla, La tía Tula, o en el drama de un sacerdote que se cuestiona su fe en San Manuel Bueno, mártir. Baroja basa su narrativa en la observación espontánea y abierta. Sus novelas son pura acción, con mucho diálogo y muy realista. Estilísticamente, prosa rápida, frase corta y párrafo breve. Destacan títulos como Zalacaín el aventurero, Las inquietudes de Shanti Andía, o la trilogía La lucha por la vida (La busca, Mala hierba y Aurora roja). José Martínez Ruiz, Azorín, ejemplo de sobriedad y concisión en su prosa en novelas como La voluntad o Las confesiones de un pequeño filósofo.

La novela española desde 1939 hasta 1974: tendencias, autores y obras principales

Desarrollo:

Tras la posguerra, los intelectuales españoles han emigrado, han muerto o, los que permanecieron en España, sufrían los rigores de la censura o estaban conformes con el régimen franquista. La tradición anterior no vale y hay que buscar nuevas fórmulas en un ambiente hostil para la libertad creadora. Los escritores adeptos al régimen triunfan cantando las victorias militares o hablan de la burguesía.

La década de los 40 será una etapa de búsqueda que culminará con la publicación de dos novelas que marcarán el desarrollo de la narrativa posterior: La familia de Pascual Duarte de Cela (que inicia el tremendismo, que pretende mostrar los aspectos más duros de la vida), y Nada de Carmen Laforet (sin tremendismos, con un tono triste, habla de la vida de una mujer joven de la época). Otros autores de este momento son: Zunzunegui, Torrente Ballester y, sobre todo, Miguel Delibes (La sombra del ciprés es alargada). En este momento, la literatura tiene un marcado carácter existencial: se habla de la soledad y la inadaptación, se refleja el malestar social de la época en los personajes como individuos.

En los años 50, surge el realismo social, con dos novelas que marcan estilo: La colmena de Cela (trata de la vida del Madrid de la época), y El camino de Delibes (ambientada en un pueblo castellano). Es una época en la que las novelas pretendían denunciar las injusticias, la dureza del campo, el mundo del trabajo o la burguesía insolidaria. El objetivo es llegar con este mensaje al más amplio público. Por ello, el estilo se vuelve sencillo y directo, y se recurre a la narración lineal, las descripciones son concisas. El objetivismo (la no aparente intervención del autor) se lleva y hay que destacar la influencia en el compromiso del autor con su tiempo de Jean Paul Sartre. Emplean el diálogo directo. Los autores gustan del personaje colectivo (como en La colmena de Cela) y del personaje representativo que sintetiza el sentir de una clase social determinada.

Entre 1954 y 1962, surgirán los autores más destacados de la novela social: Aldecoa, Sánchez Ferlosio o Caballero Bonald. Esta tendencia tiene su culminación con la novela Tiempo de silencio de Martín Santos (1962). Con ella se pone fin al realismo social, criticado por su pobreza estilística, y se abre una etapa de renovación formal que culminará en el experimentalismo de los 70. Los autores están influidos por técnicas empleadas en Europa y América desde los años 20 (James Joyce, Kafka, Faulkner, Dos Passos) y por escritores hispanoamericanos (La ciudad y los perros de Vargas Llosa, Rayuela de Julio Cortázar o Cien años de soledad de Gabriel García Márquez).

En esta novela, el argumento pierde importancia, la acción es mínima. Su estructura se complica (desaparecen los capítulos), desaparece el narrador tradicional y aparecen varias voces narrativas. Hay saltos en el tiempo, flashbacks, se emplea el monólogo interior (influencia del Ulises de Joyce) y el estilo indirecto libre. Los autores se inventan palabras, suprimen puntos y comas y juegan con la tipografía.

Al experimentalismo se incorporan autores ya famosos como Miguel Delibes (Cinco horas con Mario), Cela (San Camilo 1936), Torrente Ballester (La saga/fuga de J.B.), Juan Goytisolo (Señas de identidad) y otros nuevos como Juan Marsé (Últimas tardes con Teresa) o Juan Benet (Volverás a Región).

