Escultura de Bernini

Gian Lorenzo Bernini dominó todas las disciplinas, pero fue, sobre todo, escultor. Aprendió la profesión de su padre y, tras el traslado de la familia a Roma en 1605, se dedicó a hacer copias de las obras clásicas que había en el Vaticano. Por tanto, se puede dividir la producción escultórica de Bernini en cuatro etapas:

  • Etapa juvenil: destaca por el virtuosismo técnico en el tratamiento de la piel y el tratamiento psicológico de los personajes. Está compuesta por los encargos, mitológicos y bíblicos, que le hace el cardenal Scipione Borghese para decorar su villa. Cabe destacar obras como Apolo y Dafne, David y Eneas.
  • Alto Barroco: coincide con el papado de su amigo Urbano VIII. Resalta por el tratamiento de las ropas, y cómo las telas se mueven y concentran en masas, lo que produce efectos de claroscuro. Su principal obra de este periodo es San Longinos, en el Vaticano.
  • Periodo medio: durante los años del papado de Inocencio X. En este periodo obtiene grandes logros como el Éxtasis de Santa Teresa, el monumento papal en la tumba parietal de Urbano VIII. Erigió la Fontana dei Quattro Fiumini y resolvió el problema del pecho cortado en los retratos de busto en el retrato del duque Francisco I de Este. Además, impuso un nuevo modelo de estatua ecuestre con el caballo en corveta y el personaje convertido en héroe, como en Constantino el Grande.
  • Estilo tardío: comienza junto con el papado de Alejandro VII. En esta etapa busca la espiritualidad, siguiendo el mismo camino de Donatello y Miguel Ángel. Las figuras se alargan y los ropajes se agitan, como se puede observar en los Ángeles con los atributos de la Pasión en el Puente de Sant’Angelo.

Pintura Italiana

Sucede lo mismo que en la arquitectura de Bernini y Borromini, ese antagonismo, pero en la pintura italiana con Caravaggio, que se dedicó a retratar a la gente inaugurando el naturalismo, como se puede observar en La Buenaventura, y Carracci, que se inspiró en la escultura grecolatina, dando paso al clasicismo academista.

Caravaggio

Caravaggio fue el creador del naturalismo y del tenebrismo pictórico. Su producción pictórica se divide en tres fases:

  • Fase inicial: se desarrolla en Roma. Esta etapa se caracteriza por hacer cuadros pequeños que vendía en los mercadillos para sobrevivir. En ellos retrataba a personajes callejeros. También inventó el bodegón moderno con el cuadro La cesta de frutas. Representa a jóvenes afeminados o ambiguos, a músicos travestidos y también se atrevió con temas religiosos.
  • Fase intermedia: representa el tenebrismo caravaggiesco. Tuvo varios encargos como La crucifixión de San Pedro, La Conversión de San Pablo, El martirio de San Mateo, La Virgen de Loreto y La muerte de la Virgen.
  • Etapa final: se encuentran los cuadros religiosos que le llevaron a la huida, siendo estos Las siete obras de misericordia, La decapitación del Bautista y La resurrección de Lázaro.

Carracci

Junto con su primo Ludovico, Annibale Carracci abrió una academia en la que trabajaron en común, pero se volverá importante hasta su marcha a Roma. El cardenal Odoardo Farnese le encargó la decoración de su palacio, que acomete en dos fases:

  • Primera fase: desarrolla quince historias sobre Hércules y Ulises, que escondían una intención moralizante, ya que no podían ser de otra forma por la Contrarreforma.
  • Segunda fase: en la galería fingió una arquitectura ilusionista en la que encuadró varias bodas, como si fueran cuadros de caballete integrados en el fresco. En ellas, el cortejo nupcial resume las claves del clasicismo, siendo un estilo solemne, inspirado en el canon de belleza que los griegos aplicaron al cuerpo humano y un dibujo apretado y detallista.

