Contexto

Este fragmento proviene de la obra Suma Teológica escrita por Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII, una obra encargada por el Papa Urbano IV para revitalizar las enseñanzas cristianas. El pasaje aborda la primera parte de la Suma, centrada en la cuestión 2, artículo 3, titulada “Si Dios existe”.

Santo Tomás, también conocido como “el buey mudo de Sicilia”, nació en 1225 en el castillo de Rocaseca. Después de ingresar al monasterio benedictino de Montecasino y estudiar en la Universidad de Nápoles, se unió a la orden de los dominicos y continuó sus estudios en París y Colonia bajo la tutela de Alberto Magno. Inició su periodo de docencia en 1256 y, en 1259, regresó a Italia como consultor papal, escribiendo obras como los Comentarios a Aristóteles y la Suma contra Gentiles, así como su revisión y ampliación: la Suma Teológica. Falleció en 1274, y fue canonizado en 1323 por el Papa Juan XXII.

Santo Tomás vivió durante la “Baja Edad Media”, entre los siglos X y XIV, una época que consolidó el poder de la Iglesia y del sistema feudal. El resurgimiento de las ciudades y el desarrollo de las universidades, con su diverso cuerpo docente, permitieron que la cultura se expandiera más allá de los monasterios. Las universidades también fueron centros clave para la difusión del aristotelismo en Europa y el inicio de la Revolución Científica.

En cuanto al arte gótico del siglo XII, en contraste con el románico, refleja de manera destacada la realidad de un mundo en cambio, con el renacimiento de las ciudades y la emergencia de las órdenes mendicantes. Este período artístico también abordó temas como las revueltas populares, la crisis de la escolástica y diversas guerras, como la Guerra de los Cien Años.

El tema central de la filosofía medieval es la “polémica razón-fe”. En el siglo XII, figuras como Maimónides y Averroes, representantes de la tradición judía y árabe respectivamente, propusieron la conciliación de los textos sagrados (la Torá y el Talmud en el caso de Maimónides, el Corán en el caso de Averroes) con las enseñanzas de Aristóteles. Sin embargo, el fuerte poder de la Iglesia Católica durante la Edad Media complicó esta visión ecléctica, generando diversas posturas.

Algunos, como Tertuliano, consideraban la razón como perjudicial para la fe. San Agustín en el siglo IV y San Anselmo en el XI adoptaron una posición más moderada, sugiriendo que la razón podría ser un instrumento aclarador de las verdades teológicas. La influencia de estos autores se refleja en la obra de Santo Tomás de Aquino, especialmente en las cinco vías de la Suma Teológica. No obstante, Santo Tomás buscó un equilibrio armonioso entre las afirmaciones de la religión cristiana y el pensamiento aristotélico, aunque expresó críticas hacia la teoría de la doble verdad de los averroístas, quienes abogaban por la independencia total de la razón respecto a la fe.

Dentro de la tradición cristiana, Guillermo de Occam y su famosa “navaja” marcaron el fin de la polémica razón-fe, señalando el cierre de la Edad Media y el comienzo de la Modernidad en la filosofía. La filosofía de Occam es fundamentalmente ecléctica, surgida de la fusión de pensamientos griego, árabe y judío. Sus escritos reflejan la influencia de pensadores tan diversos como Aristóteles, Platón, San Anselmo, Maimónides, Avicena o Averroes. A pesar de la inicial oposición de los franciscanos y las autoridades eclesiásticas de París y Oxford, la filosofía de Occam influyó significativamente en pensadores posteriores como Descartes y Leibniz, así como en el neotomismo de los siglos XIX y XX.

Nociones

Razón y fe

Santo Tomás sostiene que la verdad es única, aunque se puede conocer de dos maneras: por la razón y por la fe. La razón se conoce a partir de los datos de los sentidos; en cambio, la fe se conoce partiendo de la revelación divina. En consecuencia, ambas son independientes.

Las verdades de fe, sobrepasan la capacidad de la razón humana y las estudia la teología; no pueden demostrarse racionalmente y han de ser aceptadas sin discusión, porque provienen directamente de Dios. Las verdades de la razón, sí pueden ser comprendidas por el entendimiento humano y son demostrables racionalmente.

Existen algunas verdades que la razón puede demostrar, pero que Dios ha querido revelarnos: los preámbulos de la fe. Coinciden la fe y la razón, y la teología puede utilizar esta última para conocer la verdad revelada. La filosofía está al servicio de la teología.

Como la verdad es única, la filosofía y la razón se equivocan si llegan a conclusiones incompatibles con la fe. Filosofía y Teología deben colaborar mutuamente. La teología debe aprovecharse de los métodos racionales para hacer más claras y comprensibles las verdades de la fe. Y la Filosofía debe dejarse instruir por la Teología y por sus verdades de fe para completar el conocimiento limitado, propio de la razón humana.