La novela española desde los años 70 hasta finales del siglo XX

Desarrollo:

Tras la muerte de Franco en 1975, la libertad llegaba a España y a sus letras. La desaparición de la censura permitió la publicación de las novelas prohibidas, la recuperación de obras de los exiliados y el conocimiento de la narrativa de otros países.

La mayoría de los autores se muestran contrarios al régimen de Franco. Comienzan a surgir nuevos subgéneros al dictado de la demanda del mercado (se publica para vender): novelas policiacas (Manuel Vázquez Montalbán, autor de una serie protagonizada por el detective Pepe Carvalho), novela histórica (El hereje de Miguel Delibes, La vieja sirena de José Luis Sampedro, o la saga protagonizada por El Capitán Alatriste de Arturo Pérez-Reverte, ambientada en el Siglo de Oro), novela de reflexión (La lluvia amarilla de Julio Llamazares, que trata sobre el abandono de los pueblos en un largo y emocionado monólogo), novela negra, de intriga, de ciencia-ficción, de aventuras, rosa y de espionaje. Es el momento de los llamados best seller. Los autores publican cada uno o dos años para no perder el interés por parte de los lectores.

Es complicado establecer tendencias en estas fechas. Primero, falta perspectiva y, además, con la llegada de la democracia, la novela se hace más accesible al gran público, cada autor emprende un camino personal. Aun así, podemos señalar que en la novela española en los últimos treinta años del siglo XX conviven:

  • Novelistas importantes de la posguerra: Delibes, Cela y Torrente Ballester.
  • Algunos novelistas de la “Generación del 50” como Juan Goytisolo, Juan Marsé, o Carmen Martín Gaite.
  • Los novelistas del 75, que siguen cultivando una novela experimental e intelectual al estilo de Tiempo de silencio de Martín-Santos. Suelen prestar más atención a la forma y el argumento llega casi a desaparecer. Abundan historias fragmentadas y monólogos interiores para un público culto; son representantes de esta novela: Eduardo Mendoza, José María Guelbenzu, Félix de Azúa, Juan José Millás, o Soledad Puértolas, entre otros.
  • Nuevos escritores, dados a conocer ya después del franquismo: Manuel Vicent, Julio Llamazares, Javier Marías, Luis Mateo Díez, Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina, Luis Landero, etc.
  • Los escritores más jóvenes, que hablan en sus novelas de los problemas de la juventud urbana con una estética muy cercana a la contracultura; se trata de escritores como José Ángel Mañas (Historias del Kronen), Ray Loriga (Héroes), Lucía Etxebarría (Amor, curiosidad, prozac y dudas), o Benjamín Prado (Raro).

Por otra parte, destacan especialmente tres escritores a lo largo del periodo que nos ocupa: Eduardo Mendoza con La verdad sobre el caso Savolta, novela en la que narra los abusos de los dueños de una fábrica de armas, y La ciudad de los prodigios que cuenta la evolución de la ciudad de Barcelona desde finales del siglo XIX; Javier Marías con Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí; y Antonio Muñoz Molina con obras como El invierno en Lisboa (1987) o Plenilunio (1997).

La novela y el cuento hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XX

Desarrollo:

Es complicado resumir la literatura de medio continente en unas pocas líneas. En Hispanoamérica, la narrativa evolucionó de manera más lenta que la lírica: si el Modernismo renovó la expresión poética, la narrativa seguía siendo decimonónica. Hasta la década de los años 40, la narrativa fluye dentro del realismo y el costumbrismo: dramas rurales, personajes planos sin vida interior, conflictos del hombre contra un medio hostil. Se desarrolla una novela indigenista, reivindicativa, contraria a la explotación del indio americano.

Esta situación será superada por el llamado “realismo mágico”, que se caracteriza por:

  1. El interés por ambientes urbanos.
  2. No solo se tratan temas sociales, sino que los personajes tienen conflictos internos y profundidad psicológica.
  3. Preocupación por la construcción de novelas y cuentos.
  4. El realismo se funde con elementos fantásticos. Se incorporan elementos irracionales, oníricos y subjetivos. Se juntan realidad y fantasía. Se mezclan leyendas, alegorías, licencias poéticas, etc.

