Densidad de Población en 1887

Durante el siglo XIX, la población española experimentó un lento crecimiento. Presentaba un modelo demográfico antiguo, con altas tasas de natalidad y mortalidad y un crecimiento natural lento. La distribución de la población fue consecuencia de los movimientos interiores, tendencia que desde el siglo XVIII muestra el progresivo abandono del interior y su instalación en las periferias. Las regiones de levante y Andalucía presentaban las mejores condiciones para el desarrollo de la agricultura intensiva y es ahí donde se encontraban las mayores explotaciones agrícolas. Además, los suministros procedentes por mar dotaban a las regiones costeras con un abastecimiento en materias primas y manufacturas superior al del interior. También hay que tener en cuenta la instalación de los primeros complejos industriales (Cataluña, Málaga, Alicante, País Vasco) y astilleros (Galicia), que fueron foco de atracción para una creciente población obrera industrial. Como resultado de esos movimientos interiores, la población de las regiones periféricas aumentó, siendo estas el punto de origen de las migraciones exteriores. Durante el siglo XIX, desde Galicia, la cornisa cantábrica y Cataluña, se produjeron migraciones con destino a Sudamérica, Europa Occidental o el norte de África. Por otro lado, se puede apreciar la alta densidad de población de Madrid, que, a pesar de ser una provincia interior, experimentó un gran crecimiento debido a su posición como capital del estado, centro administrativo, de banca y servicios. La población de España siguió siendo mayoritariamente rural, aunque a finales del siglo XIX ya aparecían grandes aglomeraciones urbanas ligadas al desarrollo industrial, como Barcelona, Bilbao, Valencia, Málaga o Vigo. Esto trajo cambios morfológicos en las ciudades, como el derrumbe de murallas y la creación de ensanches y barriadas.

Desamortizaciones

La desamortización es el proceso de subastar bienes inmuebles previamente expropiados. Durante el siglo XIX se realizaron varias desamortizaciones que afectaron tanto a fincas rústicas como urbanas en situación de “manos muertas” y de uso comunal. Estas desamortizaciones tuvieron una triple finalidad. Por un lado, se pretendía subsanar el estado de la hacienda y afrontar gastos del Estado (como las guerras carlistas) aumentando los ingresos por la venta de estas propiedades. Por otro lado, aumentar la productividad, poner en cultivo zonas improductivas y surtir al mercado de terrenos anteriormente vinculados. Por último, se pretendía formar una clase media de pequeños productores agrícolas que supusieran una masa social favorable al liberalismo. Las primeras desamortizaciones se realizaron durante el gobierno de Godoy, también durante la Guerra de Independencia y durante el Trienio Liberal. No obstante, los procesos desamortizadores más relevantes se produjeron bajo las directrices de los ministros de hacienda Mendizábal (1836) y Madoz (1855). La primera se centró en las propiedades de la Iglesia, mientras que la segunda tuvo especial atención sobre las propiedades de ayuntamientos y otras administraciones. El alcance de las desamortizaciones estuvo lejos de cumplir los objetivos previstos. Varias fueron las consecuencias de estos procesos. La aristocracia y alta burguesía fueron los grandes beneficiados, ya que fueron aquellos que pudieron afrontar los costes de los lotes en las subastas. No se consiguió una clase media rural y los campesinos y pequeños propietarios vieron reducidos sus ingresos y la competencia de los nuevos terratenientes. Aunque aumentó la superficie cultivada y cambió la estructura de la propiedad, los rendimientos siguieron siendo bajos. Políticamente, se consolidó la clase alta terrateniente, que defendía el nuevo sistema liberal. Los ayuntamientos perdieron poder económico, reforzando el centralismo, y la iglesia mantuvo una distancia respecto al liberalismo que no se corrigió hasta la Restauración.

Expansión del Ferrocarril

La revolución de los transportes del siglo XIX, cuenta con el ferrocarril como el mayor avance tecnológico. Desarrollado en Inglaterra, gracias a las aportaciones de James Watt a la máquina de vapor, vertebró el proceso industrial. La conectividad entre centros productivos y puertos de exportación fue más rápida y barata, favoreciendo la competitividad y el desarrollo de los centros industriales. En España, al igual que el proceso de industrialización, la expansión del ferrocarril fue lenta, escasa y con desequilibrios territoriales. Hay varios factores que explican esta cuestión. La orografía española presenta grandes desafíos técnicos (elevada altitud media, numerosas cadenas montañosas) que dificultan el tendido viario y aumentan los gastos de construcción (como la construcción de puentes y túneles). Por otro lado, la escasa inversión interior, debido a una falta de espíritu empresarial, se materializó en una clase alta más preocupada en los negocios agrarios de exportación que en el desarrollo de una industria interior. También la dinámica política del siglo XIX, con gran inestabilidad, dificultó proyectos de gran alcance. No fue hasta la Ley de Ferrocarriles de 1855 que el sector no vio un gran impulso. Las vías existentes (Barcelona-Mataró y Madrid-Arnajuez) presentaban escaso volumen, orientado al transporte de viajeros. Durante el Bienio Progresista (1854-1856), se dio el impulso que el sector necesitaba abriendo la posibilidad de inversiones extranjeras. Compañías francesas e inglesas fueron las que más participaron en esta empresa, siendo las grandes beneficiarias. A finales del siglo XIX, se observa una red ferroviaria con grandes desequilibrios. Esto se debe a una falta de integración entre las regiones productoras y exportadoras, con Madrid como gran nudo de comunicaciones y con ejes (cornisa cantábrica, arco levantino y valle del Ebro) de desarrollo con escasa cobertura viaria.

Industrialización

La industrialización española estuvo condicionada por una serie de factores. Destaca la escasa inversión de las clases altas (aristocracia y burguesía), más orientada a la explotación agraria. La escasez y gran dispersión de materias primas y fuentes de energía, así como una escasa integración territorial y un sistema de transportes deficiente. A pesar de estas dificultades, en el último cuarto del siglo XIX, se pueden apreciar algunos focos industriales en España. Los más destacados fueron el sector textil de Cataluña y el siderúrgico. La industria textil se desarrolló en Cataluña aprovechando los telares que, durante el siglo XVIII, se fueron instalando a lo largo de las cuencas de los ríos Llobregat y Ter. Su mecanización fue muy temprana y se supo beneficiar del comercio que brindaba el puerto de Barcelona. Predominaban los pequeños industriales, partidarios del proteccionismo económico para hacer frente a la competencia de la industria textil inglesa. La industria siderúrgica tuvo un desarrollo más espacial. Los primeros altos hornos se instalaron en Málaga y Marbella, utilizando carbón vegetal como combustible. A partir de 1860, Asturias toma el relevo, aprovechando la cercanía de yacimientos de hulla, que abarataba el producto final. No obstante, fue en el País Vasco, en la ría del Nervión, donde se desarrolló la industria siderúrgica más importante gracias a la gran calidad del acero. Para su elaboración, era necesario el coque británico, que debía ser importado. Debido a esto, la burguesía vizcaína era partidaria del librecambismo. Otros sectores que se fueron mecanizando lentamente fueron los astilleros, la industria química y papelera y la agroalimentaria. La industrialización en España fue un proceso lento, tardío e incompleto en relación con el resto de países de Europa Occidental.