De la Duda Metódica a la Res Cogitans: Un Recorrido por el Pensamiento de Descartes
El Método Cartesiano y la Búsqueda de la Certeza
La necesidad de encontrar una verdad indudable que le sirviera de base y fundamento evidente de un nuevo “edificio del conocimiento”, llevó a Descartes a poner en práctica su método dudando de todo lo que admitiera la más mínima duda: es la famosa duda metódica de Descartes, un instrumento añadido al método y derivado de su primera regla, sin el cual se hace imposible alcanzar ni una sola verdad.
La Duda Metódica
Descartes comienza aplicando su duda metódica al nivel más básico y elemental de conocimiento: los sentidos. En ocasiones, se plantea el filósofo, los sentidos nos engañan y nos inducen a error, por tanto, no constituyen una fuente indudable de conocimiento y no se encontrará en ellos el punto de partida indudable que busca Descartes. Ahora bien, continúa Descartes, tal vez sea posible dudar de las percepciones de los sentidos, pero ¿significa eso que podemos dudar de que exista la realidad misma? Descartes aplica aquí la duda en un segundo nivel: a veces los sueños nos muestran mundos u objetos que nos parecen totalmente reales, pero que no lo son. Por lo tanto, la existencia de la realidad también es dudable por la imposibilidad de distinguir siempre entre la vigilia y el sueño. Pero, aun siendo incapaz de distinguir siempre cuándo estoy despierto y cuándo dormido, se plantea el filósofo, debe de existir algún tipo de conocimiento que se mantenga idéntico tanto en la vigilia como en el sueño, y que pueda servir como primera verdad indudable.
De hecho, la vigilia o el sueño parecen no afectar a las verdades matemáticas, pues dormidos o despiertos los tres ángulos de un triángulo suman 180 grados, y 2 + 2 = 4. Será aquí donde Descartes añada el tercer y más radical motivo de duda: la posibilidad de la existencia de un genio maligno, de extremado poder e inteligencia, que se empeñara en engañarme también respecto a dichas verdades matemáticas, haciéndomelas parecer evidentes cuando no lo son. Esta hipótesis del genio maligno equivale a suponer que tal vez el entendimiento humano es de tal naturaleza que se equivoca siempre cuando intenta captar la verdad. Descartes ha desplegado la duda hasta sus últimas consecuencias: se entiende, por ello, que la suya es una duda universal, por extenderse a todos los niveles posibles, pero una duda metódica porque es provisional: el autor va a utilizarla como medio para alcanzar una primera verdad evidente del edificio del conocimiento. Hay que dejar claro, por ello, que Descartes no es un escéptico, porque la duda escéptica es existencial o vital.
Descartes no pretendía negar todo lo que hasta ese momento se había considerado como cierto, sino que, por exigencias del método, quería hacernos ver que los conocimientos que tenemos por ciertos pueden ser, en realidad, una ilusión, por lo que es necesario que nos aseguremos de su verdad.
El Cogito: Primera Verdad Indudable
Llegados a este punto de la duda, Descartes se plantea si no existe nada que escape a la duda y que pueda considerarse como primera verdad evidente, y lo halla en la duda misma, una actividad que se presenta como evidente, clara y distinta en todo este proceso, una duda que confirma también la seguridad respecto al pensamiento, pues la duda es una operación del pensamiento, que además debe estar “sostenido” o ejecutado por un sujeto pensante. El hecho de pensar confirma asimismo la existencia de un individuo que piensa. Descartes ha encontrado por fin esa primera verdad evidente que sustenta el edificio del conocimiento: la existencia del propio sujeto que piensa y duda, una certeza que va a expresar en la famosa frase: “pienso, luego existo” (“cogito, ergo sum”). La existencia del yo pensante (cogito) o res cogitans se nos muestra de un modo tan evidente que la mente no puede ponerla en duda, es decir, se nos presenta con claridad y distinción, características imprescindibles de la auténtica verdad. Por ello, esta verdad no es solo la primera para Descartes, sino también el prototipo de toda certeza, pues todo cuanto se perciba con igual claridad y distinción será considerado verdadero.
Las Ideas y la Demostración de la Existencia de Dios
Pero contar solo con la evidencia del yo pensante dejaría al ser humano encerrado dentro de sí, y solo seguro de su propio pensamiento, cayendo en el peligro del solipsismo. Es por ello que, disponiendo ya de una verdad absolutamente cierta, Descartes se propone deducir a partir de ella otras verdades igualmente evidentes valiéndose exclusivamente de su razón. Dado que lo único de lo que estamos seguros en este punto es de la existencia del pensamiento, Descartes continuará su búsqueda de verdades analizando el contenido del pensamiento, las ideas, base de todo conocimiento. Para Descartes, conocer es conocer ideas (idea de hombre, de mesa, de silla, etc.), no cosas (hombre, mesa, silla, etc.), porque la razón no es ningún espejo que refleje la realidad exterior (como pensarían posteriormente los empiristas), sino que más bien es el instrumento por el que, de algún modo, creamos o representamos la realidad. En ese sentido podemos distinguir tres tipos de ideas:
- Adventicias: aquellas que parecen provenir de la realidad exterior, de nuestra experiencia externa (idea de árbol, idea de flor, etc.), aunque son confusas porque de lo exterior no sabemos nada cierto.