Algunos de los autores y obras más representativos de este periodo son:

  • Miguel Ángel Asturias: de Guatemala y premio Nobel en 1967. Su obra El señor Presidente es una novela de denuncia que tiene como protagonista a un dictador. En Hombres de maíz habla del mundo indígena poéticamente.
  • Alejo Carpentier: de Cuba, destaca por la riqueza y perfección de su estilo. Él llama al realismo mágico “lo real maravilloso”. En El reino de este mundo habla de las sublevaciones negras en Haití y en Los pasos perdidos, del viaje de un musicólogo a la selva en busca de lo primitivo. En El siglo de las luces recrea la Revolución francesa en Las Antillas.
  • Jorge Luis Borges: autor argentino que elevó el cuento a sus más altas cotas literarias en libros como Historia universal de la infamia o El Aleph.
  • Juan Rulfo: de México, pasará a la historia por ser un narrador muy influyente, pero de cortísima producción: los cuentos de El llano en llamas y la novela Pedro Páramo en la que vivos y muertos se confunden.

Con estos precedentes, a partir de los años 60 se da el llamado Boom de la novela hispanoamericana. Mario Vargas Llosa con La ciudad y los perros, y Gabriel García Márquez con Cien años de soledad, son las claves de este fenómeno literario. Los autores de estos años son leídos con avidez al otro lado del Atlántico. Cultivan el “realismo mágico” o la experimentación. Aunque siguen dándose narraciones ambientadas en el mundo rural, hay mayor interés por la ciudad. Prosigue la mezcla de realidad y fantasía. Se da una mayor renovación formal y experimentación. Por ejemplo, se prefiere una narración textual y discursiva que permita jugar con el lenguaje. Entre los autores de esta época, destacan:

  • Julio Cortázar: argentino, renovador (junto con Borges) del cuento. Su obra más conocida es una novela, Rayuela, con capítulos intercambiables y varios niveles de lectura.
  • Juan Carlos Onetti: uruguayo, crea un mundo peculiar lleno de obsesiones y personajes asfixiados por su propia existencia, como se aprecia en sus dos obras maestras, El astillero y Juntacadáveres.
  • Carlos Fuentes: mexicano, muy experimentalista, gusta de jugar entrecruzando acciones en el tiempo en obras como La muerte de Artemio Cruz o Cambio de piel.
  • Mario Vargas Llosa: peruano, alterna técnicas renovadoras con narraciones más tradicionales. La ciudad y los perros, La casa verde, o Conversación en la catedral son tres obras de este autor que, a día de hoy, continúa entre los preferidos por los lectores.
  • Gabriel García Márquez: periodista colombiano y premio Nobel en 1982. Su obra Cien años de soledad se ha traducido a todos los idiomas; en esta novela el “realismo mágico” llega a su madurez. A través de la historia de los Buendía en Macondo, construye una alegoría de la historia de Hispanoamérica. Otras novelas de este autor son: El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte anunciada, o El amor en los tiempos del cólera.

Desde los años 70, se vuelve a temáticas más realistas. Aparecen nuevos temas como el humor, lo político, el feminismo, y destacan autores como Bryce Echenique, Sergio Pitol, Antonio Skármeta, Isabel Allende, Álvaro Mutis, etc.

Novela realista y naturalista del siglo XIX

Desarrollo:

El Realismo es un movimiento literario que se da en la segunda mitad del siglo XIX (tras el Romanticismo). Es una época de tensión política (revolución contra Isabel II, 1ª República, Restauración…), y social (la burguesía es la clase dominante y el movimiento obrero comienza a tener fuerza). Los realistas están influidos por las ideas del Positivismo (que solo considera verdadero lo que se puede observar y experimentar), las teorías sobre la herencia biológica y el darwinismo.

El Realismo persigue la representación objetiva de la realidad. Sus características más destacables pueden resumirse en los siguientes puntos:

  1. El escritor retrata la realidad a través de la documentación y observación. Hablan de temas próximos: la política, el mundo del trabajo, la vida en barrios marginales, etc.
  2. Se enfrentan a los temas desde la objetividad, siendo críticos con situaciones que consideran injustas.
  3. La novela es el género más cultivado por los realistas (en España contaba con antecedentes como la picaresca y el costumbrismo).
  4. Predomina el narrador omnisciente en tercera persona.
  5. Abundan las descripciones minuciosas de ambientes, costumbres, lugares y personajes.
  6. Cuando reproducen diálogos, adaptan el lenguaje a la manera de hablar del personaje.

