Los Pueblos Prerromanos

La presencia del hombre en la Península Ibérica es muy antigua, sucediéndose distintos avances tecnológicos en el Paleolítico, Mesolítico, Neolítico, Edad de Cobre, Edad del Bronce y Edad del Hierro. Destacan por su importancia las aportaciones indoeuropeas desde finales del II milenio que se intensifican en el siglo VIII a. C. con la llegada de pueblos celtas procedentes de Europa central y occidental. Estos pueblos introducen la metalurgia del hierro, aunque su economía y su organización social y política estaban poco evolucionadas.

El reino de Tartessos constituye el primer Estado de la Península Ibérica del que tengamos constancia histórica. Se trataba de un reino próspero con gran riqueza agrícola, ganadera y mineral, además de mantener un activo comercio con griegos y fenicios, llegando a alcanzar un elevado grado de civilización.

Los colonizadores fenicios y griegos llegaron a la Península atraídos por su riqueza en oro, plata, cobre y estaño. Los fenicios fundan colonias en la costa sur: Gadir (Cádiz), Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar) o Abdera (Adra). Los griegos llegaron por la vertiente septentrional del Mediterráneo: Marsella, Cataluña y Emporion (Ampurias). La intención de los griegos y fenicios era comerciar con los pueblos nativos. Los pueblos colonizadores aportaron avances técnicos y culturales de relevancia, como el uso de la moneda, el alfabeto o el torno de alfarero.

Pueblos en el siglo III a. C.

En el siglo III a. C., la Península Ibérica era un mosaico de pueblos con muy diverso nivel de desarrollo, pero que pueden agruparse en dos áreas:

  • Área ibérica (sur y levante): Son poblaciones autóctonas que han recibido la influencia de fenicios y griegos. Disponían de una economía rica, basada en la agricultura, con un activo comercio y uso frecuente de la moneda. La sociedad se dividía en grupos diferenciados por su poder o riqueza, desde la aristocracia hasta los esclavos. La organización política era estatal.
  • Área celta: Asentados en la zona norte y centro de la península, donde se fusionan con los celtíberos. El área celta estaba más atrasada y existían grandes diferencias entre unos pueblos y otros. Su economía se basaba en una agricultura y ganadería poco evolucionadas; el comercio era escaso y no tenían uso de la moneda, siendo frecuentes las actividades de pillaje. Las estructuras sociales eran primitivas, basadas en grupos de parentesco: clanes y linajes. La organización política era preestatal, con cabecillas, consejos de ancianos y normas basadas en el derecho consuetudinario (basado en la costumbre).

La Hispania Romana y la Monarquía Visigoda

La Hispania Romana (218 a. C. – 476 d. C.)

La Conquista Romana y el Sentido de Unidad

La rivalidad entre Roma y Cartago por el dominio del Mediterráneo dio lugar a las guerras púnicas. Tras la Primera Guerra Púnica, que expulsó a los cartagineses de Sicilia, Cartago buscó vengarse ampliando su presencia colonial en la Península Ibérica, de donde obtenía riquezas mineras y combatientes para un nuevo enfrentamiento con Roma. En el año 237 a. C., Amílcar Barca desembarca en Cádiz y somete a los pueblos del sur y sureste de la Península. A su muerte, Asdrúbal y Aníbal continuaron con la labor de conquista. Asdrúbal fundó Cartago Nova (Cartagena), y al morir le sucedió Aníbal, hijo de Amílcar, quien decidió lanzarse a la lucha definitiva contra Roma.

La Segunda Guerra Púnica y el Inicio de la Conquista Romana

Aníbal atravesó, al frente de un impresionante ejército, los Pirineos y los Alpes e invadió Italia, derrotando a los romanos en varias batallas. Roma reaccionó enviando a la Península a los hermanos Cneo y Publio Escipión, que desembarcan en Emporion (218 a. C.), pero fueron derrotados y muertos. Roma envió nuevas tropas al frente de Publio Cornelio Escipión, hijo del difunto Publio, que desembarcó en Emporion (210 a. C.), conquistó Cartago Nova y tomó Cádiz. Después decidió atacar a la propia metrópoli, Cartago. Aníbal regresó para defenderla, pero fue derrotado en Zama. Como consecuencia de su triunfo sobre Cartago, Roma se apoderó del litoral mediterráneo y de los valles del Ebro y del Guadalquivir.

