Así, para Nietzsche no hay verdad absoluta y solo podrá considerarse “verdad” aquello que favorezca a la vida.
El criterio de verdad es la “voluntad de poder” que asume y justifica el error necesario para vivir como válido. Por ello, exaltará el poder de la metáfora como una perspectiva que se reconoce como tal, que selecciona e interpreta la realidad sin identificarse nunca con ella. La metáfora se sabe que es una perspectiva que nos ayuda a vivir plenamente.
Aquí vienen a colación dos conceptos de Nietzsche fundamentales: la oposición entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Lo apolíneo es la forma de vida que necesita de las formas y de las ideas, de las reducciones y las leyes para vivir; lo dionisíaco es la forma de vida que acepta el salvaje devenir de lo real y vive sumergíéndose en el sin temor ni complejos. Apolo afirma el ideal, los valores, y niega la vida para hacerla soportable; Dionisio afirma la vida y se sumerge en ella con todas las consecuencias. Y en esa lucha entre lo apolíneo y lo dionisíaco se desarrolla la vida y el conocimiento del hombre.

No se trata, pues, de cambiar unos valores por otros, que sería de nuevo una postura apolínea, sino de una transvaloración de todos los valores, de ver que todos los valores responden a la voluntad de poder y, así, negarlos todos para afirmar la vida. Dios, como veíamos, es el máximo símbolo de estos valores, por tanto la máxima afirmación dionisíaca será la negación de Dios: el ateísmo. El hombre como voluntad de poder se autoafirma en su propia creación y niega la creación de Dios. Lo que acontece ya es un devenir creativo de las fuerzas, un triunfo de la afirmación de la vida. Un triunfo de una voluntad de poder que no consiste en una nueva proposición de valores sino en la afirmación total de la vida, de la muerte, de la tierra, del cuerpo, del instinto, de lo creativo y lo destructivo. Esta transvaloración de todos los valores solo es posible tras haber superado el Nihilismo. El Nihilismo, heredado de Sócrates, Platón y el judeocristianismo, consideraba el devenir como algo que debería haber sido absorbido por el Ser, lo Uno, Dios; y consideraba lo múltiple como algo equivocado, erróneo, injusto, que debería ser reducido a lo Uno.
Sin embargo, la transvaloración de todos los valores eleva lo múltiple y el continuo devenir a la misma afirmación de la vida.


Nietzsche afirma una visión pesimista del hombre, un animal cuya única arma para defenderse del mundo es la inteligencia. El ser humano es débil e indigente y, sin embargo, se cree el centro de la naturaleza. Por ello, Nietzsche considera que el ser humano sigue evolucionando y es solo un puente hacia el superhombre1.
El hombre es algo cambiante, en tanto que es vida y, tras una serie de transformaciones, conseguirá superarse a sí mismo en el superhombre, aquel que tiene voluntad de poder, no de verdad.
El hombre débil, anterior al superhombre, sigue los dictados de la moral tradicional. Se trata de una moral de los esclavos donde lo fundamental es la resignación y el rechazo a la vida. Es antinatural, niega los instintos vitales, y su fundamento ha sido Dios, o la razón entendida también como un Dios por la voluntad de verdad. Además, Dios o la razón entendida como Dios, ha sido el fundamento no solo de la moral sino también de la idea de que existe una verdad única y de que la vida individual concreta debe ser sacrificada en aras a otra vida futura. Así, Dios, o la razón como Dios, es el fundamento último de la voluntad de verdad y del platonismo y por lo tanto es el gran enemigo frente al surgimiento del superhombre que tiene voluntad de poder. Por ello, para que el superhombre pueda llegar a ser, para afirmar absolutamente la vida, hay que acabar con Dios y acabar con la voluntad de verdad que este representa. Dios ha sido la gran objeción contra la vida y es necesario para dar valor a la vida negar a Dios.
Esta negación ha ocurrido en la época moderna donde Dios ha muerto. Con ello, todos los valores tradicionales se derrumban, se quedan en nada, surgiendo una nueva época dominada por el nihilismo2. Este puede tener dos sentidos: uno negativo en cuanto a que con el derrumbe de los valores tradicionales se cae en la pasividad, en el sinsentido de la existencia; otro, positivo, en cuanto a que la muerte de Dios es la oportunidad para la transmutación de los valores y el surgimiento del superhombre.
Así, deberán transmutarse los valores. Esta transmutación de los valores no implica solo crear valores diferentes sino cambiar radicalmente la misma forma de valorar. Efectivamente, la transmutación de los valores implica que ya no se valorará desde el resentimiento contra la vida, sino desde la “voluntad de poder”, desde los instintos que en cada caso potencien la vida. Esta transmutación será hecha por el superhombre, producto de la evolución desde el hombre débil, racional y dominado por la voluntad de verdad, hacia un ser humano fuerte, instintivo, con voluntad de poder, destructor y creador constante que acepta lo trágico de la vida, su devenir, multiplicidad y sus diversas perspectivas.
Esta evolución del espíritu hasta el superhombre pasa por tres estadios: el camello, que todavía asume su deber racional; el león, el nihilista que se rebela frente a todo, pero aún es incapaz de crear nuevos valores; y el niño, o el bailarín, que hace de la vida un juego y una creación artística.
Este último es la representación del superhombre, que tiene la voluntad de poder y admite la vida como un eterno retorno, es capaz de crear una vida tan intensa que la posibilidad de que
pueda ser repetida infinitas veces le parece maravillosa. El superhombre rechaza la moral del esclavo y la conducta gregaria, siendo contrario al igualitarismo. Frente a estos valores de los hombres débiles, el superhombre es un creador constante de nuevos valores, vive en un mundo sin trascendencia y haciendo de su vida su propia creación, su obra de arte.
En síntesis, el eterno retorno constituye una doctrina moral y una reflexión acerca del tiempo, es una crítica a la cultura occidental y a su concepción del tiempo lineal de la cultura judeocristiana, medieval y moderna, un tiempo aniquilador, destructor que se opone a la vida y a la voluntad de poder –propia del superhombre– a la voluntad Así, Nietzsche propone una destrucción de este tiempo lineal, del sentido trascendente del tiempo que se dirige a un fin igualmente trascendente.
Por consiguiente, el tiempo va más allá de una sucesión de momentos desde el pasado, al presente y después al futuro , reivindicando el valor del instante, el cual se revela en un tiempo circular, eterno. Esto no significa que lo que ha sucedido volverá a suceder, ya que esto implicaría una forma de finalidad y el eterno retorno representa la negación de toda finalidad, de toda trascendencia.
Finalmente, a todo este pensamiento Nietzche añade el concepto de “amor fati”, que significa “amor al destino”, y que utiliza para significar la actitud del superhombre ante la vida y el suceder cósmico; no solo se acepta el destino como necesario, sino que se ama esta misma necesidad.


