Conceptos Filosóficos Clave: De la Edad Media a la Época Contemporánea
Conocimiento Medieval
En su obra De diversis quaestionibus (Cuestiones diversas), San Agustín plantea el problema de la realidad a través de un dualismo ontológico conocido como ejemplarismo, que postula que el mundo y todas sus criaturas son reflejos o imágenes de modelos ideales o arquetipos que existen en la mente divina de Dios. Este concepto se integra en el marco de la creación divina descrito en el Génesis, donde el mundo es creado de la nada (creatio ex nihilo) siguiendo los arquetipos en la mente eterna de Dios. Aunque las criaturas materiales son imperfectas en comparación con los arquetipos divinos, participan en la perfección y el orden que caracterizan a la mente de Dios, y su perfección se mide por su grado de participación. Cristo, en este contexto, es visto como el Ejemplar perfecto, representando la manifestación ideal de la humanidad en su unión con Dios.
Este ejemplarismo se complementa con la influencia de la filosofía estoica a través de la doctrina de los logoi spermatikoi o razones seminales, que explican cómo las verdades divinas están presentes en el mundo de manera latente y necesitan manifestarse plenamente en la historia. Estas razones seminales guían la revelación de Dios en el mundo y están impregnadas en toda la naturaleza, permitiendo que las cosas se desarrollen de acuerdo con el orden racional del universo. Entonces, es la revelación de Cristo la que culmina la verdad contenida en estas razones seminales, permitiendo que la verdad sea conocida en su totalidad.
Por otro lado, en su obra Confesiones, San Agustín plantea el problema del conocimiento en términos de dos vías complementarias: la razón y la fe. La razón puede guiarnos a reconocer la existencia de Dios, pero presenta límites para comprender su esencia plenamente. En este contexto, la fe permite a la razón superar estos límites, de modo que ambas se enriquecen mutuamente. Este vínculo entre fe y razón se expresa en el lema “Crede ut intelligas, intellige ut credas” (“Cree para entender, entiende para creer”), indicando que la fe es necesaria para acceder a ciertas verdades que la razón no puede alcanzar sola, mientras que la razón fortalece la fe profundizando en su comprensión.
San Agustín también aborda el escepticismo, afirmando que existen verdades seguras, como la certeza de la propia existencia (“si fallor, sum” — “si me equivoco, existo”). Esta certeza de la existencia permite afirmar que es posible conocer otras realidades, y conduce a San Agustín a defender que las esencias de las cosas, que existen en el pensamiento divino, pueden ser conocidas a través de la iluminación divina. Para él, conocer las esencias de las cosas implica una introspección en la que el ser humano encuentra reflejadas, aunque de forma imperfecta, las ideas divinas. Así, San Agustín desarrolla su teoría de la iluminación, según la cual Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo que permite que el ser humano participe del conocimiento divino.
Ser Humano Medieval
San Agustín sostiene que el alma humana es creada por Dios, pero esta afirmación plantea preguntas sobre su origen. Se interroga sobre cuándo y cómo se crea el alma, lo que se convierte en un tema de reflexión importante para él y para otros filósofos cristianos de la época, conocidos como los Padres de la Iglesia. San Agustín presenta dos interpretaciones sobre la creación del alma: la primera sugiere que cada alma es resultado de un acto creador de Dios en cada procreación humana; la segunda sostiene que Dios solo creó el alma de Adán y Eva, de la cual se derivan todas las almas subsiguientes. En esta perspectiva, los padres no solo engendran el cuerpo de sus hijos, sino que Dios crea el alma (creacionismo), o bien, que en el momento de la concepción se generan tanto el cuerpo como el alma (traducianismo). En ambos casos, se mantiene que el origen del alma proviene de Dios.