La Conquista de la Meseta. Guerras contra Celtíberos y Lusitanos

Frente a la facilidad con que Roma había iniciado sus primeras conquistas, la ocupación de la Meseta va a costar muchos esfuerzos a los romanos ante la resistencia de los celtíberos y los lusitanos:

  • Los lusitanos, dirigidos por Viriato, derrotaron repetidamente a los romanos hasta que fueron sometidos tras su asesinato (139 a. C.).
  • Los celtíberos resistieron el cerco romano en Numancia. En el año 133 a. C., el general romano Publio Escipión Emiliano conquistó la ciudad. Tras la ocupación de Numancia, el dominio romano llegaba hasta la cordillera Cantábrica.

Fin de la Conquista de Hispania: Las Guerras Cántabras

Durante el mandato de Octavio Augusto, primer emperador romano, tuvo lugar la definitiva conquista del norte peninsular. Los romanos necesitaron diez años para dominarlos, periodo conocido como guerras cántabras.

El Sentido de Unidad

La conquista de la Península, a la que Roma llamó Hispania, contribuyó a dar unidad a los pueblos que la habitaban. La organización administrativa del territorio fue cambiando con el paso del tiempo. Poco después del triunfo sobre los cartagineses, se hizo la primera división de la Península en dos provincias: Hispania Citerior e Hispania Ulterior. Octavio Augusto la reorganizó dividiendo en dos la Hispania Ulterior: Bética y Lusitania, mientras la Citerior pasó a denominarse Tarraconense. A comienzos del siglo III, el emperador Caracalla creó la provincia de Gallaecia. Diocleciano estableció una nueva provincia, la Cartaginense.

La Romanización

Los pueblos peninsulares adquirieron los modos de vida y de pensamiento de Roma; es decir, se romanizaron. Fue un proceso lento que comenzó al mismo tiempo que la conquista de Hispania. El triunfo de la romanización se vio posibilitado por diversos factores como:

  • El establecimiento de colonos llegados de Italia.
  • El asentamiento de soldados veteranos o por la atracción que ejercían las riquezas de Hispania sobre las gentes que vivían fuera de la Península.
  • La fundación de ciudades, como Hispalis (Sevilla), Itálica, Barcino (Barcelona).
  • La construcción de una densa red de calzadas que comunicaban las ciudades entre sí y con los lugares más importantes del Imperio.
  • El latín, que logró eliminar las lenguas indígenas.
  • El grado de romanización alcanzado por Hispania se refleja en su aportación al gobierno del imperio (emperadores Trajano, Adriano y Teodosio) o a la filosofía y la literatura romanas (Séneca, Lucano, Marcial, Quintiliano…).
  • La huella romana está presente entre nosotros por medio de grandes monumentos (teatros, anfiteatros, puentes, acueductos) y restos arqueológicos.

La Crisis del Siglo III y el Bajo Imperio

A lo largo del siglo III, el Imperio vivió un periodo de crisis que afectó a su sistema político, económico y social. Con la crisis, el Imperio inicia otra etapa a la que se llama Bajo Imperio. Las ciudades entraron en decadencia y el Imperio se ruralizó, lo que favoreció a los grandes propietarios de tierra. En cambio, la situación de los colonos o campesinos empeoró; aunque eran libres, había restricciones: no podían abandonar la tierra que cultivaban y el vínculo que les unía a ellas se convirtió en hereditario. Bajo esta condición quedaron también los pequeños propietarios libres que optaron por buscar la protección de un gran propietario al que cedían sus propiedades. Así, lo que se conoce como sistema de colonato fue imponiéndose; con ello se prefiguraba el régimen feudal que terminaría imponiéndose más adelante en la Edad Media.

