Filosofía Política

1. Dos Conceptos de Política

La política define dos aspectos distintos de nuestra forma social de vivir:

Por una parte, son política todas las interacciones sociales, incluyendo las relaciones de poder, el estatus social y los roles que se desempeñan, la distribución de los bienes y la riqueza. Es política cualquier acción social, puesto que posee esa dimensión colectiva de la polis, de la ciudad. Por otra parte, la política es la actividad que nos conduce al poder, a conservarlo y utilizarlo para conseguir fines que son de interés general. Este es el sentido más habitual que le damos a la palabra, para referirnos a las elecciones y a los políticos, es decir, a la acción de gobernar.

Ambas dimensiones son estudiadas por la ciencia política, que reflexiona sobre la mejor forma de organización social. La disciplina de la política analiza las instituciones en las que se basa el poder, tratando de definir y llevar a cabo una sociedad justa. El análisis de la realidad política nos permite también comprender las bases de las distintas ideologías (las ideas y principios que rigen las acciones políticas), desarrollando una mejor cultura democrática y siendo más conscientes de los compromisos necesarios para mantenerla.

2. El Contrato Absolutista de Hobbes

El filósofo empirista inglés Thomas Hobbes vivió tiempos de guerra civil, que condicionaron el sistema político que ideó en su obra Leviatán (1651). En el estado de naturaleza reina la ley del más fuerte y el «todos contra todos». La razón mueve a establecer un contrato social y superar esa situación salvaje. Para conseguir la paz en la sociedad, se deben dejar la supervivencia y la seguridad en manos de un soberano absoluto, que garantice el orden social y la vida de sus súbditos. Estos, a cambio de su vida, ceden todos sus derechos al Estado absolutista, que recuerda al leviatán, un monstruo bíblico todopoderoso que no tiene más límite que cumplir su misión.

3. Locke: Un Contrato para las Libertades

El filósofo ilustrado John Locke luchó contra el absolutismo y, en su obra Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1689), defendió las libertades individuales y la capacidad del ser humano de construir su destino. El gran problema del absolutismo que defendía Hobbes es que, al disponer de todos los derechos y no adquirir deberes de ningún tipo, el monarca absoluto queda fuera del contrato social: sus privilegios lo hacen estar en «estado de naturaleza» respecto a sus súbditos. ¿Quién nos protege de ese estado que «nos protege»?

La razón nos descubre que, en el estado de naturaleza, los seres humanos poseemos algunos derechos: el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad fruto de nuestro trabajo y a actuar contra los abusos que podamos sufrir (derecho de venganza). Estas cuestiones no dependen de la sociedad, sino que la fundan. El problema es que el estado de naturaleza es inseguro, por lo que este derecho de venganza se cede al Estado, para que instaure las leyes.

El contrato es temporal y tiene como contrapartida el deber del estado de constituirse en un sistema parlamentario, pues la ley no puede ser arbitraria.

El sistema parlamentario adquiere unas obligaciones para cumplir adecuadamente su función, que es la mejora de las libertades individuales en el imperio de la ley, sin el temor a que la ciudadanía tome la justicia por su mano. Además, para garantizar el uso razonable de la autoridad, Locke propone que el poder esté dividido en legislativo, ejecutivo y federativo. Si el poder no cumple el contrato social, la ciudadanía tiene el legítimo derecho a la rebelión. Esto ocurriría si el monarca se sitúa por encima de la ley, o si una potencia extranjera se hace con el poder, por ejemplo.

El francés Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, también se preocupó por el problema del absolutismo, pues estaba convencido de que «todo hombre que tiene poder siente la inclinación a abusar de él». La solución que aporta en El Espíritu de las Leyes, siguiendo a Locke, es la división de poderes. La propuesta de Montesquieu ha dado lugar a nuestra división habitual en un poder ejecutivo, que inspira las leyes y toma decisiones, un poder legislativo, que discute y aprueba esas leyes, y un poder judicial, que las hace cumplir.

4. Rousseau: El Contrato del Pueblo

El pensador francés Jean-Jacques Rousseau cuestiona las supuestas dificultades del estado de naturaleza. El ser humano no es malvado antes de la sociedad: busca su supervivencia a través de un sano amor de sí, y respeta a sus congéneres gracias a la compasión, es un “buen salvaje”. El problema llega con la civilización, que introduce la propiedad privada y, con ella, la desigualdad: el lujo de las sociedades, el egoísmo y la codicia.

Su obra El Contrato Social explora cómo podría darse un pacto que recuperase lo mejor del estado de naturaleza, la igualdad entre sus miembros, reconociendo ciudadanos de pleno derecho. Para ello todos deben ceder completamente sus derechos en aras de un interés general, que los representa plenamente en el contrato social: la voluntad general.

5. El Estado Liberal: Liberalismo y Libertad

El liberalismo, del que Benjamín Constant fue un defensor en el siglo XIX, es un movimiento económico, filosófico y político que postula el respeto a las libertades individuales, así como el derecho de ejercer libremente la economía, sin la intervención del Estado; las dos dimensiones de la libertad que refleja el texto de Constant.

John Stuart Mill, en su obra Consideraciones sobre el Gobierno Representativo (1861), defendió la libertad entendida como individualidad. Su idea de gobierno justo refleja el ideal del Estado liberal: un gobierno democrático, participativo y plural, con división de poderes y sin excesiva burocracia y, especialmente, respetuoso con la libertad para los asuntos privados, interviniendo solo cuando puede dañarse a otros. La finalidad de este estado es promover el bien de la ciudadanía y su desarrollo moral e intelectual a través de la educación. Aunque defendió el sufragio universal, propuso una fórmula elitista, pues el voto de las personas con mayor cualificación profesional tenía más peso.

