TEMA 3. FILOSOFÍA MEDIEVAL: SAN AGUSTÍN DE HIPONA

Explicar el problema de la libertad (es el problema de la moral) en San Agustín y desarrollar sistemáticamente las principales líneas de su pensamiento.

ÉTICA O MORAL. Para el cristianismo, un problema filosófico fundamental es la LIBERTAD, que se trata de una libertad individual entendida como posibilidad de elección entre el bien y el mal y que hace al hombre responsable de sus actos: el hombre es libre de salvarse o condenarse. Y esa libertad se halla aguijoneada por dos factores: 1) por la corrupción de la naturaleza, debido al pecado original, que inclina al hombre hacia el mal, y 2) por la gracia de Dios que lo empuja hacia el bien.

Para resolver el problema, Agustín distingue entre: a) el libre albedrío, que es propiamente la capacidad de elección del bien o del mal, y b) la libertad, que es el buen uso del libre albedrío, es decir, la elección del bien con la ayuda de la gracia de Dios, para que el obrar del hombre se adecue a la ley divina.

Relacionado con el tema de la libertad se halla la cuestión del origen del mal, que fue un problema que preocupó enormemente a Agustín. En un intento por comprenderlo, se adhirió a las tesis maniqueas, según las cuales hay dos principios que rigen el cosmos y que tendrían una naturaleza positiva, es decir, serían reales: un principio del bien y un principio del mal. Tras su conversión al cristianismo, intentó armonizar la infinita bondad de Dios y su infinito poder con la existencia del mal. En cuanto a la NATURALEZA DEL MAL, la solución del santo de Hipona se inspira en Plotino, que entendía el mal como no-ser; y así explica que siendo Dios bueno y autor de todo lo que existe, sin embargo, el mal no sería creado por Él, puesto que es una carencia, una privación: es mera ausencia de bien (igual que la oscuridad es ausencia de luz).

Agustín distingue entre 1) el mal moral (el pecado), que es fruto de la «mala voluntad”, la libertad mal usada, pues antepone lo sensible a Dios, y 2) el mal físico (el dolor, las enfermedades…), que es una consecuencia del mal moral, pues dichos males tienen como causa primera el pecado original de Adán.

Todos los hombres buscan el bien y la FELICIDAD, pero los bienes de este mundo no satisfacen el ansia de felicidad absoluta propia del hombre. El Bien absoluto que le pueda proporcionar la felicidad completa es Dios, la visión beatífica de Dios. El camino de la felicidad coincide así con el de la salvación.

La práctica de la virtud constituye el camino de salvación que nos acerca a Dios (= a la felicidad) y consiste en la primacía del alma sobre el cuerpo, que se manifiesta: a) Como amor –caridad a Dios y del cual surge el amor desinteresado al prójimo. El imperativo ético agustiniano es “ama y haz lo que quieras”, pues el que ama con amor de caridad no puede sino querer y hacer el bien; y b) como conocimiento de la razón, en un itinerario espiritual que va de la percepción a la ciencia y de ésta a la sabiduría.


EL CONOCIMIENTO:

1.- RELACIONES FE-RAZÓN. Agustín no es un filósofo en sentido estricto porque no se preocupó de establecer una clara distinción entre los contenidos de la fe y los de la razón. Para él, “la verdad es común y es única y razón y fe, filosofía y religión, no solo no se oponen, sino que tienen como objetivo el esclarecimiento de la verdad (la fe cristiana). Y en ese objetivo colaboran del siguiente modo: a) “intellige ut credas”: comprende para creer: significa que es preciso comprender racionalmente y poner de manifiesto que no es absurdo creer; y b) “crede ut intelligas”, cree para entender: es preciso creer previamente para después entender dentro de los límites de la razón.

La filosofía se convierte así en SIERVA DE LA TEOLOGÍA, adoptando un papel subsidiario, pero necesario como instrumento de aclaración de la fe. Hay una vinculación profunda entre la razón y la fe, pues se trata de una “fe que busca la inteligencia” como dirá posteriormente San Anselmo.


