La ontología tradicional es estática, porque considera el ser como algo fijo, inmutable. Además, ese ser no se deja ver tal como es en realidad en este mundo, donde todo es apariencia y falsedad de los sentidos, sino que tiene su propio mundo: lo que el hombre conoce del ser es mera apariencia. Así, al ser este mundo irreal, debemos buscar en el otro para encontrar la verdad. El filósofo dogmático se dedica, dice Nietzsche, a buscar, indagar, “especular”, por encima del movimiento del mundo, porque piensa que el ser del mundo no se puede estudiar en el torbellino de esta vida, que es para él causa de error. Esta separación entre ser real (mundo de las ideas) y aparente (el mundo de aquí) es ya un juicio valorativo sobre la vida, un juicio negativo, porque da más importancia al mundo de las ideas (real) que al mundo de los sentidos (irreal, aparente). Pero no hay un mundo aparente y otro verdadero, sino el devenir constante del ser creando y destruyendo el único mundo existente (el de aquí y ahora). La ontología tradicional se basa, a juicio de Nietzsche, en los prejuicios de los filósofos contra algunas manifestaciones vitales, como el horror a la muerte, a la vejez, al cambio y a la procreación. La ontología está estrechamente relacionada con la moralidad; la división del mundo en real y aparente, del platonismo, está presente en la moral contranatural cristiana que ve en los sentidos una causa de perdición.

Podemos resumir su pensamiento con estas cuatro tesis sobre la falsa concepción tradicional del ser:

  1. “Las razones por las que este mundo ha sido calificado de aparente por el metafísico, fundamentan, antes bien, su realidad; otra especie de realidad diferente es absolutamente indemostrable.” La tradición metafísica occidental toma como verdadera la reflexión de la razón sin darse cuenta de que no está fundamentada en la lógica, ni en el sentido común, sino en la necesidad que tiene el ser humano de sobrevivir en un mundo en devenir. Necesitamos las categorías de la razón porque, gracias a ellas, podemos vivir con cierto reposo, seguridad y calma haciendo frente así al devenir constante del ser.
  2. “Las categorías del ser verdadero de las cosas son signos del no-ser, de la nada.” La ontología tradicional, —al creer que el devenir del ser es un error de nuestros sentidos— sólo se justifica en un mundo donde el ser ha sido “cosificado” mediante los conceptos; pero esos conceptos (unidad, causalidad, finalidad…), se han establecido a costa de negar el ser.
  3. “Inventar otro mundo distinto a éste implica tener recelo contra la vida, una actitud de recelo frente a la vida como devenir.” Aquí se descubre la intención de Nietzsche: el problema de fondo no es otro que el nihilismo, consecuencia de la perspectiva estática acerca del ser. Inventar otro mundo no tiene sentido si no se pretende que sea mejor que éste que pisamos, lo cual es propio de una actitud de resentimiento hacia la vida. Los síntomas del nihilismo empiezan con el recelo frente a la vida: se duda del valor de la vida, como “venganza” inmediata, por odio, y se inventa otro mundo para darle sentido a la “vida”, como si en este mundo no lo tuviera. De ese punto teórico arranca la moral como antinaturaleza.
  4. “Dividir el mundo en verdadero y aparente, ya sea al modo platónico-cristiano, o bien al modo kantiano, es una sugestión de la decadencia.” Los filósofos, al racionalizar lo que es imposible de racionalizar, el ser como devenir, inventan ficciones lógicas para así encontrar estabilidad frente al caos, porque el devenir no tiene ni obedece leyes sobrenaturales). Los humanos creamos las categorías, pero con ellas no hacemos sino “momificar” y paralizar el devenir del ser. Buscamos mecanismos adecuados para afirmar la existencia humana frente al mundo, y al hacerlo negamos el devenir del ser. Además, si existe un mundo real y otro aparente, también habrá un ser humano real y otro aparente, equivocado, y en último término un orden moral sobrenatural; de esta forma se quita el primitivo carácter de “inocencia” que poseía el devenir del ser y se hace al hombre dependiente de un principio superior a él mismo, bien sea Dios, bien sea la razón, bien sea la ciencia o la historia.

Crítica epistemológica de la metafísica

Nietzsche, aparte de esta crítica general a la ontología, hace una crítica, desde la misma razón, a las categorías y conceptos, pues, a su juicio, nos han inducido a considerar como error el devenir.