Descripción formal de La Piedad de Gregorio Fernández

La imagen de la Piedad se esculpió como parte de un conjunto de seis tallas que componían el grupo del Descendimiento y que fueron encargadas por la Cofradía Penitencial de las Angustias. Gregorio Fernández centró la composición en la Compassio Mariae, o en la pasión que experimenta la Virgen ante el sufrimiento y la muerte de su hijo. Ambas figuras se disponen en una composición en pirámide asimétrica, por medio de la oposición de dos diagonales formadas por sus cuerpos. La obra muestra el dolor de la Virgen en el momento en que recibe el cuerpo de Cristo después del descendimiento de la cruz. La figura eleva la mirada y el brazo derecho al cielo en señal de dolor, mientras que con la mano izquierda sostiene el cuerpo de Cristo. Con el tratamiento individualizado de cada figura, el escultor consiguió un alto grado de naturalismo. Las expresiones de los dos personajes acentúan los contrastes entre las figuras, ya que el sentimiento de angustia de la Virgen difiere de la serenidad del cuerpo inerte de Cristo. Cabe destacar el contraste entre la figura firme de la Virgen, ataviada con un manto y una toca de pliegues grandes y angulosos que le dan un carácter robusto a la figura, en contraposición con la anatomía al descubierto de la figura de Cristo. La Piedad iba acompañada con las figuras de San Juan y María Magdalena, a los lados de la Virgen, y los ladrones crucificados cada uno en su cruz. El conjunto está disperso y no es posible contemplarlo en su totalidad.

Temática

A este grupo escultórico también se le denomina Paso de la Sexta Angustia, en relación con los escritos místicos difundidos por San Buenaventura y Santa Brígida respecto a los siete dolores de la Virgen María, buscando destacar la dramática experiencia de María durante la pasión de su hijo.

Modelos e influencias

La escultura de Gregorio Fernández muestra la influencia que ejercieron las obras de los artistas italianos como Pompeo Leoni o Gianbologna. También destaca el gran interés por la escultura clásica que manifiesta en su gusto por representar una anatomía de Cristo de proporciones armónicas. El tema de la Piedad, trabajado con una nueva actitud teatral en la escultura castellana manierista de Francisco del Rincón y Juan de Juni, se agudiza con Gregorio Fernández, convirtiéndose en un modelo de gran difusión. Su estilo inspirará la obra de escultores posteriores como Juan de Mesa.

La Pintura en Flandes y Holanda

En 1609, el Tratado de Amberes dividió los antiguos Países Bajos en dos estados contrastantes: Flandes, al sur y bajo dominio español, era católico y monárquico. Su arte se centraba en temas religiosos, con grandes cuadros de altar y pinturas mitológicas para palacios. Los retratos individuales destacaban el estatus social, y los bodegones reflejaban la opulencia de la sociedad. Holanda, al norte y protestante, era republicana y burguesa. Su arte también abordaba temas bíblicos, pero en pequeña escala para uso doméstico debido a la prohibición de imágenes en iglesias. Se pintaban escenas costumbristas moralizantes, retratos de grupos democráticos y bodegones más sobrios, reflejando el ascetismo protestante.

Rubens

Rubens fue un genio del arte barroco, dotado de habilidades excepcionales en composición y uso del color. Además de ser políglota y diplomático al servicio de España, su carrera artística se desarrolló entre Italia y Amberes. Tras estudiar en Italia, se estableció en Amberes en 1608, donde se convirtió en pintor de los archiduques y construyó un palacio-taller para su familia y colaboradores. Dirigió un prolífico taller donde supervisaba a sus discípulos, produciendo cerca de 3000 obras. Rubens dominaba diversas técnicas pictóricas y abordaba una amplia gama de temas, desde religiosos hasta históricos, paisajes, bodegones y retratos. Su obra religiosa, como los trípticos de la catedral de Amberes, buscaba reafirmar la fe católica frente al protestantismo, destacando en particular “El triunfo de la Eucaristía”, una serie de veinte tapices encargados por la archiduquesa Isabel Clara Eugenia para el convento de las Descalzas Reales de Madrid. Además, también fue un gran decorador de los palacios de los monarcas absolutos, como el Salón de Banquetes de Carlos I de Inglaterra, la Torre de la Parada de Felipe IV y la Galería de María de Medici en el Palacio de Luxemburgo de París. Esta misma señora le pidió dos series escenográficas con escenas de su glorificación y la de su marido, el difunto Enrique IV. La primera serie, de 22 cuadros, está dedicada a la reina y dividida en cuatro periodos: su juventud, sus diez años de reinado junto a Enrique IV, su regencia hasta la mayoría de edad de su hijo y las desavenencias con éste hasta la reconciliación final. Entre otras representaciones, encontramos las “Tres Gracias”, las “Tres Parcas” y “Júpiter y Juno”, entre otras. Diversos problemas impidieron que Rubens pintara la galería de Enrique IV. En 1628, visitó de nuevo España, donde conoció a Velázquez y copió los cuadros de Tiziano, del que se declaró admirador. Dos años después, ya con 53 años y viudo, se casó con Helena Fourment, una muchacha de 16 años que se convertiría en musa de sus cuadros mitológicos. Fruto de esta feliz etapa de su vida son tres cuadros: El Juicio de Paris, El Jardín del Amor y Las tres Gracias.