Las dos propuestas sobre el origen del alma presentan desafíos relacionados con el pecado original y la naturaleza del alma. Según la herejía del pelagianismo, el pecado original solo afecta a Adán y Eva, lo que implicaría que la humanidad no tiene una inclinación innata al mal. Esto plantea la pregunta de cómo se transmite el pecado original de padres a hijos. Desde la perspectiva del traducianismo, al generarse el alma con parte del alma de los progenitores, se podría explicar la transmisión del pecado original. Sin embargo, esta teoría enfrenta dificultades en relación con la idea de inmortalidad del alma, ya que, si el alma es simple e inmortal, no podría derivarse de partes de otras almas. Por otro lado, el creacionismo también presenta problemas, ya que podría implicar que Dios es responsable de imprimir el pecado original en las almas que crea, lo que generaría cuestiones sobre la justicia divina.
San Agustín se inclina más por el traducianismo, ya que le permite justificar mejor la transmisión del pecado original. No obstante, reconoce las serias dificultades que esta postura presenta para explicar la simplicidad y la inmortalidad del alma. En su carta 166 dirigida a San Jerónimo, San Agustín admite que estaría dispuesto a aceptar la idea de la creación de cada alma por un acto especial de Dios, siempre que se pudiera garantizar al mismo tiempo la transmisión del pecado original. Así, aunque favorece el traducianismo por sus ventajas en la explicación del pecado original, también enfrenta los retos que esta elección conlleva respecto a la naturaleza del alma.
Política Medieval
San Agustín propone una concepción del tiempo basada en una perspectiva lineal y teleológica, influida profundamente por el cristianismo y en particular por el Apocalipsis. En contraste con el pensamiento griego, donde autores como Platón y Aristóteles concebían el tiempo de forma cíclica, San Agustín introduce una visión en la que el tiempo progresa en una sola dirección, con un inicio en la Creación y un propósito final en el Juicio Final. En su obra La Ciudad de Dios, estructura la historia humana en seis edades que reflejan los seis días de la Creación. La sexta edad corresponde al tiempo presente, marcado por la llegada de Jesucristo y la espera de su retorno. Esta espera desembocará en la séptima edad, que será la vida eterna tras el juicio divino. Este modelo lineal subraya el carácter irreversible del tiempo y el desarrollo de la historia según el plan providencial de Dios, con eventos clave como la Creación, la Encarnación de Cristo y el Juicio Final, que concluyen con el establecimiento del Reino eterno de Dios.
En la misma obra, San Agustín también expone su visión de la dualidad moral de la vida humana y política, reflejada en las dos ciudades: la Ciudad Terrenal y la Ciudad de Dios. La Ciudad Terrenal representa a quienes rechazan a Dios por amor propio, caracterizada por un enfoque en los placeres y las leyes humanas; esta ciudad, orientada hacia los deseos efímeros y la satisfacción personal, está destinada a la condenación. En contraste, la Ciudad de Dios está formada por quienes priorizan el amor a Dios y al prójimo sobre el amor propio, siguiendo las leyes divinas que condenan el hedonismo y promueven la virtud. Ambas ciudades existen en la tierra y encuentran su reflejo en el más allá: los demonios rebeldes encarnan la Ciudad Terrenal, mientras que los ángeles fieles representan la Ciudad de Dios. Los personajes bíblicos de Caín y Abel simbolizan estas ciudades, con Caín, el fundador de la Ciudad Terrenal, oponiéndose a Abel, representante de la Ciudad de Dios. Así, San Agustín considera que los gobiernos terrenales tienen una función temporal y limitada, incapaces de alcanzar la verdadera paz y justicia, las cuales solo se realizarán plenamente en el Reino de Dios al final de los tiempos.
Dios Medieval
Santo Tomás de Aquino en su libro Suma Teológica combina la teología cristiana con la filosofía aristotélica, buscando argumentos racionales que demuestren la existencia de Dios. La existencia de Dios es una verdad de fe, pero no es evidente para todos, ya que algunas personas no creen. Por ello, distingue entre dos tipos de verdades: las de fe y las de razón, que corresponden a la teología revelada y la teología natural.
Teología Revelada
Se basa en las verdades reveladas por Dios a través de la Biblia y la tradición cristiana. Son incomprensibles para la razón humana y se aceptan por fe, no porque puedan ser demostradas racionalmente.