- Facticias: son aquellas que la mente construye a partir de otras ideas previas a través de la imaginación (idea de sirena, idea de centauro, etc.), por lo que, en su conexión con las ideas adventicias, tampoco son fiables.
- Innatas: son aquellas que el propio pensamiento posee por naturaleza sin intervención de la experiencia externa o la imaginación (idea de infinitud, idea de perfección, etc.). Para Descartes, estas ideas innatas son claras y distintas, es decir, evidentes, por lo que son garantía de certeza y no necesitan demostración.
Si lo pensamos, la validez de las ideas adventicias depende precisamente de la existencia de un mundo exterior, y la validez de las ideas facticias depende de la validez de las adventicias. Pero, dado que la existencia de la realidad exterior es todavía dudosa en este punto de la argumentación, Descartes solo podrá apoyarse en las ideas innatas del pensamiento para poder deducir alguna otra verdad.
Entre las ideas innatas, Descartes reconoce la idea de infinito, que inmediatamente relacionará con la idea de Dios por ser este el único ser, por definición, infinito. Dado que no tenemos experiencia directa de la idea de infinito, esta no podrá ser una idea adventicia; tampoco podrá ser facticia porque la suma de finitos no produce nunca el infinito. Concluye así Descartes que la idea de Dios es innata y, como el resto de las ideas innatas, evidente. No lo es, sin embargo, la existencia de un ser infinito o Dios, por lo que Descartes va a intentar demostrar racionalmente dicha existencia, a partir de la idea de Dios, aportando tres pruebas o argumentos:
- Prueba causal: la existencia de la idea de Dios en la mente humana implica la necesidad de suponer una causa de dicha idea. La causa de la idea de infinito ha de ser, asimismo, infinita, pues de lo contrario violaría el principio de causalidad. De ahí que la idea de Dios no haya podido provenir del ser humano, criatura finita. Ha tenido que producirla e introducirla en nuestra mente un ser que posea al menos tanta infinitud y perfección como la idea (según la ley de causa y efecto). Ese ser ha tenido que ser Dios. La existencia del efecto implica, por lógica, la existencia de su causa, por lo que se concluye que Dios existe.
- Prueba de la finitud del yo: argumenta que el ser humano es un ser finito, contingente y limitado, por lo que no ha podido producirse a sí mismo. De haberse creado a sí mismo, y teniendo en su mente la idea de perfección, se habría dotado de todas las perfecciones posibles, y es evidente que el ser humano es imperfecto. Por tanto, y de nuevo apoyándonos en la ley de causa y efecto, es necesario que exista un ser absolutamente perfecto que haya podido crear al ser humano y haya podido introducir en su mente la idea de perfección. De nuevo, la existencia del efecto (criaturas imperfectas con la idea de perfección) implica, por lógica, la existencia de la causa (un ser perfecto), por lo que se concluye que Dios existe.
- Argumento ontológico: Descartes añade a los argumentos anteriores una de las pruebas de la existencia de Dios tradicionalmente aceptada en la época, y que ya formuló San Anselmo en el siglo XI. Este argumento sostiene que, si Dios es definido como “el ser más perfecto que el cual nada puede ser pensado”, es una contradicción que carezca de la perfección de la existencia. De aquí se deduce que Dios tiene que existir.
Después de todo lo dicho, es lógico que Dios exista, no solo como idea, sino como realidad: Descartes la llamará res infinita o sustancia infinita, considerando además que es el único ser que cumple exactamente la definición de “sustancia” tal y como la formuló Aristóteles (“aquello que no necesita de nada para existir”).
Dios como Garantía de la Existencia del Mundo Exterior
Aunque la existencia de Dios como verdad indudable aparece en segundo lugar en la deducción del edificio del conocimiento (es decir, en sentido epistemológico), es la evidencia más importante en el sistema cartesiano, porque es condición de posibilidad del resto de las verdades que Descartes va a deducir (es decir, es realidad primera en sentido ontológico). ¿Por qué? En primer lugar, es fundamento de la existencia del cogito, pues, como hemos podido apreciar en las pruebas de la existencia de Dios que ofrece Descartes, se presenta como creador del sujeto. Y, en segundo lugar, va a convertirse también en condición de posibilidad de la existencia de la realidad exterior que antes se había puesto en duda. Para demostrar la existencia de la realidad exterior, Descartes parte de la idea de extensión, una idea clara y distinta, pues todos los cuerpos, por definición, ocupan un espacio. Ahora bien, de la idea de extensión no se deduce la existencia de los cuerpos. Sin embargo, puesto que Dios existe y es infinitamente bueno, plantea Descartes, sería un contrasentido admitir que Dios permite que nos engañemos pensando que la realidad existe si no existiera: el mundo exterior debe existir porque así lo cree mi razón, y Dios sería injusto e imperfecto si permitiera que me engañara de ese modo, lo cual es imposible.
Con esta argumentación, Dios se convierte en garantía de verdad o en criterio de certeza de la existencia del mundo extramental. Queda demostrada así la existencia del mundo físico (donde se incluye al cuerpo humano) o res extensa.
Descartes ha logrado su objetivo epistemológico: reconstruir el edificio del conocimiento a partir de verdades evidentes, provenientes de la propia razón, que se erigen como fundamento universal de toda ciencia.