Si se ha visto en Audubon al primer ornitólogo y naturalista moderno de Estados Unidos; en Thoreau al padre de la ética ambientalista, el pacifismo y la no violencia; en Leopold al originador del movimiento de protección de las áreas naturales; en Wilson al paladín de la biodiversidad en un mundo que la pierde rápidamente, para Rachel Carson se ha reservado el papel de agorera de los desastres que la contaminación química de nuestro entorno provoca en la salud de los ecosistemas y de nuestra especie.

En este triple papel (de escritora excepcional, de bióloga amante de la naturaleza y conocedora de las relaciones entre organismos, de

Y Rachel Carson escribió este alegato desde el conocimiento científico, desde la sensibilidad de naturista y de mujer, enfrentándose a la poderosa industria química americana de la postguerra y a la política ambiental errática, cuando no disparatada en este ámbito, del Departamento de Agricultura estadounidense.

Rachel Carson: Naturalista y Escritora

Rachel Louise Carson nació en 1907 en Springdale, Pensilvania, y murió en 1964, antes de cumplir los cincuenta y siete años, en Silver Spring, Maryland. Escritora de pluma fácil, naturalista de afición y bióloga marina y zoóloga de formación, combinó todas estas facetas en su actividad profesional: columnista en periódicos locales y estatales, redactora de la Agencia de Pesquerías y redactora jefe del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos, así como profesora de la Universidad de Maryland y en cursos de verano de la Johns Hopkins y, finalmente, escritora a tiempo completo y por cuenta propia.

Seguramente aprovechando el impacto de cada uno de estos libros por separado, pero en especial de Primavera silenciosa, una editorial inglesa los publicó en un solo volumen (The Sea) en 1964.

La gran narradora seguía ahí, pero la belleza de la naturaleza de bosques, campos, ríos y costas se describía más estrecha.

Y la prensa, quizá presionada por la administración y la industria, no sólo se mostró hostil sino muy acerba, en sus ataques a la autora de la que poco antes celebraba los éxitos literarios.

Por ejemplo, en un artículo en el Washington Post, arremetía contra la poca sensibilidad ambiental

de la nueva administración republicana del presidente Eisenhower, quien había sustituido a un competente Secretario del Interior por un político sin conocimientos ambientales:

Durante muchos años, ciudadanos sensibles de todo el país han trabajado en pro de la conservación de los recursos naturales, al comprender la importancia vital que éstos tienen para la nación. Parece que el progreso que tan duramente han conseguido va a esfumarse, pues una administración que sólo piensa en términos políticos nos retorna a la época aciaga de explotación y destrucción sin límites. He aquí una de las ironías de nuestra época: mientras nos ocupamos de la defensa de nuestro país contra los enemigos del exterior, descuidamos totalmente a los que lo quieren destruir desde dentro. Se ha comparado el ataque contra Rachel Carson y Primavera silenciosa al que un siglo antes sufriera Charles Darwin por parte de la Iglesia y del establishment victoriano cuando publicó El origen de las especies.

Artículos de prensa, entrevistas radiofónicas, una comparecencia ante el Congreso en 1963 y también el respaldo de naturalistas y científicos le permitieron desarmar el circo mediático que la industria química (Monsanto, DuPont, Velsicol, entre otras grandes empresas) y sectores de la administración habían montado contra ella, que incluía panfletos que, imitando su inquietante capítulo inicial, pero a la inversa, contaban las desgracias de un mundo sin plaguicidas y a merced de los insectos.

Después de un largo estudio, éste concluyó en 1963 que, aunque debían seguir usándose

Asimismo, como hacía la autora con todos sus libros, Primavera silenciosa fue revisado a fondo antes de llegar a la versión final que se publicó.

Primavera silenciosa no es sólo un alegato en defensa de la naturaleza por parte de una naturalista sino una llamada de atención a los peligros que para la salud humana supone envenenar el ambiente, efectuada por una mujer que padeció una mastectomía radical mientras escribía este libro, que fue tratada con radioterapia y que murió de las complicaciones del tratamiento del cáncer de mama, una enfermedad que, como muchos cánceres, parece originarse por la exposición a sustancias químicas tóxicas.

