La evolución de la poesía española desde la Guerra Civil hasta la actualidad
Los años previos a la Guerra civil
Los años previos a la Guerra Civil traen consigo nuevas inquietudes. En España, la literatura está experimentando un cambio sustancial que va desde los juegos vanguardistas a las preocupaciones sociales, en clara contraposición a la “poesía pura”. Según Dámaso Alonso, “Ha comenzado una nueva época de poesía española: época de gritos, de vaticinios, o de alucinación, o de lúgubre ironía. Una época de poesía trascendente, humana y apasionada”. Es un proceso de rehumanización que culminará con la poesía política, social y combativa que se escribe durante la contienda, ejemplo de ello son dos de las obras de Miguel Hernández, Viento del Pueblo y El hombre acecha. Tras la Guerra Civil, Lorca ha muerto, y muchos de los poetas, entre ellos los del 27, parten a un largo exilio, como Juan Ramón Jiménez, Alberti o Salinas. De este grupo poético, solo tres autores permanecieron en España, por distintos motivos: Gerardo Diego, que tomó partido por el bando sublevado; Vicente Aleixandre, aquejado de una enfermedad renal; y Dámaso Alonso, que, a pesar de sus ideas republicanas, desarrolló una intensa actividad cultural durante la dictadura.
LA POESÍA DE POSGUERRA:
Antes, durante o después de la guerra, surgen jóvenes poetas nacidos en torno a 1910 que componen la llamada generación del 36. Se trata de «una generación escindida» en dos campos:
- Poesía arraigada: es la de quienes se ven con firmes raíces en la vida, expresan su conformidad con el mundo con formas serenas y con un afán optimista de perfección y de orden. A ello se une un hondo sentido religioso. Sus grandes modelos son los «poetas del Imperio», con Garcilaso al frente (se les llamó garcilasistas). En esa línea se sitúan Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, etc. La revista Garcilaso recogerá sus principales aportaciones.
- La poesía desarraigada: presidida por el Dámaso Alonso de Hijos de la ira, que expresa la angustia de quienes se sienten disconformes en un mundo que les parece caótico y doloroso. Su humanismo dramático hace que se les relacione con las corrientes existencialistas, desembocando, muchos de ellos, en la «poesía social». Su estilo, frente al de los anteriores, suele ser bronco, directo, menos preocupado de primores. Aquí habría que destacar a poetas como Blas de Otero y Gabriel Celaya en sus primeros momentos. La revista Espadaña será su principal manifestación.
Estas dos tendencias no son las únicas, también hay autores difícilmente clasificables, como José Hierro o los del movimiento postsurrealista llamado postismo.
LA POESÍA SOCIAL:
A partir de 1955, autores como Blas de Otero (Pido la paz y la palabra) y Gabriel Celaya (Cantos iberos), superarán su anterior angustia existencial y se abrirán a los sufrimientos de los demás. La solidaridad será ahora una palabra clave. Aparece así un nuevo concepto de la función de la poesía: «La poesía -dice Celaya- es un instrumento para transformar el mundo», como lo explica su poema La poesía es un arma cargada de futuro. Estos poetas se dirigen «a la inmensa mayoría» con un lenguaje claro, directo. Las preocupaciones estéticas quedan pospuestas. En la línea «social» se integrarán también muchos de los representantes de la poesía desarraigada y otros algo más jóvenes, como Ángel González.
HACIA UNA NUEVA POÉTICA (AÑOS 60):
Llega un momento en que se comprende que era ilusorio querer «transformar el mundo» con libros de poesía. El despego de la poesía social irá creciendo en los años 60. No se abandona la preocupación por el hombre, ni el inconformismo ante el mundo, pero domina ahora cierto escepticismo. Y se retorna a un intimismo, llamado «poesía de la experiencia». Le corresponde un estilo que huye del patetismo, un estilo antirretórico, pero depurado y denso. Destacan en esta línea, entre otros, los nombres de Jaime Gil de Biedma (Poemas póstumos), Ángel González y Francisco Brines, autores que ejercerán un especial magisterio en posteriores poetas.
LOS «NOVÍSIMOS»:
Los años 70 comenzarán marcados por los novísimos. Se les llama así por la antología Nueve novísimos poetas españoles (1970), en la que José María Castellet incluyó a autores nacidos después de 1939 como Pere Gimferrer o Guillermo Carnero. Son poetas que no conocieron la guerra civil y que, en su mayoría, comienzan a escribir en una «sociedad de consumo». Se percibe en ellos una nueva sensibilidad, formada tanto por amplias lecturas, como por el cine, los cómics o la música (jazz, rock, folk…). Aunque, ante la sociedad, adopten una actitud crítica, abominan de la «poesía social»: no creen que la poesía pueda «cambiar al mundo». Y junto a temas graves pueden hacer gala de una provocadora frivolidad. Pero no son los temas lo que más les interesa, sino el estilo: se sitúan en una línea experimental, en una nueva vanguardia, en busca de un nuevo lenguaje poético. En ese sentido, el surrealismo vuelve a ser un modelo para algunos. Otros poetas se daban a conocer a la vez o poco después, como Luis Alberto de Cuenca. Comparten rasgos de los novísimos, pero aportan nuevos elementos:
- Hay cierto «decadentismo», con aires neo-modernistas, acompañado de un refinamiento estético que se llamó veneciano, a través de la reivindicación de la belleza como refugio o de actitudes decadentistas, como erotismo, sensualidad o complacencia en lo que va a desaparecer.
- Culturalismo es una corriente de poesía sobre poesía, el arte u otras realidades culturales. Numerosos poemas se inspiran en personajes históricos y obras artísticas, o incorporan citas de otros textos.
- También hay poetas que, sin dejar de ser muy de hoy, buscan sus raíces en el pasado, sobre todo en el clasicismo grecolatino o en nuestra poesía barroca.
- El minimalismo es una tendencia hacia el poema breve y denso.
- Barroquismo e influencia de las vanguardias. Buscan un lenguaje rico y elaborado, recuperan estrategias de las vanguardias, sobre todo del surrealismo.
LA POESÍA DE LOS ÚLTIMOS AÑOS:
A finales de los 70 y principios de los 80 continúan algunas de las líneas señaladas, pero ha habido un alejamiento de los aspectos más estridentes de los «novísimos» y una moderación de las experiencias, con cierto retorno a contenidos humanos y a las formas tradicionales. Durante las décadas de los 80 y 90, la poesía estuvo marcada por la oposición entre la poesía de la experiencia y la poesía del silencio. En la primera se propugna la cotidianidad, intimidad y la voluntad de afianzarse en el presente, recuperando el vínculo con el lector. La segunda es más abstracta, metafísica y neopurista, y en los poemas se reflexiona sobre el lenguaje como fundamento del ser, la preocupación por la muerte o el deseo de alcanzar la plenitud. He aquí algunos de los nombres más conocidos: Blanca Andréu, Andrés Trapiello, Luis García Montero…