El Realismo Político de Maquiavelo

Nicolás Maquiavelo traza un nuevo rumbo a la filosofía política, rompiendo la unidad clásica entre ética y política e inaugurando un acercamiento teórico de la política desvinculado de la ética, que suele calificarse como ‘realismo político’. El realismo político separa lo que realmente se hace por parte de los «políticos» de lo que se piensa que ‘debería’ (moralmente hablando) hacerse. Esta separación entre ética y política significa otorgar a esta última una autonomía con respecto de la ética que tradicionalmente no había tenido y, además, implica suponer que las leyes con las que funciona la política son distintas de las normas morales que utilizamos individualmente en nuestra vida cotidiana. La conclusión que se desprende de esto es, por tanto, que el buen gobernante, políticamente hablando, no necesariamente es siempre el ‘buen hombre’ que se persigue desde el ámbito de lo moral.

De todos modos, hay que hacer una importante aclaración para interpretar adecuadamente el pensamiento de Maquiavelo: su visión de la política tiene como objetivo resolver ciertos momentos críticos por los que puede pasar un Estado:

  1. Los primeros momentos de formación del Estado como tal.
  2. Los periodos de crisis por los que todo Estado pasa cada cierto tiempo.

Ahora bien, una vez superados los riesgos de desintegración política, Maquiavelo es partidario de dar paso a un sistema político de carácter republicano. Para el florentino, la política ha de ser una ciencia experimental basada en tres pilares:

  1. La observación y el conocimiento de lo que hay, de lo real, del modo en el que se comportan realmente los hombres, con el objetivo de controlarlo y mejorarlo.
  2. La técnica: la política ha de entenderse como un modo de construir la vida social del hombre, al modo en el que la arquitectura sirve para la construcción de edificios o para su mantenimiento.
  3. El conocimiento de la historia, porque ello supone poder aprender de los aciertos de los predecesores y evitar sus errores (siempre que se sepa adaptar la historia al tiempo en el que se vive).

Además, el buen político tiene que llevar a cabo su tarea desde tres presupuestos más:

El Ser Humano es Malvado

En primer lugar, que el ser humano es malvado. Según el florentino, el espíritu de los hombres es arrogante, inconstante y, por lo general, indigno de confianza. En estas condiciones, lo único que la razón política puede hacer es presuponer que los hombres son malos y actuar siempre bajo esta idea. Podemos decir que el político debería actuar con los ciudadanos como si éstos fueran unos niños caprichosos: quieren cosas y si no se las dan en el momento, terminan cambiando de opinión.

La Influencia de la Fortuna

En segundo lugar, que la vida de los hombres está sometida, en un cincuenta por ciento, a la ‘Fortuna’. Maquiavelo entiende por este término el conjunto de factores externos al hombre que no dependen de su voluntad y que son, generalmente, negativos. La “fortuna” es un límite en la vida humana que asume el aspecto del azar caprichoso, incierto y hostil, y pocas veces favorable al hombre.

La Virtud Política

En tercer lugar, y aunque la fortuna controla la mitad de la vida de los hombres, el otro cincuenta por ciento está en manos del propio hombre. Y es tarea del hombre mitigar, mediante la virtù, y sólo en la medida de lo posible, la fuerza ciega que es la fortuna. Esta virtù de la que habla Maquiavelo es distinta de lo que podemos pensar habitualmente por «virtud ética». La virtù es un tipo de virtud política especialmente importante para el gobernante. Consiste en un conjunto de cualidades intelectuales y de cualidades prácticas. Maquiavelo describe esta virtù política presentando al buen gobernante como una suerte de combinación entre la astucia del zorro y la fuerza del león: El político virtuoso deberá saber utilizar estas dos cualidades cuando, en función de las circunstancias, y en la proporción adecuada, sea necesario.

Por último, Maquiavelo argumenta que el príncipe debe aparecer -públicamente- siempre como un hombre «bueno», «leal», «humano» y, especialmente «religioso», pero debe actuar contra todas esas virtudes (bondad, lealtad, humanidad o religión), si así lo exigen las circunstancias, porque lo que importa, en el ámbito de lo político, es la conservación del Estado (cuando está en crisis). Por tanto, aconseja Maquiavelo, es mejor «parecer» tener las virtudes políticas mencionadas anteriormente que tenerlas realmente, porque –con frecuencia- un buen político debe comportarse de manera completamente contraria a ellas, y si lo cree necesario, no tiene que tener ningún escrúpulo para comportarse en contra de lo que la moral nos dice. Así por ejemplo, si el gobernante considera necesario mentir, hacerlo; si es necesario “eliminar” al adversario político, no tener ningún escrúpulo moral para eliminarlo. Y así sucesivamente.

El Emotivismo Moral de Hume

Según Hume, la tarea de la filosofía moral consiste en explicar los comportamientos morales humanos existentes sobre la base del método experimental. En esa observación y análisis de las experiencias ‘morales’, Hume pide que consideremos algún comportamiento. En definitiva, el vicio es algo que está en el sujeto, en concreto, “en un sentimiento de desaprobación que se levanta en nosotros contra esa acción”. La moralidad no se encuentra, por tanto, en el ámbito de la razón, incapaz de que nuestra conducta se comporte como nos dicta la razón, ni tampoco de juzgar nuestras acciones, sino que son los sentimientos quienes mueven el ámbito moral del hombre. La moralidad no viene de las relaciones de la razón, sino del sentimiento moral. LA MORALIDAD ES ALGO MÁS SENTIDO QUE JUZGADO; EL BIEN ES ALGO AGRADABLE Y EL MAL ALGO DESAGRADABLE. Al sentir que algo es agradable se considera bueno.

En la búsqueda de qué sentimientos están a la base de nuestra aprobación o desaprobación moral de las conductas, Hume trató de descubrir cuáles son los móviles y los componentes que hacen a un hombre digno de aprecio o desprecio:

Utilidad

Comportamientos que desencadenan actitudes aprobatorias. Se aprueba lo que es útil y se reprueba lo que es pernicioso. Si los sentimientos son los que hacen que los actos útiles para la sociedad agraden, es la razón la que señala qué tipo de actos y en qué medida benefician a la sociedad.

Simpatía

La utilidad se deriva, en último término, de un sentimiento más fundamental, que es la simpatía o compasión: la capacidad de sentir con los demás, de ponernos en su lugar y sentir placer cuando la acción tiende a hacer el bien al género humano y dolor cuando tiende a hacerle daño.