Explorando la Filosofía Clásica y Marx: Realidad, Sociedad y Ética
PLATÓN: REALIDAD
El objetivo del pensamiento platónico es conseguir que la técnica política sea una ciencia capaz de definir la Justicia, para que no se vuelva a repetir de nuevo un error como la condena a Sócrates. Y para construir una sociedad justa primero hay que saber lo que es la justicia y cómo conocer la verdad, que solo se conocerá si conozco lo original.
Platón hace una distinción entre dos mundos: el Mundo Sensible y el Mundo de las Ideas. El Mundo Sensible o Aparente, es el terrenal y material compuesto por los seres particulares y concretos, diversos, múltiples, imperfectos y corruptibles, que son sólo una copia de las Ideas. Frente a él, está el Mundo de las Ideas, el mundo trascendente, el de las Ideas que existen de forma independiente a sus copias. Las Ideas son la esencia, la verdadera realidad de las cosas y son únicas, eternas, inmutables, perfectas e inteligibles. Así, el mundo real y verdadero es el Mundo de las Ideas y el mundo material y sensible es solo una copia.
La relación entre ambos mundos se explica con la Teoría de la Participación: los seres concretos y materiales del mundo sensible sólo existen en tanto que participan en diversos grados de perfección en la idea con la que se corresponden y, por ello, son múltiples y diversos siendo unos mejores copias que otros de acuerdo a su mayor o menor grado de participación. Los seres sensibles no son más que la realización de las Ideas en la materia imperfecta, como se afirma en el mito del Demiurgo para explicar el origen del mundo sensible (el Demiurgo copia las ideas perfectas en la materia imperfecta).
En el Mundo de las Ideas, todas las Ideas se relacionan, están jerarquizadas y organizadas racionalmente. La jerarquía de las Ideas va, de abajo a arriba, de las Ideas menos generales (de las que participan menos Ideas) a las más abstractas (de las que participan más Ideas). La idea de Bien (de Perfección) es el fundamento ontológico ya que todas las Ideas participan plenamente de la idea de Bien porque esta idea hace posible que las Ideas existan y que sean perfectas y racionales. Igualmente, el Bien hará que los seres sensibles sean más o menos perfectos según el grado en que participen de su idea (cumpliendo así su finalidad: teleología). La idea de Bien es también el fundamento epistemológico de la realidad: las Ideas no son conocidas plenamente (su racionalidad y perfección) hasta que no se conoce la idea de Bien.
Al igual que existe una duplicidad en su metafísica, Platón distinguirá, tal y como señala en el mito de la caverna, dos modos fundamentales de conocer: la doxa (opinión), el falso conocimiento que proviene de la percepción sensible de los seres concretos o aparentes del mundo sensible; y la episteme (ciencia), el verdadero conocimiento de las Ideas trascendentes e inteligibles, el conocimiento de la verdadera realidad de las cosas que pertenece al Mundo de las Ideas y que se obtiene a través de la razón.
Según la Teoría de la Reminiscencia platónica, conocer es recordar las Ideas que nuestra alma ya tenía pero ha olvidado: la verdad se recuerda, no se enseña. Esto es posible porque el alma racional, que es su esencia, preexistió en el Mundo de las Ideas. De allí cayó al mundo terrenal, como se explica en el mito del carro alado, y fue atrapada por el cuerpo, la materia, olvidando todo su conocimiento. El filósofo usa para ayudar a recordar a otros el método de la mayéutica: arte por el cual mediante preguntas se hace reflexionar racionalmente al interlocutor, obligándole a recordar las Ideas que su alma ya conocía pero que ha olvidado.