Carson había acertado con las causas principales de la proliferación de plaguicidas y de su uso indiscriminado, rociados en setos y jardines o pulverizados a gran escala, sobre bosques y marismas, desde el aire:

Todo esto se ha producido a causa del súbito auge y del prodigioso crecimiento de una industria dedicada a la fabricación de sustancias químicas artificiales o sintéticas con propiedades insecticidas. Dicha industria es hija de la segunda guerra mundial. En el curso del desarrollo de agentes para la guerra química, se descubrió que algunas de las sustancias eran letales para los insectos. El hallazgo no se produjo por casualidad: los insectos fueron ampliamente usados para probar los productos químicos como agentes de muerte para el hombre. (Capítulo 3.)

Con el desarrollo de los nuevos insecticidas orgánicos y la abundancia de aviones sobrantes tras la segunda guerra mundial, todo esto [el uso prudente de los plaguicidas] se olvidó. (Capítulo 10.)

Y, claro, si ocurrían los desastres que Carson denunciaba, alguien los permitía. En la misma medida que Primavera silenciosa es una denuncia de los daños a la naturaleza y a sus habitantes, también lo es de la soberbia, la ignorancia y el oportunismo de los seres humanos que los provocaban.

El «control de la naturaleza» es una frase concebida con arrogancia, nacida en la época de niilismo de la biología y de la filosofía, cuando se suponía que la naturaleza existe para la conveniencia del hombre.

sobre el desarrollo embrionario del riñón en un pez gato, etcétera), que se atrevía a poner en duda la obra científica y técnica de los expertos de la industria y la administración, hombres en su inmensa mayoría, pues recuérdese que nos hallamos en los primeros años sesenta del siglo pasado. Fueron especialmente contraproducentes para los negacionistas de las tesis de Carson las intervenciones radiadas, y más las televisadas, en las que una

Uno de sus más duros detractores fue el bioquímico Robert White-Stevens, quien se atrevió a decir (en una entrevista aireada por la televisión) que

Las principales afirmaciones del libro de miss Rachel Carson, Primavera silenciosa, son crasas distorsiones de los hechos reales, que no se hallan en absoluto refrendadas por las pruebas científicas y experimentales, y por la experiencia práctica general en el campo. Si el hombre siguiera las enseñanzas de miss Carson, volveríamos a la Edad Media y los insectos, las enfermedades y las sabandijas heredarían de nuevo la Tierra.

Este fragmento da idea del tipo de argumentación utilizada por los defensores de la guerra química contra las plagas, pero hay que situarlo en el contexto de un período de auge sin precedentes en la creación de sustancias sintéticas, en especial en Estados Unidos, y de la falsa creencia de que nuestra especie podía domeñar a la naturaleza sin ninguna dificultad. El mismo White-Stevens (1972) hacía la afirmación que sigue, que en la actualidad, visto el deplorable estado en que se encuentra el planeta, por nuestra culpa, no sólo suena arrogante y pintoresca, sino que destila machismo al asimilar especie humana a hombre:

El quid de la cuestión, el fulcro sobre el que descansa principalmente la argumentación, es que miss Carson sostiene que el equilibrio de la naturaleza es una fuerza fundamental en la supervivencia del hombre, mientras que el químico, el biólogo y el científico modernos, creen que el hombre controla firmemente a la naturaleza.

Queda abierto el debate si White-Stevens y otros científicos defensores de la inocuidad de los plaguicidas estaban convencidos de su postura o respondían de manera gremialista e interesada a

una acusación generalizada que Carson hacía en su libro (capítulo 18) y que, mutatis mutandis, puede dedicarse a otros muchos campos de la investigación aplicada, de los Estados Unidos de entonces y de todos los países en la actualidad:

Las empresas químicas más importantes están vertiendo dinero a chorros en las universidades para financiar las investigaciones sobre insecticidas. Esto crea becas atractivas para los estudiantes graduados y atractivos cargos en las empresas. Éstos se dejan para las agencias estatales y federales, donde los sueldos son bastante inferiores.