La Penetración del Cristianismo

El cristianismo surge en el siglo I. Los orígenes del cristianismo en Hispania se hallan rodeados de algunas tradiciones sin una firme base documental. Se considera que su implantación debió prender antes en los medios urbanos del sur y del levante, y que sería introducido desde el norte de África por portadores como las comunidades judías, el ejército y los comerciantes extranjeros. La crisis del siglo III contribuyó a ampliar sus adeptos, expansión que queda demostrada por la persecución de Diocleciano, que produjo mártires en diversos puntos de Hispania. La respuesta imperial cambió radicalmente en el siglo IV. El emperador Constantino promulgó la libertad religiosa por el Edicto de Milán (año 313). Y Teodosio convirtió al cristianismo en la religión oficial del imperio (año 380). La Iglesia ganó en influencia social y política y en riqueza.

La Inserción Germánica en la Sociedad Hispanorromana. La Hispania Visigoda

La Hispania visigoda constituyó el primer intento de unidad política en la Península Ibérica.

Las Invasiones Germánicas. El Establecimiento de los Visigodos en Hispania

En el año 409, después de saquear la Galia, suevos, vándalos y alanos, pueblos germánicos, cruzaron los Pirineos y terminaron por establecerse: los suevos en Gallaecia (Galicia), los alanos en la Lusitania y los vándalos en la Bética. Los visigodos penetran en Hispania en el año 415 como tropas aliadas de Roma para expulsar a los demás pueblos bárbaros. Consiguen arrinconar a los suevos en Gallaecia, acabaron con los alanos y obligaron a los vándalos a trasladarse al norte de África. Tras la desaparición del Imperio romano de Occidente, en el año 476, los visigodos fundaron un reino con capital en Tolosa (actual Toulouse). La expansión del pueblo franco por la Galia provocó el enfrentamiento con los visigodos, siendo derrotados por los francos en la batalla de Vouillé (507). Expulsados de la Galia, se establecieron en Hispania. La capital del nuevo reino se situó en Toledo.

El Reino Visigodo de Toledo: La Unificación

Los visigodos, no mucho más de unos cien mil, eran una minoría al lado de los seis millones de hispanorromanos. Se formaron así dos comunidades, que vivían bajo sus propias leyes y con una religión diferente: los visigodos eran arrianos; los hispanorromanos, católicos.

Los monarcas visigodos se propusieron extender su soberanía sobre el territorio de la antigua Hispania romana. El monarca Leovigildo dio un gran paso hacia la unificación territorial cuando en 585 puso fin al reino suevo de Gallaecia y trató de acabar con las guarniciones bizantinas del litoral sur y sureste, instaladas por el emperador bizantino Justiniano. Por fin, a comienzos del siglo VII, el rey Suintila logró expulsar a los bizantinos. La unificación religiosa se produjo con la conversión del rey Recaredo, hijo y sucesor de Leovigildo, al catolicismo en el III Concilio de Toledo (589). En los concilios de Toledo se trataron asuntos relacionados con el gobierno del reino. La unidad legislativa se obtendrá con Recesvinto cuando, en 654, promulgue el Liber Iudiciorum, texto legal único para visigodos e hispanorromanos.

El reino visigodo escondía una gran debilidad interna, motivada por la evolución hacia una sociedad feudal con fuerte predominio de la nobleza, que iba acumulando cada vez más privilegios que restaban autoridad al Estado visigodo, y por las luchas entre distintas facciones de la nobleza, que pugnaban por instalar a su respectivo candidato a la muerte de cada rey. Los últimos reyes fueron Witiza y don Rodrigo. Witiza quiso transmitir el reino a su hijo Ákila, pero al morir, la facción rival se impuso y colocó al frente del reino a don Rodrigo. Los witizanos llamaron en su ayuda a los musulmanes, que acababan de finalizar la conquista de todo el norte de África. En el año 711, desembarca Tarik junto a Gibraltar al frente de un ejército bereber; don Rodrigo acudió a frenarlos, pero en la batalla de Guadalete (711) fue derrotado y perdió la vida. Era el fin de la dominación visigoda de la Península.