Nuestra alma racional sigue un proceso dialéctico para alcanzar el conocimiento de la idea de Bien, momento en que el conocimiento de las Ideas es perfecto. La dialéctica pasa por cuatro grados del conocimiento, siguiendo el símil de la línea, hasta llegar al conocimiento verdadero. Comienza con la Doxa, que se divide a su vez en, Eikasia (imaginación) que es el conocimiento de las imágenes de los objetos sensibles, y la Pistis (creencia) que supone el conocimiento por percepción de objetos sensibles. A continuación, está la Episteme, que a su vez se divide en la Dianoia (razón discursiva), conocimiento por razonamiento, como en las matemáticas, que utiliza hipótesis, deducción e imágenes visibles, y, por último, el grado máximo, la Noesis (intelección) que supone la intuición intelectual y pura de las Ideas hasta llegar a la idea de Bien. Al llegar a la intelección se completa la dialéctica y el conocimiento es total.
PLATÓN: SER HUMANO
Platón defendió el dualismo antropológico: alma y cuerpo son dos sustancias distintas y forman una unión temporal y accidental. Ambas están en continua lucha pues el alma pertenece al Mundo de las Ideas siendo inmortal y espiritual, mientras que el cuerpo es propio del mundo sensible material y es mortal. El cuerpo es una cárcel para el alma. El alma racional es la esencia del hombre y el principio del conocimiento racional, pues nos permite llegar a conocer las Ideas del mundo trascendente. El alma humana transmigra de cuerpo en cuerpo hasta que consigue purificarse para acceder de nuevo al Mundo de las Ideas. Platón presenta varias argumentaciones para defender la inmortalidad del alma. Destacan la basada en la reminiscencia, pues solo podemos conocer el Mundo de las Ideas por la preexistencia del alma, lo que demuestra que el alma puede existir sin el cuerpo; y la de la simplicidad, el alma es simple, pues no es material, y por lo tanto no puede descomponerse y morir (corromperse).
Además, distinguió tres tipos de alma o tres partes del alma, que en el mito del carro alado se representaban como el auriga y los caballos que tiran del carro que caerá al mundo sensible. El alma racional, esencial y propia de lo humano, que posibilita el conocimiento racional, debe gobernar el desarrollo de las otras dos, es inmortal y se sitúa en la cabeza (el auriga). El alma irascible, proporciona la capacidad del esfuerzo, la voluntad y el vigor, es mortal y se localiza en el pecho (el caballo blanco). El alma concupiscible, ofrece la capacidad del deseo y las pasiones sensuales, y también es mortal, está situada en el vientre (el caballo negro). La virtud se fundamenta en el desarrollo del bien propio del hombre, su esencia racional, y por lo tanto, es universal. Distingue tres virtudes de acuerdo a la división del alma: la sabiduría o la prudencia, se consigue con el desarrollo del alma racional; la valentía, se realiza con el desarrollo prudente del alma irascible; y la templanza, que se realiza con el desarrollo prudente del alma concupiscible. Con el desarrollo armonioso de las tres virtudes se consigue la Justicia, el orden estable y perfecto de las tres partes del alma, cuando cada parte cumple su función específica.
ARISTÓTELES: SOCIEDAD O POLÍTICA
Lo primero que hay que señalar es que la ética y la política en Aristóteles son inseparables ya que componen los saberes prácticos (lo personal es lo político).
Para Aristóteles el hombre es un animal político, un zoon politikon, animales por la parte vegetativa y sensitiva del alma y políticos por la parte racional. La razón nos permite actuar libremente y por lo tanto, ser responsables de nuestros actos. Esta libertad, nos lleva a vivir en una sociedad, ya que posee el logos que le permite comunicarse racionalmente con los demás seres racionales lo que posibilita el desarrollo del conocimiento y la racionalidad misma. La sociedad, forma parte de la concepción teleológica del ser humano, pues es la polis el fin último de todo desarrollo humano y a su vez éste sólo es posible dentro de una sociedad.
La felicidad humana sólo se puede conseguir, dentro de una sociedad cuyas leyes posibiliten
el desarrollo de las virtudes éticas en todos los ciudadanos. Por esto el legislador o el político debe ser alguien que no sólo tenga conocimientos teóricos, sino que debe haberse habituado a la aplicación práctica de su intelecto, ser prudente. La Justicia social se da cuando el gobierno no busca intereses particulares y posibilita la realización de la virtud individual de todos los ciudadanos.
