Evolución de la poesía española en el siglo XX
-1 La década de los 40: poesía arraigada y poesía desarraigada
La Guerra Civil acabó con el espléndido panorama de la poesía española del primer tercio de siglo. A muchos, ocasionó la muerte; a la mayoría, el exilio; solo unos pocos se quedaron. El proceso de rehumanización que se vino dando desde el 27 continuará tras la guerra: preocupación por el hombre como tema existencial y social.
En la década de los 40, recién acabada la Guerra Civil, la brecha entre los dos bandos es todavía muy patente y dolorosa, y podemos distinguir dos posturas diferenciadas.
La poesía arraigada
En primer lugar, la de los poetas falangistas como Luis Rosales con La casa encendida y Leopoldo Panero con Escrito a cada instante, que cultivaron una poesía nacionalista y heroica de carácter optimista, enraizada en la religiosidad y el casticismo, motivo por el que se les conoce como los poetas arraigados. En esta misma línea siguen los poetas de la “Juventud Creadora” o garcilasistas como José García Nieto en Del campo y soledad, con una poesía amorosa que vuelve a las formas renacentistas, sobre todo el soneto.
La poesía desarraigada
En segundo lugar, encontramos a los poetas desarraigados: eran un grupo angustiado por la situación de posguerra, formado por Eugenio G. de Nora (Cantos al destino), José Luis Hidalgo (Los muertos) y Carlos Bousoño (Primavera de la muerte). Dámaso Alonso, miembro de la Generación del 27, evoluciona a esta poesía con su obra Hijos de la ira en la que encontramos un lenguaje desgarrado. También a Vicente Aleixandre, con Sombra del paraíso, se le puede enmarcar en esta corriente.
-2 La década de los 50: la poesía social
En la década de los 50, la poesía deja de ser egocéntrica y adopta una actitud de denuncia y testimonio de la injusticia, empleando un lenguaje llano y claro. Se convierte en un instrumento de acción política y social. Uno de los principales exponentes es Gabriel Celaya con Cantos iberos. Blas de Otero parte de la preocupación religiosa y existencial, pasa por una poesía social y finaliza con una actitud intimista e irracionalista. Su obra Ancia trata de la indiferencia de Dios ante el dolor humano y muestra la angustia con contundencia verbal. Pido la paz y la palabra y En castellano son obras en contra del sufrimiento que muestran un espíritu combativo en un estilo coloquial y de verso libre. José Hierro es un poeta difícilmente clasificable: escribe en un principio Con las piedras, con el viento mostrando una angustia íntima, pero ese mismo sentimiento luego se colectiviza y vuelve más social en Quinta del 42.
-3 La década de los 60: la generación del medio siglo
La poesía social fracasó a comienzos de los 60, porque no llegó a la inmensa mayoría y porque su forma de realismo y denuncia se agotó rápidamente. Y es que la poesía no podía cambiar la sociedad si esta no cambiaba previamente. En los 60, por tanto, surgió un grupo de poetas que trataron con distancia y escepticismo su experiencia individual. Se trata de la llamada generación de los 50, otras veces también llamada promoción de los 60.
La poesía será ahora una vía de indagación moral, un modo de conocer el mundo, con mayor voluntad de estilo y mayor cuidado del lenguaje, y una vuelta a temas clásicos como el amor, la amistad y la autobiografía moral. Entienden la poesía como método de conocimiento de la realidad humana y no como comunicación. Introducen la ironía en los temas sociales, y para distanciarse de lo excesivamente sentimental, y usan a menudo un lenguaje coloquial. Y todo esto dará lugar más tarde a la llamada poesía de la experiencia.
Ángel González, con su tono irónico y pesimista, evolucionó a la metapoesía en libros como Áspero mundo. Por otro lado, Claudio Rodríguez y su teoría del conocimiento del mundo hicieron manifestar el aprecio a la realidad que envuelve el vivir. Jaime Gil de Biedma escribió Las personas del verbo, sobre su experiencia vital tratada con distancia.
-4 La década de los 70: los novísimos
Una vez superada la poesía social, que no indagaba en nuevas soluciones estéticas, los poetas apostaron a finales de los 60 por la experimentación. José Mª Castellet, en su antología Los nueve novísimos, publicó a los poetas más importantes del momento. Entre otros, aparecen Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa, Pere Gimferrer o Leopoldo María Panero (hijo del Leopoldo Panero de la poesía arraigada).
Los novísimos cultivan una métrica tradicional y, al mismo tiempo, exploran nuevos aspectos formales. Se tiende al juego lingüístico y a la frivolidad. Se recuperan el exotismo, la huida de la realidad y el refinamiento modernista. En resumen, la poesía no es compromiso, sino arte. Emplean recursos como el prosaísmo y la ironía, reflejan la influencia del cine, de la música pop y de los medios de comunicación y buscan un lenguaje poético de procedencia, a veces, surrealista. Pere Gimferrer publicó el primer libro y más emblemático: Arde el mar. Luis Alberto de Cuenca pasó del culturalismo inicial a una poesía intimista y narrativa. Ha recogido su obra en Los mundos y los días. Guillermo Carnero escribió Dibujo de la muerte y Antonio Carvajal, Tigres en el jardín.