2.- En el CONOCIMIENTO, Agustín mantiene la visión platónica de que la verdad y el ser se dan en lo inmutable, pero primero hay que superar el escepticismo (la duda de la verdad), y lo hace mediante el análisis de la conciencia con el siguiente argumento: aunque todos mis juicios estuvieran siempre equivocados, no puedo dudar de mi existencia, pues “si me engaño, existo”. Afirma así la verdad de la propia existencia del yo pensante. En la experiencia interior, en ese conocimiento cierto que tiene el alma de sí misma, basa Agustín la validez del conocimiento.


El punto de partida de la búsqueda de la verdad no se halla en el exterior sino en el “interior” (“la verdad habita en el hombre interior”), que es donde encontramos verdades que llevan al ser humano más allá de sí mismo.

Distingue (igual que Platón) varios grados de conocimiento:

a) El conocimiento sensible, es el grado más bajo de conocimiento, versa sobre lo cambiante y solo genera opinión (doxa).

b) El conocimiento racional en su actividad inferior, es la ciencia, p. ej., las matemáticas; es el conocimiento de lo universal y necesario en la realidad temporal; es un tipo de conocimiento que depende del “alma”, pero se produce en contacto con lo sensible.

c) El conocimiento racional en su actividad superior es la sabiduría y consiste en el conocimiento de las verdades universales y necesarias, de las ideas eternas que son las esencias y modelos de las realidades físicas y que se encuentran en la mente de Dios. Esas ideas son conocidas por el alma por una ILUMINACIÓN DIVINA: igual que el sol posibilita la visibilidad de los objetos, hay una luz que ilumina la mente finita, que es Dios y que hace posible el conocimiento de esas ideas eternas.


DIOS:

En Agustín no existe una demostración de la EXISTENCIA de Dios que parta del mundo, aunque ciertamente encontramos alusiones al:

1.- Argumento cosmológico: es decir, referencias al orden del universo que tiene que haber sido establecido por Alguien y que prueba de la grandeza del creador.

2.- Argumento del consenso, al hecho de que la mayoría de los hombres aceptan la existencia de Dios.

3.- Argumento epistemológico o de la causalidad: es la auténtica prueba agustiniana, pues prefiere el camino interior que parte de la existencia de verdades eternas, inmutables y necesarias que descubrimos en nosotros, verdades independientes del espacio y del tiempo (matemáticas, éticas…). El fundamento de esas verdades no está en las cosas creadas (cambiantes), ni tampoco en el alma humana (también mutable en tanto que en ella encontramos diversidad de sensaciones). Remiten, pues, a un ser inmutable y eterno, a Dios. Este Dios de Agustín aparece como lo más íntimo de la intimidad y como una realidad trascendente al pensamiento.


En cuanto a la ESENCIA, afirma que el nombre que mejor designa a Dios es aquel bajo el cual Él se dio a conocer: “Yo soy el que soy”. Y concluye que Dios es el ser mismo, realidad plena y total. Y atribuye a Dios la inmutabilidad, en la que se encuentra la explicación de lo cambiante y contingente.

Dios CREA el mundo de la nada en un acto único y libre de su voluntad, tomando como modelos de los seres del mundo las ideas, que están en su mente, por lo que éstas son la causa ejemplar de las cosas (ejemplarismo). Para explicar la aparición de nuevos seres, acude a la teoría de las “razones seminales” de origen estoico: Dios crea todo el universo como semillas, semillas que son el germen de los seres que irán apareciendo con el tiempo. Dios, por ser creador, es el fundamento de todo lo existente, que es bueno. La máxima expresión del creacionismo es el orden del cosmos: todas las cosas han sido ordenadas por Dios en medida, peso y número.

EL HOMBRE: Agustín tuvo una gran preocupación por el ser humano – “me he hecho cuestión de mí mismo”- apareciendo el ser humano ante él como “miraclum” (portento); hablar del hombre es hablar de sí mismo a nivel de individuo (Confesiones) o a escala de humanidad La Ciudad de Dios, sus dos obras más importantes.

