Marx y Hegel

Hegel (1770-1831), máximo exponente del idealismo alemán, fue el primero en usar el concepto de alienación, que Marx también utilizará con un sentido diferente. Para Hegel, la Idea o el Absoluto, única realidad existente, se realiza históricamente en un proceso de “extrañación”, en un proceso dialéctico, y la naturaleza o la materia solo es un momento dentro de ese proceso, concretamente el momento de extrañación, el momento en el que el Absoluto se encuentra totalmente fuera de sí (alienado); este momento es totalmente necesario, puesto que, a través de su superación, la Idea alcanza su plena realización y llega a convertirse en Espíritu Absoluto. Por tanto, según Hegel, es el Espíritu Absoluto el que se aliena en la naturaleza, objetivándose en las cosas, y solo supera la alienación volviendo a sí mismo en la autoconciencia. Feuerbach también usó el concepto de alienación, pero se lo aplicó al ser humano, que vive alienado a causa de la religión: el hombre se encuentra “extrañado” o “enajenado” de sí mismo porque se despoja de cualidades que le pertenecen (bondad, justicia…) para atribuírselas a Dios.

Marx, por su parte, aplica el concepto de alienación al ámbito del trabajo humano, que debería ser la esencia del hombre y lo que le da dignidad, pero que en la práctica se convierte en forma de explotación. La alienación en Marx es principalmente económica y tiene una doble vertiente:

  • Respecto al producto de su trabajo, porque al trabajador no le pertenece ni se ve reconocido en lo que produce, es decir, lo que produce es una mercancía que se convierte en capital y, por tanto, un instrumento de explotación de su fuerza de trabajo.
  • Respecto al acto de trabajar, porque el trabajador no tiene libertad para elegir no realizarlo, sino que está obligado a vender su fuerza de trabajo al capitalista para sobrevivir.

Marx habla de otras formas de alienación (política, religiosa, cultural, etcétera), pero todas ellas tienen su origen y explicación en la alienación económica. En segundo lugar, añadir que Hegel fue el gran teórico de la superación constante de todo: las ideas se superen sin cesar y en la naturaleza no existen entidades estáticas, sino cambio continuo. Toda idea o hecho (tesis) contiene en sí misma su propia contradicción o negación (antítesis) y, a su vez, ambos elementos (la afirmación de una realidad y su negación) se reconcilian en la negación de la negación (síntesis). A este proceso de superación Hegel lo llama dialéctica: es la ley del mundo porque toda realidad se despliega dialécticamente, y es la ley de la razón porque esta se despliega según una lógica dialéctica.

Marx compartía con Hegel que la realidad no es estática, sino dinámica y cambiante, llena de contradicciones que la obligan a transformarse para superarlas. Sin embargo, Marx rechaza el idealismo de Hegel al que opone un convencido materialismo: no son las ideologías (ideas) las que determinan una realidad concreta, sino que es la realidad material la que produce su propia ideología (ideas). De hecho, Marx dice que el sistema de producción (infraestructura) es el que condiciona la cultura, la religión, las costumbres y la moral de la sociedad (superestructura). O, en otras palabras, las condiciones económicas determinan la forma de pensar y cosmovisión de una sociedad. Por tanto, la infraestructura (sistema económico: fuerzas y relaciones de producción) determina la superestructura (cultura, instituciones, ideologías, costumbres, normas…).

Marx y Kant

El imperativo categórico de Inmanuel Kant nos dice: “Obra siempre según una máxima que puedas querer que se convierta en ley universal”; y una segunda formulación del mismo es la siguiente: “Nunca trates a un ser humano como medio; trátalo siempre como un fin”. Al emprender cualquier acción -dice Kant- debemos pensar si el motivo que nos lleva a actuar puede ser universalmente deseable; si lo es, la acción es buena y debemos hacerla, y si no lo es, la acción es mala y no debemos hacerla. Por tanto, el imperativo categórico de Kant nos dice que los seres humanos deben ser tratados siempre como fines en sí mismos, nunca como medios para conseguir cualquier otra cosa. En el mismo sentido, Marx rechaza que los seres humanos, en concreto la clase obrera o proletariado, sean tratados como medios o instrumentos de la clase dominante (burguesía) para enriquecerse y aumentar su capital. Marx rechaza el sistema económico capitalista porque trata a la clase obrera como si fuera una mercancía más, es decir, convierte al ser humano en una cosa, lo cosifica, al tratarlo como un instrumento y ponerlo en la misma categoría que el resto de los medios de producción. La solución de Marx para que el ser humano deje de ser un medio y se convierta en un fin es la abolición de la propiedad privada y el establecimiento de la sociedad comunista, que supondrá la liberación de la humanidad y el fin de la historia.