Aristóteles distingue tres formas justas de gobierno, frente a sus respectivas corrupciones: la Monarquía, el gobierno de uno solo, su corrupción es la Tiranía; la Aristocracia, el gobierno de los mejores, frente a Oligarquía; y la Democracia, considerada la mejor por Aristóteles, es el gobierno del pueblo, su corrupción es la Demagogia. Los representantes de los gobiernos son elegidos racionalmente y la vida individual perfecta es la vida contemplativa (la búsqueda del conocimiento), por lo que una polis que una ambas cosas será una polis feliz.
ARISTÓTELES: ÉTICA
Aristóteles basa su ética en su concepción teleológica de los seres naturales. En ella se define al ser humano como un ser natural, dotado de una actividad intrínseca dirigida a la consecución de algún fin, que en el caso del ser humano es la búsqueda de la felicidad (Eudemonia) y, por ello, su ética se denomina Eudemonismo. Cualquier otro fin que persigamos no es más que un medio para lograr ese Bien Supremo y Fin Último al que llamamos felicidad. Según Aristóteles, la felicidad consiste en desarrollar del modo más perfecto posible lo propio de cada ser de acuerdo a su esencia.
Los medios con los que contamos para conseguir la felicidad, son las virtudes que Aristóteles divide en dos grupos, éticas y dianoéticas.
Las virtudes éticas, las más humanas, aseguran el buen funcionamiento de las facultades vegetativa y sensitiva del alma que hace posible cumplir con las necesidades corporales y sociales del ser humano. Se adquieren por costumbre y se definen como el hábito de saber elegir un término medio entre dos extremos, uno por defecto y otro por exceso. El término medio debe establecerse de forma personal, no es universal. La más importante es la justicia.
Mientras que las virtudes dianoéticas, las más “divinas”, aseguran el buen funcionamiento de la facultad racional del alma que debe ser la rectora de la conducta humana. Se adquieren por el aprendizaje y su práctica proporciona al ser humano la máxima felicidad (la vida feliz es, para Aristóteles, la vida contemplativa dedicada a la investigación). La más importante es la prudencia.
Como el hombre no es sólo entendimiento, a diferencia el ser “divino”, sino que tiene facultades vegetativa y sensitiva, le resultará imposible conseguir la plena felicidad ya que no puede ejercer plenamente la vida contemplativa (que supondría estar permanentemente pensando), su felicidad es siempre limitada, siendo la felicidad absoluta exclusiva del Primer Motor.
MARX: REALIDAD Y/O CONOCIMIENTO
La filosofía materialista de Marx se distingue por su enfoque en comprender el mundo sin recurrir a entidades divinas o espirituales. Marx aplica los principios del materialismo concibiendo la sociedad como un sistema en constante cambio impulsado por la lucha por satisfacer las necesidades humanas básicas. Esta lucha por el “reino de la libertad” determina la evolución social, política e ideológica, donde los cambios se explican por transformaciones en la base material de la sociedad y no por fuerzas espirituales. Según Marx, el desarrollo de la sociedad amplía tanto las necesidades como las fuerzas productivas para satisfacerlas.
Marx, como pensador de la sospecha, argumenta que el conocimiento no es simplemente un producto individual, sino que está intrínsecamente ligado a las fuerzas productivas y a la estructura social de una época determinada. En toda sociedad, según Marx, existe una estructura económica (base material), pero también una superestructura. El conocimiento forma parte de la superestructura, junto con otras formas de conciencia como las ideas morales, espirituales, artísticas, filosóficas y científicas. En este contexto, el conocimiento está materialmente anclado y su articulación conforma la ideología dominante, que sirve para legitimar el dominio de una clase sobre otra.