Los novelistas más destacados del realismo español son: Fernán Caballero (seudónimo de Cecilia Böhl de Faber) con su novela La gaviota, Pedro Antonio de Alarcón con su novela El sombrero de tres picos y, por supuesto, Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas, Clarín.

Galdós nació en Canarias, pero estudió en Madrid. Se dedicó a la literatura y a la política. Su prolífica obra puede dividirse en dos grandes grupos:

  • Episodios nacionales: la historia novelada del siglo XIX. Consta de cinco series de 10 novelas cada una, excepto la última serie que está inacabada. Galdós mezcla acontecimientos públicos y privados (novelescos). Ejemplo: Trafalgar.
  • Novelas largas: sus primeras novelas reflexionan sobre España para criticar el enfrentamiento entre españoles. A esta época pertenecen: Doña Perfecta (sobre la intransigencia del catolicismo español) y Marianela. Después, el autor gira al realismo: Miau, Fortunata y Jacinta. En las últimas novelas, Galdós denuncia la falta de caridad, la injusticia y el egoísmo: Misericordia.

Leopoldo Alas, Clarín, nació en Zamora, aunque pasó toda su vida en Oviedo. Como prosista escribió más de 60 cuentos como: Doña Berta, Pipá, y ¡Adiós Cordera!, y varias novelas como: Su único hijo, y La Regenta, obra cumbre de la narrativa española. La Regenta transcurre en Vetusta (ciudad inventada que está identificada con Oviedo) y cuenta la historia de Ana Ozores, una mujer abrumada por la sociedad cerrada en la que vive. En ella predomina la descripción de ambientes y personajes conformando un fiel retrato de la hipocresía y la corrupción de la sociedad del momento.

El Naturalismo se utilizó para definir una tendencia de la novela, iniciada en Francia por Émile Zola (Germinal), que llevaba el Realismo a sus últimas consecuencias: los novelistas que cultivaban este estilo no solo se inspiraban en la observación exhaustiva de la realidad, sino que aplicaban métodos de trabajo cercanos al científico y aplicaban a la novela las teorías darwinianas. En su temática se muestra el conflicto entre libertad individual y realidad social y gustan de ambientes sórdidos y personajes extremos.

El Naturalismo español podría localizarse con la publicación de La madre naturaleza, de Pardo Bazán. Otras de sus obras son: La cuestión palpitante y Los pazos de Ulloa. También destaca el valenciano Vicente Blasco Ibáñez, con un regionalismo duro en el que habla con crueldad de los conflictos sociales de la huerta y la ciudad. Entre sus obras destacamos: Arroz y tartana, Cañas y barro, La barraca y Entre naranjos.

El teatro anterior a 1939

En este periodo, hay diferentes tendencias teatrales. Por un lado está el teatro comercial, del gusto de la burguesía urbana. Dentro de este grupo, encontramos:

  • La comedia burguesa de Benavente y sus seguidores. Jacinto Benavente propuso un teatro sin excesos, con juegos escénicos y diálogos fluidos. Su obra es una crítica amable de los ideales burgueses. Algunas de sus obras más conocidas son: Rosas de Otoño, Los intereses creados o el drama rural de La Malquerida. En 1922 se le concedió el premio Nobel de literatura.
  • El teatro en verso, neorromántico y modernista, que renovaba las formas aunque con temática tradicionalista, exaltando los ideales nobiliarios, las gestas medievales, etc. Destacan Francisco Villaespesa con Doña María de Padilla y La leona de Castilla; Eduardo Marquina con Las hijas del Cid y En Flandes se ha puesto el sol; y Manuel y Antonio Machado en obras escritas en colaboración como Julianillo Valcárcel o La Lola se va a los puertos.
  • Un teatro cómico en el que predomina el costumbrismo, los tipos y ambientes castizos. Los hermanos Álvarez Quintero (La reina mora, Las de Caín) hablan de una Andalucía llena de tópicos y eludiendo, por ejemplo, los problemas de la tierra; Carlos Arniches (El santo de la Isidra, El puñao de rosas, La señorita de Trevélez, Los caciques) que combina ambientes madrileños con lo que él llama “comedia grotesca”.