Realidad y concepto

Toda palabra, en su origen, expresa una vivencia original, única e individualizada. Pero al convertirse en concepto, viene a expresar y significar una multiplicidad de cosas, a todas las cuales nombramos con un mismo término, como si todas fueran iguales, cuando, rigurosamente hablando, «nunca son idénticas». El concepto se ha formado prescindiendo arbitrariamente de las diferencias individuales. La verdad aparece así como un conjunto de generalizaciones, ilusiones que el uso y la costumbre han venido imponiendo, y cuya naturaleza desconocemos: «metáforas ya olvidadas que han perdido su fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora entran en consideración como metal, no como tales monedas». El proceso de formación del concepto va desde la sensación hasta el producto como tal. Se pasa de la sensación a la imagen mediante metáforas intuitivas, y de la imagen al concepto a través de la “fijación” de una metáfora o conjunto de metáforas. Se niega, pues, todo tipo de proceso lógico en la formación de los conceptos. El hombre, en primer lugar, generaliza las impresiones, las convierte en conceptos y, después, refiere a ellos su vida misma (conocimiento y moral aparecen conjuntamente). Gracias a esta abstracción el ser humano puede hacer frente al devenir, que le arrastraría de intuición en intuición sin posibilidades de supervivencia. Ha sobrevivido, pero ha olvidado la naturaleza metafórica del concepto. El concepto no sirve para hablar del ser. Los conceptos no pueden aprehender la verdadera realidad del ser, que es devenir y cambio. Existiría la Verdad (con mayúsculas) si fuese posible una percepción exacta. Pero esto es imposible, porque entre el mundo del sujeto y el del objeto no caben correspondencias lógicas (causalidad, finalidad, etc.). Sólo es posible un comportamiento estético, que se sabe creativo y efímero. A través de las palabras y de los conceptos no se llega nunca a penetrar en el origen de las cosas; ni siquiera las formas puras de la sensibilidad y de la inteligencia (el espacio, el tiempo, la causalidad, etc.) pueden proporcionarnos jamás nada que se aproxime a una verdad eterna.

Realidad y lenguaje

La filosofía está en relación con el lenguaje, por eso las filosofías terminan por cumplir un cierto «esquema básico», sucediéndose según un determinado orden. La misión del filósofo es ir a los orígenes, y en los orígenes encontramos la filosofía de la gramática, que nos lleva a una visión particular de la realidad, lo que hace que todas las filosofías cumplan este esquema básico. Nietzsche nos pone un ejemplo: el parecido filosófico entre las filosofías india, griega y alemana se debe al apriórico parecido lingüístico. Esto no quiere decir que Nietzsche identifique sin más pensamiento con lenguaje, porque el lenguaje apunta hacia algo fuera del lenguaje y del propio pensamiento, las propias cosas, el mundo en que nos movemos. Otra cosa es la relación que se establezca entre cada filosofía y su correspondiente esquema lingüístico; parecería que cada sistema como tal está condicionado por la funcionalidad de su gramática. Nietzsche se pregunta si no estaremos siendo “engañados” por el propio lenguaje. “La razón en el lenguaje: ¡Oh, qué vieja hembra engañadora…! Creo que no vamos a desembarazarnos de la idea de Dios porque aún seguimos creyendo en la gramática.”.

La crítica de las ciencias positivas

Nietzsche critica la ciencia positiva porque supone una matematización de lo real; matematización que no nos ayuda a conocer las cosas, sino sólo a establecer una relación cuantitativa con ellas. La matematización anula las diferencias de las cosas. Reducir la cualidad a cantidad es un error y una locura. Nietzsche no ataca la ciencia en sí, sino una metodología determinada (el mecanicismo y positivismo de su época). Este método se relaciona con la metafísica tradicional porque se inspira directamente en la lógica, reductora de las diferencias, es decir, en la ontología que trata el devenir del ser como si fuera una apariencia. Se consuma el proceso de matematización de la realidad en el momento en que arbitrariamente prescindimos de las cualidades propias de las cosas, ya que el modelo matemático tiende a la estabilidad formal de las relaciones entre mundo y hombre. Pero dichas relaciones no pueden ser más que formales, es decir, externas.

La crítica a la ciencia y a su idea del progreso tiene dos vertientes:

  1. Ciencia y moral. La ciencia investiga el curso de la naturaleza, pero no da órdenes. La ciencia sólo conoce cantidad y número; nada sabe de la pasión, de la fuerza, del amor, del placer, etc.; además, ni la física, ni la química, ni las matemáticas explican al ser humano: es éste quien explica a aquéllas. La ciencia no puede hacer juicios valorativos sobre la vida, no ofrece leyes morales que puedan obligarnos.
  2. Ciencia y estado. La ciencia se ha convertido en nodriza al servicio de unos intereses creados; concretamente, el estado la ha tomado a su servicio con el fin de explotarla para sus fines. El “monstruo más frío de todos los monstruos, el estado”, posee en la ciencia su más fiel servidor. El “golpe de estado” dado por la ciencia (Renacimiento) a la religión ha sido en provecho, no del pueblo, sino “del príncipe”.