La alienación ideológica, concepto epistemológico fundamental en el pensamiento de Marx, surge de la distorsión de la conciencia de las clases dominadas, que adoptan la ideología de las clases dominantes y no reconocen su propia realidad como clases explotadas. Este fenómeno se manifiesta especialmente en el ámbito laboral, donde el proletariado produce no para sí mismo, sino para otros, y donde la conciencia de clase se ve eclipsada por la ideología burguesa.
A modo de mito de la caverna platónica, Marx plantea una salida de la alienación ideológica a través de la toma de conciencia por parte de las clases explotadas, mediante una praxis revolucionaria y una autoorganización colectiva. Este proceso implica cuestionar la realidad ideológicamente sesgada y buscar una comprensión más profunda de las relaciones de poder subyacentes. Además, Marx aboga por un enfoque materialista y dialéctico, que reconozca la dinámica y la transformación inherente a la realidad, a diferencia del materialismo mecánico de Feuerbach. En resumen, la tarea es no solo interpretar el mundo, sino transformarlo activamente.
MARX: SOCIEDAD Y/O POLÍTICA
La filosofía materialista de Marx se distingue por su enfoque en comprender el mundo sin recurrir a entidades divinas o espirituales. Marx aplica los principios del materialismo concibiendo la sociedad como un sistema en constante cambio impulsado por la lucha por satisfacer las necesidades humanas básicas. Esta lucha por el “reino de la libertad” determina la evolución social, política e ideológica, donde los cambios se explican por transformaciones en la base material de la sociedad y no por fuerzas espirituales. Según Marx, el desarrollo de la sociedad amplía tanto las necesidades como las fuerzas productivas para satisfacerlas.
Marx concibe la sociedad a través del prisma del hombre como productor, donde el trabajo es la fuerza transformadora clave. Desde ahí Marx entiende que la Historia es una sucesión progresiva de épocas a las que Marx denomina formaciones sociales. Estas formaciones (‘el modo de producción de la vida material’) se definen por su modo de producción, que comprende las fuerzas productivas y las relaciones de producción. La clave de cómo son estas relaciones productivas se encuentra en cómo está organizada y reconocida jurídicamente la propiedad de los medios de producción. Por eso dice Marx que las relaciones de producción son ‘relaciones de propiedad’.
En las sociedades clasistas, estas relaciones son de explotación y dominación, dando lugar a la ‘lucha de clases’. El cambio social ocurre cuando estas relaciones entran en crisis, obstaculizando el desarrollo de las fuerzas productivas. La revolución social busca reemplazar el modo de producción existente con uno nuevo, liberando las fuerzas productivas.
Marx vislumbra un progreso histórico hacia una sociedad comunista, donde desaparecen las clases y los antagonismos. Cabe destacar que toda sociedad está compuesta por una estructura económica (base material, previamente definida) que determina la superestructura, que incluye aspectos políticos, jurídicos e ideológicos. La clase dominante controla tanto los medios de producción como la superestructura, lo que se traduce en la adquisición total del poder político, jurídico y cultural.
Ahí se entiende tanto la crítica al derecho liberal como al Estado moderno por su vinculación con los intereses burgueses. La alienación, central en su teoría, no solo se manifiesta en el ámbito material (trabajo y plusvalía), sino también en formas sociales, jurídicas y políticas.
MARX: DIOS
La filosofía materialista de Marx se distingue por su enfoque en comprender el mundo sin recurrir a entidades divinas o espirituales. Marx aplica los principios del materialismo concibiendo la sociedad como un sistema en constante cambio impulsado por la lucha por satisfacer las necesidades humanas básicas. Esta lucha por el “reino de la libertad” determina la evolución social, política e ideológica, donde los cambios se explican por transformaciones en la base material de la sociedad y no por fuerzas espirituales. Según Marx, el desarrollo de la sociedad amplía tanto las necesidades como las fuerzas productivas para satisfacerlas.