El liberalismo defiende el capitalismo, ese derecho, del que hablaba Constant, de disponer de la propiedad. El fundador del liberalismo económico, Adam Smith, explica en su obra La Riqueza de las Naciones (1776) que el orden natural nos lleva a la competencia y al capitalismo: los intercambios están regidos por el mutuo egoísmo, del que quiere pagar lo mínimo por adquirir un bien y ganar el máximo por ofrecerlo. Este mutuo egoísmo genera una negociación “natural”; en la que se llega a un equilibrio. El mercado tiene una «mano invisible» y llega por sí mismo a un equilibrio de oferta y demanda, por lo que el Estado debe «dejar hacer». Smith propone un Estado mínimo, que garantice las libertades civiles sin interferir en la economía.

6. El Estado Social: Socialismo e Igualdad

Karl Marx y Friedrich Engels, proponen una sociedad que podría escribir en su bandera «De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades», no puede ser de ninguna forma la sociedad capitalista, puesto que es injusta. De hecho, esa injusticia recorre toda la historia: los modos de producción se basan en una profunda desigualdad que genera explotación y dominio de una parte de la sociedad sobre otras. El origen de esta desigualdad es la propiedad privada, la posesión de los medios de producción por las clases dominantes, que son improductivas y oprimen a las clases trabajadoras.

Si se analiza la historia desde la perspectiva del materialismo histórico, observamos en todas las épocas una estructura económica: una forma de trabajar y unos poseedores de los medios de producción; y, al mismo tiempo, una superestructura, un conjunto de leyes, ideas y una organización del estado que son ideología, justificación del poder de las clases dominantes.

Esto se ve en los diferentes modos de producción históricos:

  • Sociedad esclavista: hay amos y esclavos. La propiedad son los seres humanos, su fuerza de trabajo.
  • Sociedad feudalista: hay nobles y siervos. La propiedad es la tierra, el feudo al que se vincula el trabajo.
  • Sociedad capitalista: hay capitalistas y proletarios. La propiedad es el capital, todo el valor generado por el trabajo.

Toda época hay una oposición entre poseedores y desposeídos que, paradójicamente, son quienes trabajan. Esto llevó a Marx a afirmar que «la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases»: cada sistema económico tiene en esta tensión una contradicción interna que se resuelve mediante una revolución política, en la que se cambia el sistema. El problema es que ese cambio solo transforma las relaciones de dominio, no las elimina, por lo que genera la alienación constante de los seres humanos. Estar alienado significa «ser otro»; esto es, no disponer de los frutos de tu trabajo, no tener claro cuáles son tus intereses, estar «dormido» por la ideología dominante o por la religión, a la que Marx califica como «opio del pueblo». La propuesta del socialismo científico, que significaba el futuro necesario de la historia, era terminar con esta explotación constante, tras adquirir conciencia de clase, y producir una revolución social que se podía conseguir en tres fases: dictadura del proletariado (el proletariado controla el Estado en oposición a una “dictadura burguesa”); estado socialista (desaparece cualquier forma de propiedad privada, haciendo colectivos los medios de producción); y sociedad comunista (no existe la propiedad privada y con ella desaparecen las relaciones de explotación y el propio estado, dándose una sociedad igualitaria y perfecta).

El marxismo ha sido muy influyente en la política posterior. Por una parte, ha derivado en la llamada socialdemocracia: el gobierno de partidos socialistas cuya finalidad es conseguir el estado del bienestar dentro del sistema capitalista, estableciendo la justicia social. Durante el siglo XX, en la llamada guerra fría, el socialismo supuso una alternativa al modelo de las democracias liberales. La escuela de Frankfurt (Adorno, Marcuse, Habermas), con su teoría crítica, protagonizó una polémica política con el liberalismo, defendiendo una ilustración «más justa» que la liberal, entendiendo el progreso como emancipación, como liberación de la opresión económica y la alienación que supone la lógica de dominio capitalista.

7. El Derecho

En su sentido jurídico, el derecho es el conjunto de normas que rigen la convivencia, recogidas en leyes y protegidas por un poder con capacidad para hacerlas cumplir y para castigar si se incumplen. Los derechos individuales resultan de proteger y respetar estas normas, aquello que es correcto hacer -o no- con los seres humanos a los que se aplica el derecho.

¿Tenemos derechos por ser personas o porque somos parte de la sociedad? En el derecho hay dos formas distintas de explicar su origen:

  • Según el derecho natural existen derechos innatos, que deben ser respetados. Esta doctrina se denomina iusnaturalismo. Para Tomás de Aquino hay una ley natural, unos mandatos que se desprenden de nuestra naturaleza humana -sobrevivir, procrear, vivir en sociedad…- que justifican los derechos naturales, fundamentalmente el derecho a la vida.
  • Según el derecho positivo, los derechos son convencionales; se crean para establecer las normas de una sociedad, que permiten regular un Estado. Esta doctrina se denomina iuspositivismo. Para el jurista Hans Kelsen, la clave del derecho es construir una ciencia de la regulación social con el fin de establecer las normas, sin juicios de valor sobre qué es la naturaleza humana.