Esta situación explica asimismo el hecho, de otro modo desconcertante, de que ciertos entomólogos eminentes figuren entre los principales defensores del control químico. Pero conociendo su prejuicio, ¿qué crédito podemos dar a sus aseveraciones de que los insecticidas son inofensivos?

En cualquier caso, algo quedó del regusto amargo de la denuncia de Primavera silenciosa entre los profesionales de la industria química y es difícil encontrar un texto sobre plaguicidas o contaminación química, incluso reciente, que no transmita, de manera prolija o escueta, el mensaje siguiente: Carson denunció los desastres que los plaguicidas causaban en el mundo vivo.

Primavera Silenciosa

Tras este panorama desolador, en los dos capítulos siguientes («La obligación de resistir» y «Elixires de muerte»), Carson plantea el problema de la lucha química contra las plagas y describe los principales plaguicidas en uso en su época (en la actualidad, una descripción siquiera somera del espectro de sustancias biocidas necesitaría varios capítulos extensos).

Debe destacarse que seguramente fue Rachel Carson la primera en llamar la atención a la opinión pública acerca de la interacción de estos diversos compartimentos de la biosfera, todos ellos conectados y de la mayor importancia aunque los pasemos por alto o los maltratemos continuamente (su explicación del papel fundamental del suelo es magistral).

Los peces de los ríos forestales no salen mejor parados («Ríos de muerte»), como tampoco los animales domésticos y de granja, como consecuencia de una verdadera fiebre fumigadora («Indiscriminadamente desde los cielos»).

Dedica el capítulo siguiente (con el ominoso título de «Uno de cada cuatro», en relación con la prevalencia entre nosotros del cáncer), a desentrañar lo que en su época se conocía de las causas de dicha enfermedad, destacando las de origen ambiental: nuestra salud, y no sólo el medio ambiente, también se ve afectada por la contaminación ambiental.

Carson anima a las agencias correspondientes a utilizar estos métodos, que su libro contribuyó a divulgar, y a abandonar el camino trillado de la guerra química indiscriminada, que acumula tóxicos en el ambiente y en nuestro organismo y causa daños sin fin a la naturaleza.

En su gran mayoría, los resultados de tales estudios confirmarían todos los temores de la autora y concluirían en la prohibición del uso del DDT y la adopción de otras medidas de seguridad en el empleo de plaguicidas.

La Ecología de Primavera Silenciosa

Los conocimientos biológicos y ecológicos de Rachel Carson hacen de Primavera silenciosa uno de los principales libros de divulgación de la ecología, que habrían de proliferar a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, pero que eran escasísimos en la primera.

dichas muertes u otro tipo de afectación, como la reducción de la fertilidad, en el conjunto del ecosistema. Es lo que en la jerga de la ecología se denomina efectos en cascada, de los que los ecólogos han sido conscientes solo en el último par de décadas. Pues bien, Carson ya citaba estos casos en su libro, en diversas ocasiones, y demostraba de manera fehaciente y objetiva (y no sensiblera) los múltiples daños a los organismos de un ecosistema y, por ende, a nuestros cultivos, a nuestros bosques, a nuestra salud.

Rachel Carson conocía bien lo que se sabía a mediados del siglo pasado de la ecología de los organismos (por ejemplo, cita en varias ocasiones el libro fundamental de Elton, 1958), que no era mucho, pues la ecología iba a desarrollarse de manera espectacular, precisamente en Estados Unidos, pero ya en la segunda mitad del siglo.

Hasta aquí, este mensaje puede considerarse una descripción directa, más o menos poética, de los estragos producidos por los biocidas. Pero Carson auguró

La primera es que «una abeja puede transportar néctar ponzoñoso a su colmena, y de inmediato fabricar miel venenosa» (capítulo 3).