Con respecto a la religión, Kant reconoce que no es posible tener conocimiento de entidades metafísicas como Dios o el alma humana, porque están más allá de la experiencia, pero al mismo tiempo nos dice que, en el ámbito de la razón práctica (ética), tenemos que postular estas ideas como verdaderas porque son esenciales para guiar nuestra vida moral y nuestras acciones. Marx, por el contrario, dice que la religión es “el opio del pueblo” y un obstáculo para la liberación de la humanidad. La religión forma parte -según Marx- de la superestructura (cultura, instituciones, ideologías, costumbres…) y, por tanto, está al servicio de la infraestructura (sistema económico). Por este motivo, las religiones solo son un medio para adormecer y mantener oprimidas a las clases desfavorecidas: la creencia en un futuro celestial, en el que todos serán iguales ante Dios, propicia que se acepten las desigualdades e injusticias reales. La promesa de un más allá frena las ansias de transformación social y hace aceptables situaciones intolerables.

Por último, Marx considera a Kant como “un filósofo de salón más”, es decir, como un filósofo que solo se ha dedicado a “interpretar la realidad”: Y es que, según Marx, “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo” (Tesis sobre Feuerbach).

Marx y Rosa Luxemburgo

Rosa Luxemburgo (1871-1919) fue una pensadora y activista política marxista que, sin embargo, criticó diversas corrientes del marxismo de su época. Aunque apoyó la Revolución Rusa de 1917, rechazó que el poder recayera en un partido único y no en el proletariado, porque esto llevaría a la dictadura política en la que finalmente se convirtió la URSS. En su obra Reforma o revolución (1900), Luxemburgo defiende, por un lado, la idea marxista heredada de Hegel de que la historia avanza dialécticamente en virtud de contradicciones internas que tienen que superarse; y, por otra, rechaza de forma tajante la nueva idea de los revisionistas marxistas de que no es necesario hacer la revolución, sino que el capitalismo puede reformarse para conseguir una mejor redistribución de la riqueza y de la renta. Igual que Marx, Luxemburgo defiende una revolución radical como única manera de acabar con la infraestructura económica de la sociedad y, por tanto, con las relaciones de producción que provocan la explotación de la clase trabajadora.

Según Marx, el capitalismo, debido a sus contradicciones internas, contiene la semilla de su autodestrucción: sucesivas crisis de superproducción se traducirán en una baja demanda que hará bajar los precios y, poco a poco, irán arruinando a los pequeños capitalistas, que pasarán a formar parte del proletariado, quedando el capital acumulado cada vez en menos manos. Los proletarios, cada vez más numerosos y empobrecidos, tomarán conciencia de su situación, haciendo una revolución social que instaurará una dictadura del proletariado que abolirá la propiedad privada de los medios de producción y, finalmente, se llegará al socialismo. Luxemburgo, en su obra La acumulación del capital, defiende esta visión de Marx, pero dice que es incompleta. En este sentido, Luxemburgo amplía el análisis de Marx introduciendo el concepto de imperialismo: el capitalismo de su época aún tenía aguante para soportar las crisis de superproducción gracias a la venta de los excedentes en los mercados emergentes de las colonias europeas en África y Asia; asimismo, el capitalismo exportaría su modelo de explotación a las colonias donde además podría reinvertir el capital acumulado. Las crisis económicas se reducirían en los países desarrollados, donde incluso los trabajadores mejorarían sus condiciones de vida, pero no en los países colonizados. Pese a su análisis, Luxemburgo considera que el aplazamiento de las crisis sería solamente temporal y que, finalmente, habrá una crisis de superproducción global que pondrá fin al capitalismo. La principal aportación de Luxemburgo, por tanto, es que introduce una etapa más, el imperialismo, en la evolución natural del capitalismo hacia el comunismo que había descrito Marx.

Por último, señalar que Luxemburgo defiende una revolución social “desde abajo”, es decir, liderada por la masa del proletariado y no por organizaciones burocráticas como partidos políticos o sindicatos; en este sentido, Luxemburgo reutiliza el concepto marxista de alienación para referirse esta vez a la opresión de las organizaciones burocráticas. Los partidos políticos y sindicatos no deben ser protagonistas de la revolución, sino que su única función es hacer surgir la conciencia revolucionaria entre la clase obrera. Esta idea conocida como espontaneísmo defiende que la acción revolucionaria debe pasar por un auténtico movimiento de masas espontáneo y no organizada por partidos o sindicatos.