Nietzsche plantea una concepción de la moral rotundamente opuesta a la platónica. Platón profundizó en la moral socrática adoptando el intelectualismo como teoría clave para entender el Bien, la Justicia, la Verdad y la Felicidad. Al sabio solo le pertenecen los placeres intelectuales; los placeres materiales son contraproducentes para alcanzar la felicidad, pues nos alejan del conocimiento del Bien. El cristianismo, por su parte, asumíó el dualismo platónico identificando el mundo verdadero con el cielo y el mundo de la apariencia con este “valle de lágrimas”.
Nietzsche no solo critica a Platón porque falsea la realidad y nos lleva al error, sino porque ataca a la vida. Según Nietzsche, con la dialéctica y el intelectualismo moral, Sócrates inicia la decadencia de la cultura occidental, imponiendo la “moral de esclavos” a la “moral de señores”, que era la defendida por el espíritu griego. La crítica que hace a la moral platónico-cristiana se centrará en su carácter contranatural. Es una moral que se dirige contra los instintos de la vida, pues ha servido para condenar los valores propios del hombre superior a favor de los del hombre débil; frente a la audacia, la alegría, la fuerza instintiva y pasional, ha opuesto la compasión, la resignación, la humildad. Detrás de la moral cristiana está el platonismo. El hecho de distinguir entre mundo auténtico y mundo aparente hace que desprestigiemos al auténtico (que es el “aparente”) y corramos tras la ilusión de los sueños.
Para Nietzsche, la razón que ha dado lugar a la metafísica idealista es producto de una inversión de valores que debe a su vez ser invertida de nuevo: aquellos que sienten resentimiento ante la vida, que no pueden aceptar su aspecto negativo y cambiante (con Sócrates como principal ejemplo) rompieron el equilibrio entre vida y concepto (entre lo dionisíaco y lo apolíneo) que representaba la tragedia griega, para generar una imagen del mundo en la que lo conceptual se convertía en lo más real, negando lo instintivo, lo cambiante, el deseo, etc.
Estas formas de entender la moral son calificadas por Nietzsche de patologías, sobre todo por su valoración negativa de lo corporal, lo sensible y lo instintivo-sexual. Es una moral contranatural que se opone a los valores vitales que permiten al ser humano desarrollar sus capacidades. Los valores propios de la vida se convierten en Nietzsche en los valores morales. Lo instintivo, lo que favorece a la vida, la satisfacción de lo corporal, son los únicos criterios de validez moral.
Por último, se pueden destacar algunos rasgos comunes a ambos autores:
El estilo literario: un estilo poético que cuida los aspectos estéticos, expresado mediante el uso de metáforas, alegorías, etc. Como recursos didácticos;
La defensa del sentido aristocrático de la existencia, aunque desde perspectivas muy diferenciadas: en el caso de Platón se trata de una aristocracia del conocimiento (el bueno es sabio) y en el caso de Nietzsche de una aristocracia de los creadores de nuevos valores (los que se reafirman, los que eligen la moral de los señores).
La crítica a la democracia –como sistema político– y a los igualitarismos: para Platón es un mal régimen político, porque gobiernan los que no saben. Mientras que para Nietzsche –que critica la cultura occidental– es una muestra de la moral de los esclavos, porque implica tomar unos valores e intentar aplicarlos a toda la sociedad negando, por tanto, la voluntad de poder y la creatividad.