La Institución Libre de Enseñanza

La Institución Libre de Enseñanza (ILE) fue fundada en 1876 por un grupo de catedráticos, entre los que se encontraban Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Nicolás Salmerón. Estos fueron separados de la Universidad por defender la libertad de cátedra y negarse a ajustar sus enseñanzas a los dogmas oficiales en materia religiosa, política o moral. Esta situación les obligó a proseguir su tarea educadora mediante la creación de un establecimiento educativo privado. Sus primeras experiencias se orientaron hacia la enseñanza universitaria y, posteriormente, a la educación primaria y secundaria.

En el proyecto participaron Joaquín Costa, Hermenegildo Giner y otros intelectuales comprometidos en la renovación educativa, cultural y social. A partir de 1881, empezaron a formar parte del cuerpo docente de la Institución profesores formados en ella, siendo Manuel Bartolomé Cossío, sucesor de Giner al frente de la ILE, el ejemplo más destacado. Su labor afianzó el proyecto y garantizó su continuidad.

Desde 1876 hasta la Guerra Civil de 1936, la ILE ocupó un lugar central en la cultura española e introdujo en España las últimas teorías pedagógicas y científicas que se estaban desarrollando fuera de las fronteras españolas. Bajo la influencia de Giner y la Institución, el Estado inició importantes reformas en los terrenos jurídico, educativo y social. Se crearon organismos como el Museo Pedagógico y la Junta para Ampliación de Estudios, de la que dependían el Centro de Estudios Históricos, el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales y la Residencia de Estudiantes.

La labor de la Junta y del Museo fue completada, desde 1907 hasta 1936, por iniciativas como el Instituto-Escuela, las pensiones para ampliar estudios en el extranjero, las colonias escolares de vacaciones, la Universidad Internacional de verano y las misiones pedagógicas, ya en tiempos de la Segunda República.

El Movimiento Obrero durante la Restauración

El movimiento obrero en España, desde la llegada de la Internacional durante el Sexenio, se organizó en torno a los ideales anarquistas para luchar contra el capitalismo, defendiendo al proletariado. En 1881 se creó una nueva organización anarquista nacional, la Federación de Trabajadores de la Región Española, con fuerte implantación en Andalucía y Cataluña.

Los desacuerdos internos y la represión gubernamental llevaron a una parte del movimiento a optar por la estrategia de acción directa, atentando contra los pilares del capitalismo: Estado, Burguesía e Iglesia. La presión sindical revolucionaria se combinaba con la violencia, provocando la represión de los diferentes gobiernos. Tras los sucesos de Montjuïc, el anarquismo fue acusado y perseguido como la Mano Negra.

El otro gran núcleo político fue el socialismo, con implantación en Madrid, Bilbao y Asturias. Contaba con un partido, el PSOE (fundado en 1879 por Pablo Iglesias), y un sindicato, la UGT (fundada en 1888 en Barcelona). El PSOE se basaba en las ideas marxistas y era partidario de la revolución social, aunque la UGT consideraba esta como última posibilidad. En 1910 surgió el primer sindicato anarquista, o más bien anarcosindicalista, la CNT. A partir de ese momento, el movimiento revolucionario recurrió a la huelga general, basándose en tres ideas: independencia del proletariado, unidad sindical y voluntad de derribar el capitalismo.

Durante el reinado de Alfonso XIII, la conflictividad alcanzó su punto más alto en la crisis de 1917 y durante el Trienio Bolchevique. Los socialistas actuaron generalmente en coalición con los republicanos, consiguiendo escaños a partir de 1910 y entrando en los ayuntamientos de numerosas ciudades. En cambio, los anarquistas renunciaron a la participación política, aunque ampliaron su actividad sindical, especialmente en Barcelona, enfrentándose a una fuerte respuesta represiva por parte de los gobiernos. Ambas organizaciones consiguieron afiliar a cientos de miles de obreros a finales del periodo.

Causas del Triunfo de las Derechas en las Elecciones de 1933

El gobierno de Azaña se fue debilitando a lo largo de 1932-1933, atacado tanto desde la derecha como desde la izquierda. A la tensión social provocada por la permanente actividad revolucionaria de la CNT, se sumó la desilusión de buena parte de la clase trabajadora por el escaso desarrollo de medidas como la Reforma Agraria, que a propietarios y clases medias les parecían un atentado a la propiedad privada. Los enfrentamientos con la Iglesia y el Ejército fueron en aumento. La situación de la economía se deterioró, tanto por razones internas (huelgas, falta de confianza de ahorradores e inversores) como por la depresión internacional, reduciéndose la producción y aumentando el desempleo.

En este contexto social y económico, los factores políticos desencadenaron la crisis de la coalición gubernamental. En primer lugar, Azaña perdió el apoyo de la derecha y el centro republicanos, tanto por sus enfrentamientos personales con Alcalá-Zamora y Lerroux, como por el deseo de estos de aprovechar el descontento de una parte del electorado. El PSOE rompió con el gobierno en el verano de 1933 por la presión de sus militantes, escandalizados por la respuesta represiva a las reivindicaciones obreras (Casas Viejas). Finalmente, las fuerzas políticas más conservadoras se reorganizaron. El catolicismo fue el principal aglutinante para la creación de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), cuyo líder, José María Gil Robles, fue el gran triunfador de las elecciones. Los monárquicos, tanto alfonsinos (José Calvo Sotelo) como carlistas, adoptaron posiciones cada vez más autoritarias, pero llegaron a acuerdos electorales con la CEDA. Los diferentes grupos fascistas se unieron en la Falange Española (José Antonio Primo de Rivera), cuya labor de agitación también contribuyó al vuelco político.

Manuel Azaña dimitió en septiembre de 1933 y, ante el fracaso de Lerroux para gobernar, se convocaron elecciones en las que la izquierda republicana prácticamente desapareció.