Teología Natural
Se basa en la razón y la experiencia sensible. Algunas verdades sobre Dios, como su existencia, la inmortalidad del alma o la naturaleza de los ángeles, pueden ser conocidas a través de la razón y la observación del mundo.
Santo Tomás sostiene que la existencia de Dios puede ser demostrada racionalmente, pero rechaza el argumento ontológico de San Anselmo, que intenta demostrar a priori la existencia de Dios. Propone que la existencia de Dios se demuestra a posteriori, partiendo de lo que es indudable para el ser humano: el mundo sensible. Además, para él ambas teologías son complementarias. Las verdades reveladas y las alcanzadas por la razón no se contradicen. Las verdades de fe no se pueden entender completamente por la razón, pero la teología natural ayuda a reforzar la fe sin sustituirla. La razón lleva al conocimiento de Dios, pero hay límites donde solo la fe puede proporcionar respuestas.
Las Cinco Vías comienzan con la observación de la realidad sensible y aplican el principio de causalidad, descartando la posibilidad de una regresión infinita de causas.
- Primera Vía: El argumento del movimiento: Todo lo que se mueve es movido por otro. Como no puede haber una cadena infinita de motores, debe existir un primer motor inmóvil, que es Dios.
- Segunda Vía: El argumento de la causalidad eficiente: Nada puede ser causa de sí mismo. Si no puede haber una cadena infinita de causas, debe haber una causa primera no causada por otra, que es Dios.
- Tercera Vía: El argumento de la contingencia: Si todo fuera contingente, en algún momento no habría existido nada. Como algo debe haber existido, debe existir un ser necesario, que es Dios.
- Cuarta Vía: El argumento de los grados de perfección: Si hay grados de perfección en la naturaleza, debe existir un ser absolutamente perfecto del cual derivan todos esos grados. Ese ser es Dios.
- Quinta Vía: El argumento de la finalidad o del orden en la naturaleza: Las cosas actúan ordenadamente para lograr fines específicos. Como los seres no inteligentes no pueden orientarse por sí mismos, debe haber un ser inteligente que los dirija hacia esos fines. Este ser es Dios.
Realidad y Ser Humano Modernos
Descartes en su libro Meditaciones metafísicas plantea un dualismo radical, dividiendo la realidad y el ser humano en tres sustancias distintas: res cogitans, res extensa y res infinita.
Res Cogitans (Sustancia Pensante)
Es inmaterial y su atributo esencial es el pensamiento. Representa el alma humana, encargada de actividades como pensar, dudar, imaginar o desear, además de generar ideas que provienen de los objetos materiales.
Res Extensa (Sustancia Extensa)
Es material y su atributo esencial es la extensión, lo que implica que ocupa espacio y está sujeta a las leyes físicas. Incluye los cuerpos, tanto humanos como el resto de los objetos del mundo.
Res Infinita (Sustancia Infinita)
Esta sustancia corresponde a Dios, la única que existe por sí misma y cuya característica principal es la infinitud. Dios es perfecto y es el creador del universo mecánico.
El concepto de sustancia en Descartes significa aquello que “existe por sí mismo”, y cada sustancia tiene un atributo esencial que la define: el pensamiento para la res cogitans y la extensión para la res extensa. Así, todo lo que existe se reduce a estos dos atributos fundamentales.
El mecanicismo es otro aspecto clave del pensamiento cartesiano, particularmente en su visión del mundo natural. Descartes concibe el universo como una máquina que sigue leyes mecánicas inmutables. Todo lo material, incluidos los cuerpos y fenómenos naturales, está gobernado por estas leyes, y el universo funciona de forma autónoma tras haber sido creado por Dios como un reloj que se pone en marcha sin necesidad de intervención divina constante. Este modelo determina que todo lo que ocurre en la naturaleza está predeterminado por causas eficientes, sin necesidad de fines o propósitos como defendía Aristóteles. Los animales, en esta visión, son considerados autómatas, máquinas que responden a estímulos sin alma ni conciencia.