Su antropología, influida por el platónismo, es dualista, pues entiende que en el ser humano existen dos sustancias distintas: espiritual la una, material la otra; y el hombre, propiamente hablando, no es su cuerpo, y tampoco el conjunto de cuerpo y alma, sino el alma: “es un alma racional que se sirve de un cuerpo mortal y terrestre”.

El alma es una sustancia individual y espiritual y entiende que es principio de conocimiento y vida (en el sentido de que la vida y el conocimiento racional dependen del alma) y es inmortal. Para defender su inmortalidad, acude a argumentos platónicos: al ser espiritual, es simple, -no tiene partes ni divisiones- y lo que no tiene partes no puede descomponerse y, por tanto, no puede perecer. Además, en ella se asientan las verdades eternas y la verdad no muere. Pero siguiendo su fe cristiana, niega frente a Platón la preexistencia y la reencarnación de las almas y tampoco entiende que el cuerpo sea malo, pues la materia, por ser creada por Dios, es buena.

En cuanto a la relación alma-cuerpo, mantiene, como Platón, que el alma es una sustancia de rango superior al cuerpo y está unida accidentalmente a él – como la barca y el barquero- y debe dirigir el cuerpo y éste debe someterse.

Su gran descubrimiento es la intimidad, la interioridad. Y esa es la característica esencial del alma: la autoconciencia, el conocimiento de sí: el alma tiene el privilegio de poder meterse dentro de sí y así se conoce y sabe dos cosas fundamentales de sí misma: a) que existe, -aunque no por sí misma- y b) que piensa, (“aunque me engañe, tendría que existir”).

El hombre es imagen y semejanza de Dios, y lo es por su alma que tiene tres facultades, que revelan su estructura: a) la memoria (que permite que la vida interior se haga presente); b) el entendimiento (es la facultad que permite conocer la verdad); y c) la voluntad, que es la facultad que impulsa hacia el amor (caridad).

En cuanto al origen del alma, defendió el traducionismo, doctrina según la cual las almas pasan de los padres a los hijos, transmitiéndose así el pecado original, aunque más tarde se inclinó por el creacionismo: Dios crea el alma con el nacimiento de cada nuevo ser.


POLÍTICA: Es el primer filósofo de la historia, ya que analiza los hechos históricos para encontrarles un sentido; sus reflexiones, reflejadas en La Ciudad de Dios, no son estrictamente filosóficas y están condicionadas tanto por la caída del Imperio Romano, que se creía indestructible, como por el mensaje cristiano como historia de salvación y el mensaje de los dos reinos (el “reino de Dios” y el “reino del César”).

Su perspectiva sobre la historia es moral y espiritual en el sentido de que hay dos grupos de hombres: los que se aman a sí mismos y que forman la ciudad terrena y los que aman a Dios y que constituyen la ciudad de Dios. La historia humana es la contraposición de esos dos amores: el amor a sí (vivir según la carne) frente al amor de Dios (vivir según el espíritu). Esas dos ciudades, la terrestre y la celeste, son ideas morales que no coinciden con ninguna organización real –Iglesia y Estado– sino que, mezcladas, ahora y su separación se producirá solo al final de la historia.

Esta teoría agustiniana de la historia dio lugar a dos interpretaciones: a) una fundamenta la primacía de la Iglesia sobre el Estado y la subordinación del poder terreno a la Iglesia (es la interpretación que presidirá las relaciones Iglesia-Estado en la Edad Media); b) la otra reduce el papel del Estado a organizador de la convivencia, de la paz y del bienestar temporal.


1. Exponer las ideas y la estructura argumentativa del texto propuesto. (2 puntos)

  1. INTRODUCCIÓN.- Del libre albedrío es un diálogo al estilo platónico. El tema fundamental de la obra es la libertad de la voluntad humana en relación con el problema del origen del mal. La pregunta filosófica planteada es la siguiente: ¿cómo puede Dios, que es la suma bondad, dar al ser humano la posibilidad de pecar y, por tanto, permitir el mal?