Además de este teatro comercial, se da uno más experimental en el que encontramos:

  • El teatro de la Generación del 98. Aunque no fue su género fuerte, cabe destacar algunas experiencias como las de Unamuno (Fedra, El otro) con personajes atormentados como los de sus novelas, y las de Azorín (Angelita, Lo invisible).
  • Dentro de este teatro se incluye la figura de Valle-Inclán, verdadero innovador del teatro contemporáneo español. Su estilo es cercano al Modernismo (por ejemplo, las acotaciones de Luces de Bohemia son tan bellas que, en numerosas ocasiones, se han representado también); aunque la crítica que hace, basada en una feroz distorsión de la realidad (el “esperpento”) le sitúan en la onda de los noventayochistas. Sus primeras publicaciones teatrales son las Comedias Bárbaras (Águila de Blasón, Romance de lobos y Cara de Plata), situadas en el ambiente rural gallego, con toda su miseria y decadencia. En Luces de Bohemia, acuña el término “esperpento”, en el que el autor mezcla lo trágico y lo burlesco con una estética catártica. Lo define Max Estrella, protagonista de Luces de Bohemia: “El esperpento es poner a los héroes clásicos frente a espejos cóncavos y convexos para mostrar su imagen grotesca”.
  • El teatro de las vanguardias y la Generación del 27: buscan un “teatro poético”, incorporan formas vanguardistas e intentan acercar el teatro a las clases bajas y al mundo rural (como ejemplo, el grupo “La Barraca” de García Lorca). Son interesantes las obras escritas por Salinas (El dictador), Rafael Alberti (El adefesio), Miguel Hernández (El labrador de más aire) y Alejandro Casona (La dama del alba).

Un caso destacado es la obra de Federico García Lorca, en la que se habla del conflicto entre la realidad y el deseo, y sus personajes, casi siempre mujeres, son seres frustrados por los prejuicios sociales, sexistas o culturales. De su teatro se ha dicho que es “poesía hecha carne”. Entre sus obras, destacan: La zapatera prodigiosa, Doña Rosita la soltera, Bodas de sangre, Yerma, y La casa de Bernarda Alba.

El teatro de 1939 a finales de la década de 1970 (s. XX)

Al finalizar la Guerra Civil Española, el teatro pasa por dificultades: la crisis económica hace que solo las clases adineradas puedan ir al teatro y los empresarios solo apuestan por un teatro muy comercial; la censura es férrea e impide contenidos políticos críticos con el régimen franquista; no hay continuidad literaria ya que los autores de preguerra han muerto (Valle-Inclán, García Lorca) o están exiliados (Max Aub, Alejandro Casona, Rafael Alberti) con lo que los empresarios recurren a adaptaciones de autores extranjeros; por último, el cine hace sombra al teatro. Se establecen las siguientes etapas del teatro posterior al 39:

  1. El teatro de Posguerra (1939-1955):
  • Se da un teatro de “continuidad” con comedias de salón de Benavente, con temas que defienden valores tradicionales (Dios, patria y familia) con una escenografía realista y que seguían la regla de las tres unidades.
  • Aparece también teatro de humor renovado con unos personajes, unos argumentos y un lenguaje casi absurdos. Enrique Jardiel Poncela fue precursor de esta tendencia y después continúan con ella Edgar Neville y Miguel Mihura (Tres sombreros de copa, Maribel y la extraña familia).
  • Hay también una serie de obras que se pueden clasificar como teatro existencialista. Algunos autores burlaron la censura como Antonio Buero Vallejo (Historia de una escalera), pero otros se enfrentaron directamente como Alfonso Sastre (Escuadra hacia la muerte).
El teatro de protesta y denuncia (1955-1965):

Aparece el teatro social seguido por un público joven y universitario (comprometido, al igual que los nuevos autores) y se produce una relajación de la censura. Este teatro hablará de la injusticia y la desigualdad social. Estas obras son realistas, presentan un lenguaje sencillo pero, en algunos casos, recurren al Simbolismo y al esperpento para deformar la realidad.