Rembrandt

Rembrandt es el primer artista que no depende de reyes ni nobles. Se maneja económicamente vendiendo en el mercado cuadros, grabados y dibujos. Se forma con el pintor Pieter Lastman, quien le aporta los secretos del tenebrismo de Caravaggio. A partir de estos comienzos, Rembrandt creará un estilo propio en el que los contrastes de la luz y la sombra envolverán sus figuras en penumbras graduadas, misteriosas y doradas. En 1632, se encuentra ya establecido en Ámsterdam, donde obtiene una gran aprobación por parte de la población al ser independiente de la política. Además, hace visible la importancia de una sociedad civil mediante retratos colectivos para decorar las salas de las corporaciones, como La lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp, Ronda de noche y Los síndicos de los pañeros. Finalmente, en 1650 sufre una profunda crisis personal que tendrá importantes consecuencias artísticas, como el endeudamiento, problemas amorosos que lo llevan a juicio y la entrada en la secta menonita, que le lleva a buscar en sus cuadros una mayor espiritualidad. Sigue manteniendo el claroscuro, pero la pincelada se hace más suelta y el color más llamativo. De su última etapa cabe destacar obras como Aristóteles contemplando el busto de Homero y La conspiración de Julius Civilis.

Imaginería Barroca Española

La escultura barroca española destaca por su independencia de influencias extranjeras y el uso de madera pintada, a menudo importada desde La Habana. Los retablos y las imágenes procesionales son los principales géneros, con representaciones realistas y didácticas de escenas religiosas. Durante la Semana Santa, los pasos procesionales salen a las calles para conectar con los fieles, reflejando variantes regionales. En Castilla predominan las representaciones de crucificados y vírgenes afligidas, mientras que en Andalucía y Murcia se esculpen figuras más juveniles y se omite la sangre. Se utilizan maniquíes vestidos con rostros y extremidades humanas, cubiertos con vestimenta lujosa y joyas. En Andalucía hay una inclinación hacia lo clásico y la belleza, mientras que en Granada se prefiere lo pequeño y detallado.

Castilla: Gregorio Fernández

En Castilla destaca Gregorio Fernández, el destacado escultor del barroco castellano. Se caracteriza por sus obras de talla completa y bulto redondo, cargadas de patetismo. Sus esculturas presentan ropajes elaborados con telas pesadas que se pliegan en formas geométricas, y añade detalles realistas como ojos de cristal y coágulos de sangre simulados con corcho. Trabajó para una variedad de clientes, incluyendo iglesias, cofradías, nobles y el rey Felipe IV, siendo las órdenes religiosas sus principales clientes. En Castilla, estableció los modelos definitivos de la Inmaculada y la Virgen de la Piedad. Sus obras más destacadas están relacionadas con la Pasión, como el Cristo atado a la columna y El Yacente. Entre sus pasos procesionales más famosos se encuentra el del Descendimiento en la iglesia de la Vera Cruz de Valladolid, compuesto por siete figuras vestidas al estilo del siglo XVII para ser reconocibles por los fieles.

Andalucía: Martínez Montañés, Juan de Mesa y Alonso Cano

En Andalucía, Martínez Montañés destaca como imaginero del siglo XVII. Fue reconocido por su virtuosismo técnico y su capacidad para conectar con el público, generando la creencia de que no era humano. Nacido en Alcalá la Real (Jaén), se formó en Granada y luego se estableció en Sevilla a los 19 años, donde desarrolló la mayor parte de su carrera, con una breve estancia en Madrid. En sus retablos, caracterizados por una estructura clara y decorados con ángeles y motivos vegetales, destacan tres tipos: los retablos mayores, los arcos de triunfo y los tabernáculos-hornacinas, entre los que sobresale el dedicado a la Cieguecita en la Catedral de Sevilla. Martínez Montañés definió los modelos de Niño Jesús e Inmaculada, destacando su obra maestra, la Cieguecita, conocida por su mirada baja y ojos entornados. En el campo de las imágenes de la Pasión, sobresale el Cristo de la Clemencia, creado para la Catedral de Sevilla.

