1. El cristiano en la vida pública

1.1. ¿Cómo hemos de comportarnos los cristianos en la vida pública?

El cristiano debe dar testimonio a través de sus buenas obras en la vida de cada día. En la vida pública tenemos que comportarnos como hijos de Dios, en coherencia con lo que creemos, participando en los asuntos públicos en igualdad y libertad para construir entre todos una sociedad cada vez más justa.

1.2. ¿Por qué a un cristiano se le debe permitir expresar públicamente su fe?

Una sociedad verdaderamente democrática dota a sus ciudadanos de libertad de expresión y creencia, de manera que estos pueden expresar públicamente su fe. La dignidad de la persona humana exige que no se obligue “a nadie a obrar contra su conciencia o impedir la actuar conforme a ella”.

1.3. ¿A qué conduce una actividad política cerrada a la trascendencia?

Apartar de la política el horizonte de la trascendencia conduce a convertir el ejercicio de la ciudadanía en una lucha de poder del hombre contra el hombre. A lo largo del siglo XX, los regímenes totalitarios han demostrado sobradamente el terror que se puede imponer a un mundo cerrado a cualquier forma de trascendencia.

1.4. ¿Cuál es el mensaje de Jesús acerca de la autoridad política?

En los evangelios, Jesús repudió el poder opresivo y despótico, pero nunca rechazó a las autoridades de su tiempo. En un momento dado, los fariseos, que pretendían ponerlo en un compromiso, le preguntaron: “¿Es lícito pagar impuestos al César o no?”. Él les preguntó: “¿De quién son esta imagen y esa inscripción?”. Le respondieron: “Del César”. Entonces, les replicó: “Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Jesús defiende la justicia de los regímenes políticos: los hombres necesitan a la sociedad y esta precisa orden. Cristo llega incluso a aceptar la autoridad del gobernador Poncio Pilato respecto a su propia crucifixión.

1.5. ¿Qué implica llevar el mensaje de Cristo a los demás en nuestros días?

En nuestros días, llevar el mensaje de Cristo a los demás implica, más que nunca, convertirnos en apóstoles de lo cotidiano: de esta manera, hacemos que cada día de nuestra vida, por amor a Dios, sea una ocasión de dar testimonio de nuestra fe para mejorar el mundo.

2. Laicidad, laicismo y Estado

2.1. ¿Qué quiere decir Estado aconfesional?

El Estado democrático de derecho es aquel que distingue entre la esfera política de la esfera moral de los ciudadanos. Por ello, actúa con pleno respeto a la libertad ideológica y religiosa de estos. El Estado, por su carácter aconfesional, no profesa ninguna fe religiosa ni se adhiere a ninguna doctrina determinada.

2.2. ¿Qué es la laicidad?

Los poderes públicos están abiertos a colaborar con la Iglesia católica y las demás confesiones. Esta apertura, fundamentada en la autonomía de cada una, es lo que denominamos laicidad. Aconfesionalidad, es decir, principio de actuación por el que los poderes públicos no favorecen ni discriminan ninguna confesión religiosa. Esta apertura, fundamentada en la autonomía de cada uno, es lo que denominamos laicidad.

2.3. ¿Qué es el laicismo?

Implica un tratamiento completamente distinto del fenómeno religioso. La mentalidad laicista parte de la distinción entre vida social y religión. Sostiene que la religión debe quedar relegada al ámbito privado de la vida, a la intimidad de cada persona. Supone que el hecho religioso se tiene que excluir de la vida social. Es la ideología que propugna la independencia del hombre y de la sociedad, pero especialmente del Estado, respecto a cualquier referencia religiosa en los ámbitos públicos.

2.4. ¿Por qué no se deben prohibir las manifestaciones de la fe religiosa en el ámbito público?

Estado e Iglesia son dos realidades compatibles, necesarias y cada una tiene su propio campo de actuación. Prohibir la expresión de las convicciones religiosas en el ámbito público es incurrir en una clara discriminación. Esta prohibición supondría que los ciudadanos que mantienen creencias religiosas pertenecen a una categoría inferior al resto.

2.5. ¿Qué es un Estado laico?

Es el que promueve el bien común de los ciudadanos, a la vez que respeta las distintas opciones ante la vida. La tarea del Estado es apoyar el desarrollo de la libertad individual, sin censurar determinadas posturas, debido a causas ideológicas o al afán de controlar lo políticamente correcto, lo que debería pensar la mayoría o cualquier otra iniciativa que, en el fondo, sería propia de una mentalidad totalitaria.

3. Tolerancia y relativismo

3.1. ¿Qué es la tolerancia?

Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando sean diferentes o contrarias a las propias, siempre y cuando no atenten contra la dignidad humana o el bien común.

3.2. ¿Qué es el relativismo?

Teoría que sostiene que no existen hechos ni principios universales compartidos por todas las culturas. Hay personas que consideran que, para ser tolerantes, es imprescindible que antes nos despojemos de nuestras convicciones, de nuestras ideas, de nuestra moral, como si el único terreno para poder practicar la tolerancia con el relativismo. Sin embargo, no hay que confundir la libertad o la tolerancia con el relativismo, puesto que no todas las ideas sobre el bien de la persona son igualmente válidas.

3.3. ¿Por qué no se debe confundir la tolerancia con el relativismo?

No hay que confundir la libertad o la tolerancia con el relativismo, puesto que no todas las ideas sobre el bien de la persona son igualmente válidas.

3.4. ¿Cuáles han sido las consecuencias de los totalitarismos de la historia reciente?

En nuestros tiempos, a muchos les parece que el relativismo es un principio imprescindible para poder vivir en democracia. En ese sentido, se percibe una cierta dictadura del relativismo que, bajo una aparente neutralidad, esconde una visión muy concreta del hombre, al que trata como un ser carente de naturaleza propia, sin puntos de referencia, salvo los que dictan la ley o la mayoría. El relativismo es la teoría que sostiene que no existen hechos ni principios universales compartidos por todas las culturas.

4. La democracia y el relativismo

4.1. ¿Por qué en la democracia moderna no todo es relativo?

Vivimos en una sociedad democrática, pero el sentido democrático de nuestra convivencia se puede percibir de distintos modos. Para unos, la democracia consiste en el respeto a la voluntad de la mayoría, lo que reduce el gobierno de la convivencia social a una decisión mayoritaria y temporal, alejada de la trascendencia. Si consideramos que la democracia es un simple juego en el que unos ganan y otros pierden, podemos acabar pensando que en sus reglas nada es verdad ni mentira, que nada es bueno ni malo, que todo es relativo. Esto no es así, porque cualquier democracia moderna funciona defendiendo unos derechos fundamentales que no son cuestionables. Por ejemplo, se prohíbe la violencia o los partidos que la promuevan.