Teatro renovador (1965-1975):

De aquellos intentos menos pegados al realismo saldrá el teatro de esta época, más cercano a las vanguardias europeas y americanas. Influye mucho la figura de Bertold Brecht. Las obras se hacen más visuales y gestuales y el texto pierde importancia. Destacan Fernando Arrabal (El cementerio de automóviles), y grupos de teatro independientes como Els Joglars dirigido por Albert Boadella.

Últimas tendencias teatrales (desde 1975):

En este momento ya casi no hay autores teatrales. Los empresarios no arriesgan con autores jóvenes y los teatros públicos optan por representar a los clásicos. En estos años conviven grupos con un teatro visual y experimental como Els Joglars, Els Comediants, La fura dels Baus, o La Cubana, con obras más realistas como ¡Ay, Carmela! de José Sanchís Sinisterra, o Bajarse al moro de José Luis Alonso de Santos.

Novecentismo y vanguardias

Desarrollo:

Hay muchos rasgos comunes entre las vanguardias y el Novecentismo. Ambas tendencias forman un gran movimiento artístico de entreguerras que tiene como finalidad la reacción contra la literatura anterior, la de las Vanguardias, más radical. La inestabilidad política (fuertes conflictos sociales, fin del turno de partidos, Dictadura de Primo de Rivera y Segunda República) contrasta con la aparición (a partir de 1910) de una serie de intelectuales que buscan la modernidad del país. Las principales características del Novecentismo son:

  • Los autores son intelectuales, no al estilo de los bohemios modernistas, sino hombres pulcros, con una sólida preparación universitaria.
  • Emplean la razón y huyen del sentimentalismo. Son personalidades que influyen en la política del país. Son reformistas.
  • Se preocupan por la europeización del país frente al tradicionalismo español. Ortega y Gasset define a los españoles como “una raza que se muere por instinto de conservación”. Huyen de los tópicos, aunque continúan con la percepción “castellanocéntrica” de España iniciada por los noventayochistas.
  • Están influidos por el ambiente de deshumanización provocado por la Primera Guerra Mundial que afectará a toda Europa (incluida España, aunque fuera neutral).
  • Influidos por las Vanguardias europeas, buscan un arte puro, cuya única finalidad es el goce estético. Les preocupa la forma y su ideal de belleza está en la serenidad de los modelos griegos. Huyen del sentimentalismo (Eugenio d’Ors habla de refrenar lo dionisiaco, lo romántico, la exaltación pasional) y se orientan hacia lo apolíneo (lo clásico, lo sereno). Pulcritud y equilibrio serán sus máximas. Se crea una literatura para minorías cultas.
  • En cuanto al estilo, es fundamental la preocupación por el lenguaje. La prosa recurre a la “función poética” del lenguaje (metáforas en Ortega, densidad lírica en Miró, etc.), aparecen poemas en prosa como Platero y yo de Juan Ramón Jiménez.

Los principales autores son ensayistas como Eugenio d’Ors (acuñó el término “Novecentismo”), Manuel Azaña, Gregorio Marañón, Ortega y Gasset (con influyentes obras como La deshumanización del arte y La rebelión de las masas, en la que desarrolla su teoría elitista), Salvador de Madariaga o Claudio Sánchez-Albornoz. También hay novelistas como Gabriel Miró (con descripciones minuciosas y falta de acción, como en El obispo leproso) o Ramón Pérez de Ayala. En poesía, destaca la figura de Juan Ramón Jiménez, que con su concepción de la “poesía pura” se acercó a este intelectualismo renovador. Su obra se divide en tres etapas:

  1. Etapa sensitiva (1898-1915): marcada por la influencia de Bécquer, el Simbolismo y el Modernismo. Obras: Arias tristes y La soledad sonora.
  2. Etapa intelectual (1916-1936): descubre el mar, que para el poeta simboliza el eterno presente, e inicia una evolución espiritual en busca de la trascendencia. Obra: Diar io de un poeta recién casado.
  3. Etapa última (1937-1958): en su exilio americano, escribe Dios deseado y deseante.