El ser humano es descrito como un ser dualista: tiene cuerpo (res extensa) y alma (res cogitans). Descartes plantea el problema de cómo interactúan estas dos sustancias tan diferentes: la mente, que es inmaterial, y el cuerpo, que es material. Propuso que esta interacción se lleva a cabo a través de la glándula pineal, situada en el cerebro, considerada como el punto de conexión entre la mente y el cuerpo. Sin embargo, esta solución ha sido muy criticada, ya que no explica de manera satisfactoria cómo una sustancia inmaterial puede influir en una material.
Política Moderna
Jean-Jacques Rousseau, en su obra El contrato social, plantea que el problema de la sociedad no radica en la naturaleza del ser humano, sino en la forma en que esta se ha construido, especialmente a partir de la propiedad privada y las desigualdades que esta genera. Para él, la verdadera libertad solo puede alcanzarse mediante la sumisión del individuo a la voluntad general, ya que de esta manera se lograría una sociedad justa e igualitaria.
Rousseau es un pensador que pertenece a la tradición del contractualismo, una corriente filosófica que explica el origen del Estado y la autoridad política sin recurrir a la idea del derecho divino de los reyes. Esta corriente de pensamiento, desarrollada entre los siglos XVII y XVIII, ofrece una explicación racional sobre la existencia de las sociedades políticas, la legitimidad del poder y la obediencia de los ciudadanos. Thomas Hobbes, en su obra Leviatán, plantea que en el estado de naturaleza los seres humanos viven bajo la ley del más fuerte, lo que lleva a una situación de violencia constante. John Locke, por su parte, critica la idea de Hobbes y propone que el poder del soberano debe estar limitado y dividido en tres poderes: legislativo, ejecutivo y federativo, asegurando así un sistema de pesos y contrapesos que evite los abusos de poder.
Rousseau se distancia de Hobbes y Locke y plantea una visión diferente del contrato social. Mientras Hobbes ve el estado de naturaleza como una situación de violencia y Locke como un espacio de derechos naturales, Rousseau introduce la teoría del buen salvaje. Según esta teoría, el ser humano en su estado natural es pacífico, libre y feliz, sin ambiciones ni desigualdades, pues la propiedad privada aún no ha surgido. Es la sociedad la que lo corrompe, generando egoísmo, envidia y conflictos. Rousseau considera que la desigualdad surge con la propiedad privada, entendiéndolo como el tránsito desde el estado de naturaleza al estado social, lo que lleva a la formación de estructuras políticas que protegen los intereses de los ricos y poderosos. Para él, la sociedad no solo no resuelve los problemas del estado de naturaleza, sino que los agrava, generando opresión y desigualdad.
Rousseau propone una solución para la degeneración de la sociedad: los ciudadanos deben establecer un nuevo contrato social que les permita recuperar su libertad e igualdad. Este contrato se basa en la voluntad general, que representa el interés colectivo por encima de los intereses individuales. La clave de su teoría es que la verdadera libertad consiste en la sumisión total a la voluntad general. Al ser los ciudadanos quienes crean las leyes, al obedecerlas no están sometidos a una autoridad externa, sino a su propia voluntad colectiva. Sin embargo, para que este sistema funcione, la cesión de libertades debe ser total. Cuando un ciudadano no está de acuerdo con la voluntad general, el Estado tiene el deber de forzarlo a ser libre, es decir, de hacer que su voluntad individual coincida con la del cuerpo político.
Dios Moderno
Descartes en su libro Discurso del método aborda el problema del solipsismo, que es la duda sobre la existencia del mundo exterior y de otras mentes, una cuestión que surge tras su descubrimiento de la primera certeza indudable: cogito ergo sum (pienso, luego existo). Una vez que se afirma que el ser pensante existe, Descartes se enfrenta al desafío de cómo saber si lo que percibe realmente existe fuera de su mente. Para resolver esto, propone demostrar la existencia de un ser perfecto, Dios, ya que, según él, si Dios es un ser perfecto, no permitiría que los seres humanos estemos permanentemente engañados en nuestra percepción de la realidad. Así, la existencia de Dios se convierte en la clave para superar el solipsismo, porque garantiza que el mundo externo existe y que nuestras percepciones no son ilusorias, ya que un ser perfecto no nos engañaría.