Por otra parte, en Córdoba destaca Juan de Mesa. Su mayor aportación a la escultura barroca andaluza fue introducir el naturalismo. Introdujo en los crucificados signos de la muerte. Ese dramatismo ha llevado a la crítica moderna a denominarlo “el imaginero del dolor”. En la cumbre de su fama, realizó dos cristos que fueron enviados a Lima (Perú) para decorar las iglesias de San Pedro y Santa Catalina. Su último trabajo fue Nuestra Señora de las Angustias para la iglesia cordobesa de San Pablo.

En cuanto a Granada, destaca Alonso Cano. De los artistas españoles del Siglo de Oro, es el que más se aproximó al modelo renacentista de genio que dominaba todas las disciplinas. Su trayectoria se divide en tres etapas: la sevillana, donde aprende pintura en el taller de Francisco Pacheco, y donde fue compañero de Velázquez, y escultura, en el de Martínez Montañés; la madrileña, donde su actividad es, sobre todo, pictórica, además le sucedieron una serie de sucesos un tanto desafortunados; y, por último, la etapa granadina, en la que se encuentran los años de su mejor producción escultórica, destacando obras como Los bustos de Adán y Eva, pero serán las obras de formato pequeño las que más fama le den, como San Antonio de Padua con el Niño Jesús.

Murcia: Francisco Salzillo

En Murcia sobresale Francisco Salzillo, el más importante imaginero del siglo XVIII. Fue novicio en los dominicos y su padre fue quien le transmitió el encanto del sur de Italia, que él mezcló con el naturalismo de los imagineros barrocos andaluces. Tiene un amplio abanico de obras con varias figuras, como La caída, La cena, y otras solo con una figura, como La Verónica o La Dolorosa.

La Pintura Barroca Española

Al contrario que la imaginería, que se mantiene en la tradición nacional, los pintores españoles del Barroco están muy influidos por los modelos extranjeros, sobre todo de Italia y Flandes. Esta influencia llega mediante los viajes de los pintores españoles a Italia, la emigración a España y la compra de cuadros en el mercado del arte. En el considerado “Siglo de Oro” de la pintura española, se pueden distinguir dos periodos: uno en la primera mitad, en el que predomina el naturalismo tenebrista, y otro impuesto por el gusto colorido de Rubens y la forma de pintar de Tiziano y de los artistas venecianos, siendo este el realismo barroco. En cuanto a los temas, predominan los religiosos y hay pocos mitológicos. En cuanto a los temas profanos, predominan el retrato y el bodegón. En el naturalismo tenebrista destacan José Ribera y Francisco de Zurbarán. Mientras que en el realismo barroco destaca Velázquez, siendo el mayor genio del arte español, abarcando todos los géneros de la pintura, sabiendo captar la naturaleza, la luz y el movimiento.

Velázquez

Velázquez aprende en el taller sevillano de Francisco Pacheco, con el que acaba emparentándose al casarse con su hija. En 1623, se instala en Madrid para ocupar la plaza de pintor de cámara de Felipe IV, y realizó dos viajes a Italia. En el primero fue de estudios, copiando en el Vaticano a Rafael y Miguel Ángel. Estas experiencias le llevarán a pintar La fragua de Vulcano. En el segundo fue para comprar estatuas clásicas para la colección real. Es entonces cuando retrata a su criado moro Juan de Pareja y al Papa Inocencio X. En esta segunda estancia duró tres años y durante este tiempo pintó La Venus del espejo. Su trayecto de producción se puede dividir en dos etapas:

  • La sevillana: le sirve de formación. Se dedicó a pintar a un aprendiz en diversas posturas. Tiene obras tanto de temas profanos como religiosos.
  • Etapa madrileña: comienza a tratar la luz no solo para iluminar, sino para mostrar el aire que hay entre los objetos. Los colores ganan intensidad y comienza a utilizar la gama de grises típica de su producción madura. El cuadro que marca la transición es Los borrachos. Cabe destacar la serie de magníficos retratos de personajes de la corte, a pie, a caballo o cazando. En la recta final de su vida, pintó dos obras maestras de la pintura universal: Las Meninas y Las hilanderas.

Murillo

En el naturalismo también destaca Murillo, que pertenece a la generación siguiente a la de Velázquez, con el que presenta notables diferencias biográficas. No gozó de las ventajas de los pintores de cámara, cuya única obligación era pintar a los reyes, sino que tuvo que ganarse la vida con la venta de sus obras. Fue muy querido por la sociedad sevillana, que admiró sus obras religiosas, siempre amables y entrañables, y gozó de prestigio internacional. Su obra fue dividida por los románticos extranjeros en tres periodos: el periodo frío, el periodo cálido y el periodo vaporoso.