Marx y Simone de Beauvoir

Simone de Beauvoir (1908-1986), autora de El segundo sexo, es una de las filósofas más importantes del siglo XX y una de las principales representantes del movimiento feminista. En sus obras reivindica el valor, la dignidad y la igualdad de la mujer. En El segundo sexo, retomando el concepto de Marx heredado de Hegel, denuncia la alienación de la mujer a lo largo de la historia y pone al descubierto la falacia intelectual que ha condenado a la mujer a ser el otro, el complemento, y que ha justificado dicha condena. Asegura que si no hay naturaleza humana preexistente que determine la forma de ser humano, entonces tampoco hay una naturaleza femenina innata que justifique la situación injusta de las mujeres en la sociedad del momento. En palabras de Beauvoir, «la mujer no nace; se hace». La creencia tradicional de que existe una feminidad caracterizada por la sensibilidad, la dependencia, la falta de ambición o el instinto protector es falsa y, si hombres y mujeres son diferentes, se debe únicamente a razones culturales. Beauvoir denuncia que la educación y los convencionalismos sociales han condenado a la mujer al ostracismo intelectual, laboral, económico y cultural. Y, puesto que se ha reconocido que hombre y mujer tienen libertad para escoger su modelo de vida, es hora de que la mujer reivindique su lugar en el mundo y deje de ser el segundo sexo.

Por tanto, tanto Karl Marx como Simone de Beauvoir criticaron las estructuras de poder y represión existentes en las sociedades de sus respectivas épocas, centrándose Marx en la explotación de los trabajadores y Beauvoir en la opresión sobre las mujeres. En el mismo sentido, tanto Marx como Beauvoir defendieron la liberación de los oprimidos, en el caso del primero en referencia al proletariado que es explotado por la burguesía y en el caso de la segunda a las mujeres que han vivido históricamente bajo el yugo del patriarcado.

Beauvoir realiza además una lectura de Marx para explicar cómo se interrelacionan ser de clase obrera y ser mujer. En este sentido, explica cómo las mujeres son explotadas más vergonzosamente que los trabajadores del sexo opuesto y habla de los ambiguos resultados de la revolución industrial: por un lado, a las mujeres se les ofrecieron nuevas oportunidades, pero, por otro, la combinación de su sexo y su condición de clase trabajadora supuso que fueran explotadas de forma extrema. Basándose en Marx, escribe sobre cómo se utilizaba a las mujeres principalmente en hilanderías y tejedurías, donde estas actividades se realizaban en condiciones higiénicas lamentables, y explica que ser mujer las exponía a formas específicas de precariedad en el lugar de trabajo, incluida la amenaza de violencia sexual.

Beauvoir defenderá sin embargo que la opresión a las mujeres, como toda opresión, no procede tanto de las condiciones materiales (económicas) de la sociedad, sino más bien de la tendencia natural del ser humano a dominar al otro y, por este motivo, descarta que la opresión de las mujeres vaya a desaparecer con la llegada del socialismo.

Capital

El capital es dinero susceptible de multiplicarse, dinero que engendra dinero, y es la base del sistema capitalista, cuya riqueza se mide en cantidad de dinero: las personas valen por el dinero que tienen y el trabajo vale por el dinero que genera.

El capital es un tipo de dinero diferente del salario. El salario es el dinero que recibe un proletario a cambio de su trabajo; con él el trabajador resuelve sus necesidades y repone sus fuerzas para seguir trabajando. El capital es el dinero que el capitalista o burgués obtiene de vender lo que el proletario produce; con él el burgués puede hacer mucho más que sobrevivir. Por ello podemos decir que el dinero que entra en el bolsillo del proletario, el salario, es moneda impotente, mientras el dinero que entra en el bolsillo del burgués, el capital, es moneda potente. La diferencia entre lo que una persona puede hacer en la vida dependiendo de si su dinero es salario o capital es el fundamento de la explotación.

El capitalismo es un sistema económico cuya riqueza es el dinero, y al que le interesan por tanto las cosas y el trabajo en la medida en que producen dinero. El dinero, no el hombre, es su finalidad. El dinero y el trabajo no son en el capitalismo medios para que viva el hombre: el hombre y su trabajo son medios para que se multiplique el dinero. El hombre no es un sujeto que maneja el dinero como instrumento, sino al revés: el dinero es el sujeto que maneja al hombre convertido en instrumento.

El dinero, como Dios para Feuerbach, es para Marx lo que existe por encima y antes que el hombre, es el sujeto, el protagonista de la vida humana, y los hombres son sus siervos. Por eso en el capitalismo los hombres no son libres, unos están explotados y todos están alienados.

Trabajo

El trabajo es la fuerza que un ser humano aplica con su cuerpo para producir. En el sistema capitalista la fuerza de trabajo la pone la clase proletaria, mientras la clase burguesa es dueña de los medios de producción: tierra, industrias y máquinas.