La ontología tradicional es estática, porque considera el ser como algo fijo, inmutable. Además, ese ser no se deja ver tal como es en realidad en este mundo, donde todo es apariencia y falsedad de los sentidos, sino que tiene su propio mundo: lo que el hombre conoce del ser es mera apariencia. Así, al ser este mundo irreal, debemos buscar en el otro para encontrar la verdad. El filósofo dogmático se dedica, dice Nietzsche, a buscar, indagar, “especular”, por encima del movimiento del mundo, porque piensa que el ser del mundo no se puede estudiar en el torbellino de esta vida, que es para él causa de error. Esta separación entre ser real (mundo de las ideas) y aparente (el mundo de aquí) es ya un juicio valorativo sobre la vida, un juicio negativo, porque da más importancia al mundo de las ideas (real) que al mundo de los sentidos (irreal, aparente). Pero no hay un mundo aparente y otro verdadero, sino el devenir constante del ser creando y destruyendo el único mundo existente (el de aquí y ahora). La ontología tradicional se basa, a juicio de Nietzsche, en los prejuicios de los filósofos contra algunas manifestaciones vitales, como el horror a la muerte, a la vejez, al cambio y a la procreación. La ontología está estrechamente relacionada con la moralidad; la división del mundo en real y aparente, del platonismo, está presente en la moral contranatural cristiana que ve en los sentidos una causa de perdición.

Podemos resumir su pensamiento con estas cuatro tesis sobre la falsa concepción tradicional del ser:

  1. “Las razones por las que este mundo ha sido calificado de aparente por el metafísico, fundamentan, antes bien, su realidad; otra especie de realidad diferente es absolutamente indemostrable.” La tradición metafísica occidental toma como verdadera la reflexión de la razón sin darse cuenta de que no está fundamentada en la lógica, ni en el sentido común, sino en la necesidad que tiene el ser humano de sobrevivir en un mundo en devenir. Necesitamos las categorías de la razón porque, gracias a ellas, podemos vivir con cierto reposo, seguridad y calma haciendo frente así al devenir constante del ser.
  2. “Las categorías del ser verdadero de las cosas son signos del no-ser, de la nada.” La ontología tradicional, —al creer que el devenir del ser es un error de nuestros sentidos— sólo se justifica en un mundo donde el ser ha sido “cosificado” mediante los conceptos; pero esos conceptos (unidad, causalidad, finalidad…), se han establecido a costa de negar el ser.
  3. “Inventar otro mundo distinto a éste implica tener recelo contra la vida, una actitud de recelo frente a la vida como devenir.” Aquí se descubre la intención de Nietzsche: el problema de fondo no es otro que el nihilismo, consecuencia de la perspectiva estática acerca del ser. Inventar otro mundo no tiene sentido si no se pretende que sea mejor que éste que pisamos, lo cual es propio de una actitud de resentimiento hacia la vida. Los síntomas del nihilismo empiezan con el recelo frente a la vida: se duda del valor de la vida, como “venganza” inmediata, por odio, y se inventa otro mundo para darle sentido a la “vida”, como si en este mundo no lo tuviera. De ese punto teórico arranca la moral como antinaturaleza.
  4. “Dividir el mundo en verdadero y aparente, ya sea al modo platónico-cristiano, o bien al modo kantiano, es una sugestión de la decadencia.” Los filósofos, al racionalizar lo que es imposible de racionalizar, el ser como devenir, inventan ficciones lógicas para así encontrar estabilidad frente al caos, porque el devenir no tiene ni obedece leyes sobrenaturales). Los humanos creamos las categorías, pero con ellas no hacemos sino “momificar” y paralizar el devenir del ser. Buscamos mecanismos adecuados para afirmar la existencia humana frente al mundo, y al hacerlo negamos el devenir del ser. Además, si existe un mundo real y otro aparente, también habrá un ser humano real y otro aparente, equivocado, y en último término un orden moral sobrenatural; de esta forma se quita el primitivo carácter de “inocencia” que poseía el devenir del ser y se hace al hombre dependiente de un principio superior a él mismo, bien sea Dios, bien sea la razón, bien sea la ciencia o la historia.

Crítica epistemológica de la metafísica

Nietzsche, aparte de esta crítica general a la ontología, hace una crítica, desde la misma razón, a las categorías y conceptos, pues, a su juicio, nos han inducido a considerar como error el devenir.