La crítica de Marx a la religión, especialmente a la alienación religiosa, se entrelaza con su crítica al idealismo alemán, caracterizando la revolución cultural del siglo XIX en Alemania como una “revolución eidética” sin repercusiones prácticas. Marx cuestiona el orgullo del romanticismo alemán y su influencia en la cultura de la época. Además había identificado que la crítica a la religión es fundamental (la crítica de la religión es la premisa de toda crítica), y había que criticar la función de la ideología religiosa en la sociedad. Es ahí donde tiene sentido la expresión de la religión como opio del pueblo.
Feuerbach plantea el problema de la alienación en su obra “La esencia del cristianismo”, al explicar el origen y la naturaleza de la religión. El ser humano no es producto de los dioses, sino que ellos son el producto de los seres humanos: la religión es una invención nuestra, el resultado de aplicar atributos trascendentes al mundo conocido, material y sensible. Tras duplicar el mundo, se produce una inversión, por la que se intercambian los papeles del creador y de los humanos, la alienación religiosa.
Marx asume esta valoración de Feuerbach, pero también la crítica por olvidarse de la miseria social. Los hombres alienan su ser proyectándolo en un Dios imaginario, pero la sociedad de clases impide la realización de su humanidad. Por lo tanto, hay que cambiar lo que origina la alienación religiosa: su base material e histórica.
Además, la religión sirve como instrumento de la clase dominadora para oprimir a los dominados: justifica la división social que provoca la explotación, y al ofrecer “paraísos” ficticios en los que los hombres pueden alcanzar justicia y felicidad, frenan la posibilidad de rebelión y de su realización en este mundo, el único real y existente. La filosofía debe desenmascarar la auto alienación religiosa.
Respecto a Dios como tal, Marx abandona la tradición filosófica sobre la existencia o no existencia de Dios. Para Marx el problema ya no será fundamentar el ateísmo, ni la proposición principal ‘Dios no existe’, sino ‘el hombre existe’. Y dicha existencia excluye a Dios de la historia. La historia tiene al hombre como el único creador y responsable de la misma.
COMENTARIO PLATÓN “Fedón”:
Se trata de un fragmento extraído de la obra platónica “Fedón”. El extracto pertenece a las primeras partes del diálogo. En esta obra, el discípulo de Sócrates/ateniense desarrolla los motivos para creer en la inmortalidad del alma, que es considerado un diálogo de madurez. Demuestra esta teoría con 3 argumentos o pruebas: el argumento por la compensación de los procesos contrarios, el argumento de la reminiscencia y por último, el argumento de la simplicidad del alma.
COMENTARIO ARISTÓTELES “Ética a Nicómaco”:
Se trata de un fragmento extraído de la obra “Ética a Nicómaco”, una obra aristotélica en la cual el estagirita muestra las claves de una ética eudemonista (felicidad), teológica (dios) y aretológica (virtud). En esta obra, el discípulo de Socrates explora en detalle las nociones de la virtud, el bienestar y el florecimiento humano, sentando las bases para una ética basada en la búsqueda de la felicidad, o eudaimonía, como objetivo supremo de la vida humana (estado de plenitud ser humano).
COMENTARIO AGUSTÍN DE HIPONA “Libre arbitrio”:
Se trata de un texto perteneciente a “Del libre albedrío” obra de San Agustín donde se sumerge en una profunda exploración de la naturaleza del libre albedrío humano. Es un tratado sobre la ética, en forma de diálogo, compuesto por Evodio, que representa a la razón, y al propio autor, San Agustín, quien dirigirá la conversación, representando la fe. Influido por sus propias experiencias busca abordar las complejidades y paradojas de la capacidad humana de elegir entre el bien y el mal.
COMENTARIO TOMÁS DE AQUINO: “Suma Teológica”
(Primera parte, cuestión 2, arts. 1,2,3.)
Se trata de un fragmento extraído de la obra agustiniana “Suma Teológica”. El extracto pertenece a la primera parte de la obra. El escolástico plantea tres dificultades, es decir, tres objeciones a la respuesta a la cuestión, defendidas más adelante en el núcleo central del artículo. Las tres dificultades se resumen en la afirmación de que parece que la existencia de Dios es algo evidente por sí mismo, pero no para los seres humanos.