El trabajo en el modo de producción capitalista es un trabajo alienado o, dicho de otro modo, la forma de trabajar aliena a los proletarios, y los aliena por los siguientes motivos:

  1. El proletario no se considera un hombre que trabaja sino fuerza de trabajo que se compra y se vende.
  2. Durante el tiempo de trabajo el obrero produce cosas, pero esas cosas no son suyas y por tanto no le interesan.
  3. Como lo que produce no es suyo, la actividad que el proletario desempeña durante el tiempo laboral tampoco le interesa: solo le interesa de su trabajo el salario que recibe.
  4. Fuera del tiempo de trabajo -en la época de Marx los obreros trabajaban 14 horas o más- el proletario solo tiene tiempo para comer y dormir, es decir, para reponer fuerzas para seguir trabajando y engendrar hijos que repondrán la fuerza de trabajo en el futuro.
  5. Con esta vida, el proletario no puede relacionarse con los demás satisfactoriamente: se entrega al alcohol para olvidar su triste vida, o a la religión para calmarse pensando que al morir vivirá mejor. Por eso, Marx dice que “la religión es el opio del pueblo”.

En el sistema capitalista los burgueses también están alienados, porque se identifican con el dinero y creen que valen en función del dinero que tienen, pero viven mejor que los proletarios porque no están explotados.

La liberación de la sociedad tiene que ser protagonizada por el proletariado para que los seres humanos puedan ser libres trabajando de otra manera.

La liberación de la sociedad llegará después de una revolución social en la que la economía capitalista, basada en la propiedad privada de los medios de producción, sea sustituida por una economía comunista, basada en la propiedad común de los medios de producción. En esa economía la fuerza de trabajo la aportan todos los miembros de la sociedad, que no son considerados mera fuerza de trabajo sino personas libres que trabajan; y se trabaja para resolver las necesidades que realmente tenemos, produciendo bienes con valor de uso, no con valor de cambio. Trabajando de ese modo todos los miembros de la sociedad trabajan y todos tienen tiempo libre para dedicarlo a sus aficiones y a cultivar entre ellos relaciones de ciudadanía.

Plusvalía

La fuerza de trabajo del obrero produce mercancías, y es una mercancía a su vez porque se cambia por dinero: el capitalista la compra, paga al proletario, y el proletario la vende, cobra un salario por ella. El salario se calcula sumando el precio de las mercancías (comida, vestido, habitación, transporte) que el trabajador tiene que consumir para seguir vivo y seguir trabajando.

El capitalista compra la fuerza de trabajo del obrero, le paga al obrero su salario, y después se apropia de las mercancías que el obrero produce: lo que el obrero produce le pertenece al capitalista. A continuación, el capitalista vende esas mercancías a un precio mucho mayor que el salario que ha pagado al obrero por producirlas, y esa diferencia entre lo que el capitalista gana por vender las mercancías y el salario que le ha pagado al obrero por producirlas es la plusvalía.

La plusvalía es el origen de la ganancia del capitalista y de la explotación del trabajador, pues, por este procedimiento, el capitalista puede enriquecerse cada vez más mientras el obrero siempre vivirá con lo justo. El dinero que entra en el bolsillo del obrero es salario, y el salario es moneda impotente, moneda con la que el proletario no puede más que sobrevivir para seguir trabajando; en cambio, el dinero que entra en el bolsillo del capitalista es capital, y el capital es moneda potente, moneda que se multiplica con la que el capitalista puede hacer mucho más que sobrevivir. Por eso el proletario está explotado.

Alienación

Una persona está alienada cuando tiene una imagen errónea de sí misma, es decir, cuando es una extraña para sí misma y vive fuera de sí. Alienus en latín significa “otro” y con Marx adquiere el sentido peyorativo de “extrañado o fuera de uno mismo”; por eso se dice de quien tiene una imagen falsa de sí mismo que está alienado. Estar alienado significa no identificarse ni reconocerse a uno mismo y, por tanto, es sinónimo de deshumanización.

Según Feuerbach, la causa de la alienación del hombre es la religión, y según Marx la causa de la alienación es la propiedad privada, que es la base del sistema de explotación capitalista. En las dos clases sociales que genera el modo de producción capitalista todos los individuos están alienados, tanto los burgueses como los proletarios.

El burgués o capitalista está alienado porque maneja capital, fuerza monetaria, dinero que engendra más dinero, y se convierte en una personificación de esa fuerza. Su vida consiste en manejar y multiplicar el dinero y termina identificándose con lo que maneja: las cualidades del dinero se convierten en sus propias cualidades, es más importante mientras más dinero tiene, vale por la cantidad de dinero que acumula o por el dinero que cuestan las cosas que posee, es decir, vale por su dinero, no por su persona. Además, el capitalista está alienado porque no utiliza el dinero para vivir sino que pone su vida al servicio del dinero.

El proletario, por su parte, está alienado por la forma en que trabaja. En principio, según Marx, debería ser a través del trabajo como el ser humano consigue su realización y dignificación