Realidad y concepto

Toda palabra, en su origen, expresa una vivencia original, única e individualizada. Pero al convertirse en concepto, viene a expresar y significar una multiplicidad de cosas, a todas las cuales nombramos con un mismo término, como si todas fueran iguales, cuando, rigurosamente hablando, «nunca son idénticas». El concepto se ha formado prescindiendo arbitrariamente de las diferencias individuales. La verdad aparece así como un conjunto de generalizaciones, ilusiones que el uso y la costumbre han venido imponiendo, y cuya naturaleza desconocemos: «metáforas ya olvidadas que han perdido su fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora entran en consideración como metal, no como tales monedas». El proceso de formación del concepto va desde la sensación hasta el producto como tal. Se pasa de la sensación a la imagen mediante metáforas intuitivas, y de la imagen al concepto a través de la “fijación” de una metáfora o conjunto de metáforas. Se niega, pues, todo tipo de proceso lógico en la formación de los conceptos. El hombre, en primer lugar, generaliza las impresiones, las convierte en conceptos y, después, refiere a ellos su vida misma (conocimiento y moral aparecen conjuntamente). Gracias a esta abstracción el ser humano puede hacer frente al devenir, que le arrastraría de intuición en intuición sin posibilidades de supervivencia. Ha sobrevivido, pero ha olvidado la naturaleza metafórica del concepto. El concepto no sirve para hablar del ser. Los conceptos no pueden aprehender la verdadera realidad del ser, que es devenir y cambio. Existiría la Verdad (con mayúsculas) si fuese posible una percepción exacta. Pero esto es imposible, porque entre el mundo del sujeto y el del objeto no caben correspondencias lógicas (causalidad, finalidad, etc.). Sólo es posible un comportamiento estético, que se sabe creativo y efímero. A través de las palabras y de los conceptos no se llega nunca a penetrar en el origen de las cosas; ni siquiera las formas puras de la sensibilidad y de la inteligencia (el espacio, el tiempo, la causalidad, etc.) pueden proporcionarnos jamás nada que se aproxime a una verdad eterna.

Realidad y lenguaje

La filosofía está en relación con el lenguaje, por eso las filosofías terminan por cumplir un cierto «esquema básico», sucediéndose según un determinado orden. La misión del filósofo es ir a los orígenes, y en los orígenes encontramos la filosofía de la gramática, que nos lleva a una visión particular de la realidad, lo que hace que todas las filosofías cumplan este esquema básico. Nietzsche nos pone un ejemplo: el parecido filosófico entre las filosofías india, griega y alemana se debe al apriórico parecido lingüístico. Esto no quiere decir que Nietzsche identifique sin más pensamiento con lenguaje, porque el lenguaje apunta hacia algo fuera del lenguaje y del propio pensamiento, las propias cosas, el mundo en que nos movemos. Otra cosa es la relación que se establezca entre cada filosofía y su correspondiente esquema lingüístico; parecería que cada sistema como tal está condicionado por la funcionalidad de su gramática. Nietzsche se pregunta si no estaremos siendo “engañados” por el propio lenguaje. “La razón en el lenguaje: ¡Oh, qué vieja hembra engañadora…! Creo que no vamos a desembarazarnos de la idea de Dios porque aún seguimos creyendo en la gramática.”.

La crítica de las ciencias positivas

Nietzsche critica la ciencia positiva porque supone una matematización de lo real; matematización que no nos ayuda a conocer las cosas, sino sólo a establecer una relación cuantitativa con ellas. La matematización anula las diferencias de las cosas. Reducir la cualidad a cantidad es un error y una locura. Nietzsche no ataca la ciencia en sí, sino una metodología determinada (el mecanicismo y positivismo de su época). Este método se relaciona con la metafísica tradicional porque se inspira directamente en la lógica, reductora de las diferencias, es decir, en la ontología que trata el devenir del ser como si fuera una apariencia. Se consuma el proceso de matematización de la realidad en el momento en que arbitrariamente prescindimos de las cualidades propias de las cosas, ya que el modelo matemático tiende a la estabilidad formal de las relaciones entre mundo y hombre. Pero dichas relaciones no pueden ser más que formales, es decir, externas.

La crítica a la ciencia y a su idea del progreso tiene dos vertientes:

  1. Ciencia y moral. La ciencia investiga el curso de la naturaleza, pero no da órdenes. La ciencia sólo conoce cantidad y número; nada sabe de la pasión, de la fuerza, del amor, del placer, etc.; además, ni la física, ni la química, ni las matemáticas explican al ser humano: es éste quien explica a aquéllas. La ciencia no puede hacer juicios valorativos sobre la vida, no ofrece leyes morales que puedan obligarnos.
  2. Ciencia y estado. La ciencia se ha convertido en nodriza al servicio de unos intereses creados; concretamente, el estado la ha tomado a su servicio con el fin de explotarla para sus fines. El “monstruo más frío de todos los monstruos, el estado”, posee en la ciencia su más fiel servidor. El “golpe de estado” dado por la ciencia (Renacimiento) a la religión ha sido en provecho, no del pueblo, sino “del príncipe”.