Para Descartes, la idea de Dios es innata, es decir, forma parte de nuestra mente desde el momento de nuestro nacimiento. Esta idea no puede ser el resultado de una experiencia sensorial ni de la imaginación humana, ya que es la idea de un ser infinito y perfecto, y nosotros, como seres finitos, no podemos generar conceptos de lo infinito o lo perfecto. Descartes emplea un razonamiento causal para demostrar la existencia de Dios: todo efecto debe tener una causa que posea al menos tanta realidad como el efecto mismo. Si poseemos la idea de un ser infinito, esta idea no puede provenir de nuestra mente, que es finita e imperfecta. Por lo tanto, la causa de esta idea debe ser un ser infinito, es decir, Dios. Este razonamiento establece que Dios, un ser perfecto e infinito, existe realmente y ha puesto la idea de Él en nuestra mente.
La noción de perfección es fundamental en la filosofía cartesiana. Según Descartes, la idea de un ser perfecto como Dios no puede haber sido creada por nosotros, seres imperfectos, porque solo un ser perfecto podría generar una idea tan perfecta. En otras palabras, si tenemos la idea de un ser infinitamente perfecto, esa idea debe haber sido causada por un ser igualmente perfecto, ya que la causa debe contener tanta o más perfección que el efecto. Por tanto, si la idea de Dios es la de un ser absolutamente perfecto, la causa de esa idea debe ser un ser perfecto, es decir, Dios. Esta demostración tiene implicaciones importantes: una vez que Descartes ha demostrado la existencia de Dios, puede confiar en la veracidad de nuestras percepciones, ya que un ser perfecto no podría engañarnos. Esto permite a Descartes superar la duda metódica y el escepticismo radical que había planteado al inicio, garantizando que el conocimiento de la realidad externa es fiable, ya que Dios no permitiría que seamos engañados sobre ella.
Dios Contemporáneo
Marx considera la religión como una forma de alienación ideológica que refuerza la explotación del proletariado y perpetúa el sistema económico capitalista. En El Capital y La ideología alemana, argumenta que la religión es utilizada por la clase dominante para mantener a las masas sometidas, presentándose como un consuelo ilusorio ante la miseria y la explotación.
La religión es un componente de la superestructura que legitima las relaciones de producción existentes. Como el capitalismo aliena al trabajador, este busca consuelo en la religión en lugar de enfrentarse a la realidad de su explotación. Según Marx, la religión actúa como un mecanismo de control social, asegurando que los trabajadores acepten su situación sin rebelarse, con la promesa de una recompensa en el más allá.
Además, Marx retoma la idea de la proyección de Feuerbach y sostiene que la religión es un producto humano en el que los individuos proyectan sus mejores cualidades (justicia, bondad, poder) en un ser divino, al que luego veneran como si fuera independiente de ellos. Esta proyección refuerza la pasividad del ser humano, haciéndole creer que el cambio solo puede venir de un poder externo y no de su propia acción.
La alienación religiosa es una extensión de la alienación económica e ideológica. Así como el trabajador no reconoce que su trabajo es explotado por el capitalista, tampoco reconoce que su sufrimiento es causado por un sistema de opresión material y no por causas sobrenaturales. La religión transforma el malestar social en una cuestión espiritual, distrayendo a los trabajadores de las verdaderas raíces de su miseria.
Su famosa frase “la religión es el opio del pueblo” refleja esta idea: la religión adormece la conciencia de los oprimidos, impidiendo que cuestionen su situación y luchen por su emancipación. De esta manera, refuerza la alienación ideológica, al presentarse como una explicación del sufrimiento humano que desvía la atención de las causas materiales reales: la explotación económica.
Dado que la alienación del ser humano es producto del sistema de clases y la estructura económica, la religión solo desaparecerá cuando se elimine la explotación y se establezca el comunismo. En una sociedad sin clases, donde los medios de producción sean colectivos y no exista dominación de una clase sobre otra, la religión perderá su función y dejará de ser necesaria.