Pero no se ha hecho lo mismo para proteger a los polinizadores silvestres, tanto en los ambientes agrícolas como en los naturales (Buchmann y Nabhan, 1996), que es la segunda advertencia de Carson que, de nuevo, demuestra una visión ecológica general (capítulo 6):

Sin la polinización de los insectos, la mayor parte de plantas que sostienen el suelo y lo enriquecen en áreas no cultivadas desaparecerían, con consecuencias de gran alcance para la ecología de toda la región. Muchas hierbas, arbustos y árboles de bosques y montes dependen de los insectos nativos para su reproducción; sin esas plantas, muchos animales salvajes y ganado doméstico encontrarían muy poco alimento. Ahora, el cultivo limpio y la destrucción química de los setos vivos están eliminando los últimos santuarios de esos insectos polinizadores y rompiendo los lazos que unen unos seres vivos con otros. Pero como unos organismos son presa de otros, a lo largo de las redes alimentarias se produce otro proceso de aumento ulterior de la

La capacidad de los organismos de resistir las ponzoñas ideadas por el ser humano le proporcionaba un magnífico ejemplo de evolución en acción:

Si Darwin viviera hoy en día, el mundo de los insectos le deleitaría y le asombraría con su impresionante demostración de sus teorías acerca de la supervivencia de los más aptos. Bajo la tensión de las pulverizaciones químicas intensivas, los miembros más débiles de las poblaciones de insectos van siendo eliminados… Sólo quedan los fuertes y los adaptables para desafiar nuestros esfuerzos por controlarlos… Difícilmente el propio Darwin hubiera encontrado un mejor ejemplo de la operación de la selección natural que el que proporciona la manera en que funciona el mecanismo de la resistencia. En una población original, cuyos miembros varían mucho entre sí en cualidades de estructura, comportamiento o fisiología, los que sobreviven al ataque químico son los insectos «duros». Ésos son los progenitores de la nueva generación que, por simple herencia, posee todas las cualidades de «dureza» innatas en sus progenitores. (Capítulo 16).

Otro aspecto de la visión ambiental global de Rachel Carson es que, en plena época de expansión económica estadounidense, aboga claramente por una producción agrícola sostenible (capítulo 1):

¿Pero nuestro problema real no es de superproducción? Nuestras granjas, a pesar de las medidas para reducir la superficie destinada a la producción y para pagar a los agricultores para que no produzcan, han rendido tan asombroso exceso de cosechas que el contribuyente estadounidense pagó en 1962 más de un millar de millones de dólares como costo adicional total del programa de almacenaje del excedente de alimentos.

Resulta más barato [rociar las malas hierbas con plaguicidas] que segarlas, es la consigna. Así, quizás, aparece en las ordenadas columnas de cifras de los libros oficiales, pero si se registraran los verdaderos costos, los costos no sólo en dólares, sino en los muchos débitos igualmente válidos que ahora consideramos, se vería que toda la siembra a voleo de sustancias químicas resulta mucho más cara monetariamente, así como infinitamente perjudicial para la salud a largo plazo del paisaje y para todos los variados intereses que dependen de ella. (Capítulo 6.)

Se nos ha dicho que la inoculación con esporas de la enfermedad lechosa [para combatir al escarabajo japonés] es «demasiado cara», aunque nadie lo consideró así en los catorce estados del Este en 1940. Además, ¿con qué clase de contabilidad se ha llegado a la conclusión de que sea «demasiado cara»? Ciertamente que con ninguna que evalúe los verdaderos costos de la destrucción total producida con programas tales como el de las rociaduras de Sheldon. (Capítulo 7.)

En consecuencia, cuando explica los daños producidos por los plaguicidas, los evalúa en pérdidas ecológicas, pero también económicas, muy a menudo apelando a aquellos sectores de la sociedad que más los sentirán: agricultores, pescadores, incluso cazadores, además de excursionistas, turistas, naturalistas y ornitólogos aficionados.