Como “Vanguardias” se conoce a las inquietudes artísticas de la “avanzadilla” cultural europea durante la Primera Guerra Mundial. Fue un movimiento de movimientos, con estilos y propuestas variadísimas y que comparten el deseo de romper con el Realismo. Los vanguardistas se consideran ciudadanos del mundo, desprecian las tradiciones, buscan un arte intelectual y minoritario que persigue la espontaneidad frente al trabajo minucioso, da libertad plena al artista, utiliza el humor para desmitificar y se carga de metáforas novedosísimas entre términos sin relación alguna. El Futurismo nace en Italia, inspirado por Marinetti y ensalza la civilización mecánica y técnica, el Cubismo propone la descomposición de la realidad (caligramas de Apollinaire), el Dadaísmo busca una expresión fuera de toda lógica y completamente absurda (por ejemplo, el nombre surge de la palabra “dada”, el balbuceo de un bebé). Más importante en España fueron el Surrealismo, el Ultraísmo y el Creacionismo. El Surrealismo vino de Francia de la mano de André Bretón. Buscaba descubrir la verdadera realidad a través de los sueños o la escritura automática. El Ultraísmo resume en él todas las vanguardias, rompiendo con el discurso lógico y con innovaciones tipográficas (por ejemplo, sustituye signos de puntuación por signos matemáticos). Los ultraístas adoran el mundo de las máquinas y son muy eficaces en la creación de metáforas. Eliminan los elementos sentimentales de la poesía. El creacionismo, por último, fue introducido en España por el chileno Vicente Huidobro y buscaba crear una realidad por medio de imágenes nunca dichas. Es imposible entender las Vanguardias en España sin hablar de Ramón Gómez de la Serna, prolífico escritor y periodista vanguardista español e inventor de la “greguería” (metáfora con humor). También hay que destacar la influencia que estos movimientos tuvieron en los miembros de la Generación del 27, ya que casi todos ellos se iniciaron en ellas: Gerardo Diego en el Creacionismo con Imagen o Manual de espumas; Pedro Salinas en el Ultraísmo con Presagios; Vicente Aleixandre (Espadas como labios y La destrucción o el amor) y Rafael Alberti (Sobre los ángeles) en el Surrealismo.

La poesía desde 1939 hasta finales del siglo XX: tendencias, autores y obras principales

Desarrollo:

La guerra civil trunca la creación artística. Autores como Lorca han muerto y otros han tenido que exiliarse como Rafael Alberti, Jorge Guillén (de la G-27), Juan Ramón Jiménez o León Felipe. Aunque cada uno desarrolló su estilo propio, comunes a ellos son temas como la patria perdida y la nostalgia. Los que se quedaron en España tuvieron que sortear la censura del franquismo o apoyar al régimen con su poesía. Podían dividirse claramente entre vencedores y vencidos:

  • Los vencedores publican en las revistas Garcilaso y Escorial. Escriben una poesía en estrofas tradicionales que busca la belleza y sin referencias a la posguerra. Hablan del amor, la muerte, Dios, etc., sin profundizar en la realidad española. Se inscriben en esta corriente: Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero o Dionisio Ridruejo. Representan la llamada “Poesía arraigada”.
  • La “Poesía desarraigada” será cultivada por los “vencidos”. En 1944 se publica Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre e Hijos de la ira de Dámaso Alonso, ambas obras cambiarían la tendencia anterior. Escriben en verso libre y hacen alusiones a la realidad. Los autores que cultivan este tipo de poesía escriben en la revista Espadaña.

De estos autores saldrán los de la llamada “Poesía social”, en los años 50, de corte más existencial y con preocupaciones sociales. Su poesía es objetiva y de denuncia. Los poetas son testigos de la vida cotidiana. Su lenguaje es fácil de comprender ya que les importa que su mensaje llegue a cuanta más gente mejor. A esta corriente pertenecen poetas como: José Hierro, Gabriel Celaya o Blas de Otero. A finales de los años 50, se supera esta tendencia y los autores buscan una poesía más personal. Ángel González, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente o Jaime Gil de Biedma son representantes de esta nueva tendencia e intentan una renovación del lenguaje. La poesía es comunicación pero también belleza. Emplean el verso libre. En los años 70, aparecen los Novísimos, con la publicación del libro compilatorio Nueve novísimos poetas españoles. En su nómina se incluyen poetas como: Pere Gimferrer, Leopoldo María Panero o Ana María Moix. Se preocupan por la forma, se alejan de preocupaciones sociales, parecen modernistas por sus referencias culturales y también conectan con el Surrealismo.