Carson, Ecologista

La preocupación de Rachel Carson por la manera como la administración estadounidense abusaba de los nuevos plaguicidas químicos, como el DDT, se despertó muy temprano. Carson (1963) recordaba:

A medida que me enteraba de más cosas acerca del uso de plaguicidas, más consternada me sentía. Comprendí que allí había material para un libro. Lo que descubrí es que todo aquello que más significaba para mí como naturalista se hallaba amenazado y que nada de lo que yo pudiera hacer sería más importante. Pero lo que seguramente fue más importante para dicha reacción fue que, junto al cúmulo de desgracias, se le ofrecía una solución que iba más allá de la prohibición de plaguicidas concretos.

Debemos vivir según las leyes de la naturaleza, de manera que debemos estudiarla más para llegar a conocerlas, debemos adaptarnos a ella y no intentar domeñarla: no sólo no podremos hacerlo sino que nos saldrá el tiro por la culata.

Hasta Primavera silenciosa, la conservación de la naturaleza no había despertado mucho interés entre el público estadounidense, apenas unas personas se preocupaban realmente por la desaparición de la naturaleza, menos en un país muy extenso y que se sentía orgulloso del avance hacia el Oeste de las fronteras de los estados originales, aunque aquél hubiera acarreado la aniquilación por igual de seres vivos y pobladores aborígenes o la transformación radical del paisaje.

(Contribuyó al impacto del libro el conocimiento generalizado y coetáneo de los horrores de la talidomida, causante de graves defectos en los recién nacidos.) Por primera vez, la sociedad estadounidense entendió que era necesario regular la industria para proteger el ambiente: así nació el ecologismo.

La comparación de Rachel Carson y Primavera silenciosa con la abolicionista Harriet Beecher Stowe y La cabaña del tío Tom (1852), novela que denunció a la sociedad estadounidense el drama de la esclavitud y promovió activamente su abolición, era obligada. Pero Rachel Carson no pretendió erigirse en la abanderada de la cruzada ecologista, ni tuvo oportunidad de ver su concreción, pero fue una ecologista malgré soi al denunciar públicamente un desaguisado ambiental, desenmascarar a los culpables y proponer alternativas. Así, por ejemplo, en el capítulo 17 del libro, leemos lo siguiente:

Puede utilizarse una variedad extraordinaria de alternativas al control químico de los insectos. Algunas están ya en uso y han conseguido éxitos brillantes. Aún otras son poco más que ideas en la mente de científicos imaginativos, que aguardan la oportunidad de demostrarlas. Todas tienen esto en común: son soluciones comprensión de los organismos vivos que tratan de controlar y de todo el tejido de la vida al que pertenecen esos organismos.

Estos consejos se nos antojan modernísimos en relación con la época en que fueron escritos.

El doctor Wilhelm Hueper, del Instituto Nacional del Cáncer,

uno de los investigadores que más se habían preocupado por las causas ambientales del cáncer e informante principal de Carson, resumió en la siguiente breve descripción de la autora de Primavera silenciosa lo que seguramente es la mejor definición de un ecologista: «Se trata de una científica sincera, insólitamente bien informada, que posee no sólo un grado inusual de responsabilidad social, sino que tiene también la valentía y la capacidad de expresarse y luchar por sus convicciones y principios».

Intérprete Sensible y Perspicaz de la Naturaleza

Según Wilson,

habría dado a Estados Unidos una calificación intermedia. El mayor conocimiento público del ambiente habría agradado a la educadora que había en ella; el que su libro figurara como un clásico literario habría sorprendido a la escritora, y la existencia de nuevas normativas [ambientales] habría sido gratificante para la burócrata frustrada de la administración. Algunos acontecimientos impensables en su época (la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, que produjo el Convenio sobre la Biodiversidad; las diversas reuniones internacionales para reducir las emisiones de gases invernadero e intentar consolidar políticas para mitigar el cambio climático), a pesar de sus resultados parciales, la hubieran animado.

Podría servir de epitafio a una naturalista que, seguramente