La travesía épica de Eneas: De Troya a las costas italianas
Libro III: La Odisea de Eneas
Luego que subvertir el poder de Asia y de Príamo al inocente pueblo plugo a los dioses, y cayó la soberbia Ilión y por el suelo humea toda la Troya de Neptuno, a diversos exilios y a buscar tierras abandonadas nos obligan los augurios de los dioses y una flota bajo la misma Antandro disponemos y al pie del Ida de Frigia, sin saber a dónde nos llevan los hados, dónde podremos instalarnos, y reunimos a los hombres. Había comenzado apenas la primavera y el padre Anquises ordenaba rendir al destino las velas, cuando llorando dejo las costas de la patria y sus puertos y los llanos donde un día se alzó Troya. Heme allí arrastrado al exilio, al mar, con mis amigos y mi hijo, con los Penates y los grandes dioses.
La Tierra de Tracia y el Presagio de Polidoro
Hay una tierra lejos de vastas llanuras consagradas a Marte (los tracios la aran), gobernada otrora por el fiero Licurgo, antiguo asilo de Troya y Penates aliados mientras fortuna hubimos. Ahí paramos y en la curva playa levanto las primeras murallas llevado por un hado inicuo e invento el nombre de Enéadas por mi propio nombre. Preparaba sacrificios a mi madre de Dione hija y a los dioses tutelares de la obra emprendida y un toro corpulento en la playa ofrecía al supremo rey de los que pueblan el cielo. Mira por dónde se alzaba al lado un túmulo, y en lo alto ramas de cornejo y un mirto erizado de espesas puntas. Me acerqué tratando de arrancar del suelo un verde arbusto que cubriera con su espeso follaje los altares, y veo un extraño prodigio horrible de contar. Pues en cuanto arranco del suelo cortando sus raíces el primer tallo, destila éste gotas de negra sangre que ensucia la tierra con su peste. Un helado espanto sacude mi cuerpo y mi sangre helada se me cuaja de miedo. De nuevo trato de arrancar una flexible vara y de buscar hasta el fondo las causas escondidas; y otra vez negra sangre mana de la corteza. Dando muchas vueltas en mi corazón invocaba a las Ninfas agrestes y al padre Gradivo, el que reina en los campos de los getas; que propiciasen la visión e hicieran bueno el presagio. Mas cuando con mayor esfuerzo a una tercera vara me pongo y de rodillas me apoyo contra la arena (¿sigo, o me callo?), se escuchan de lo profundo de la altura lacrimosos gemidos y sale, y llega a mis oídos esta voz:
¿Por qué desgarras, Eneas, a un desgraciado? Deja ya en paz a un muerto, deja de profanar tus manos piadosas. Troya no me hizo extraño a ti ni mana esta sangre de la madera. Huye, ¡ay!, de esta tierra despiadada, huye de una costa tan avara, que soy Polidoro. Aquí, atravesado, férrea me sepultó mies de lanzas que aumentó con agudas jabalinas.
Entonces, agobiada mi mente por la duda y el miedo quedé estupefacto, se erizaron mis cabellos y la voz se clavó en mi garganta. Hacía tiempo que a este Polidoro, con gran cantidad de oro, a escondidas lo había enviado el pobre Príamo al rey de Tracia para que lo cuidase, desconfiando ya de las armas de Dardania y viendo a su ciudad ceñida por el asedio. El otro, apenas se quebraron las esperanzas de los teucros y los dejó Fortuna, se puso de parte de Agamenón y de las armas vencedoras, rompiendo todo compromiso: asesina a Polidoro y se apodera del oro por la fuerza. ¡A qué no obligas a los mortales pechos, hambre execrable de oro! Cuando el pavor abandonó mis huesos, refiero a los mejores de mi pueblo y a mi padre el primero los avisos de los dioses y su opinión les demando. En todos había igual ánimo: salir de una tierra maldita, dejar un asilo mancillado y confiar la flota a los Austros. Así que preparamos las exequias de Polidoro y gran cantidad de tierra amontonamos sobre su túmulo; se alzan a sus Manes las aras funerales de bandas azules y negro ciprés, y alrededor las troyanas con el pelo suelto según la costumbre; derramamos encima espumantes cuencos de tibia leche y páteras de sangre sagrada, y entregamos su alma al sepulcro y a grandes voces rendimos el saludo postrero.
La Isla de Delos y el Oráculo de Apolo
Y luego, en cuanto el piélago nos ofrece confianza y presentan los vientos un mar en calma y el Austro con suave silbo nos llama al agua, arrastran los compañeros las naves y llenan la playa; salimos del puerto y se alejan las tierras y las ciudades. Hay en medio del mar una tierra sagrada gratísima a la madre de las Nereidas y a Neptuno Egeo, que, errante por costas y playas, el piadoso arquero la encadenó a la elevada Míconos y a Gíaros y la dejó inmóvil y habitada, con el poder de despreciar los vientos. Allá vamos y ella, placidísima, agotados en su seguro puerto nos acoge; desembarcamos y veneramos la ciudad de Apolo. El rey Anio, rey a la vez de hombres y sacerdote de Febo, ceñidas sus sienes con las ínfulas y el laurel sagrado, se presenta; reconoció en Anquises al viejo amigo. Juntamos nuestras diestras como hospitalidad y en la ciudad entramos. Veneraba yo los templos del dios erigidos en un viejo peñasco:
Concédenos, Timbreo, una casa propia; concede a los fatigados unas murallas y una estirpe y una ciudad perdurable; salva la nueva Pérgamo de Troya, los restos de los dánaos y del cruel Aquiles. ¿A quién seguimos o a dónde nos mandas ir? ¿Dónde establecernos? Danos, padre, una señal y métete en nuestros corazones.
Apenas había acabado de hablar: todo me pareció temblar de pronto, los umbrales y el laurel del dios, y el monte entero agitarse alrededor y en el abierto santuario sonar su trípode. Caemos al suelo de rodillas y una voz llega a nuestros oídos:
Duros Dardánidas, la tierra que os creó primero de la raza de vuestros padres, esa misma con alegre seno os acogerá al volver. Buscad a la antigua madre. Aquí la casa de Eneas gobernará sobre todas las riberas y los hijos de sus hijos y los que nazcan de ellos.
Esto Febo, y en medio del tumulto una gran alegría nació, y todos preguntan cuáles son esas murallas, a dónde llama Febo a los errantes y les manda volver. Mi padre entonces, evocando los recuerdos de los más viejos, “Escuchadme, señores de Troya -dice-, y conoced vuestras esperanzas. Creta, la isla del gran Júpiter, yace en medio del ponto, donde el monte Ida y la cuna de nuestro pueblo. Cien grandes ciudades habitan, ubérrimos reinos, de donde, si bien recuerdo lo escuchado, nuestro gran padre Teucro arribó por vez primera a las costas reteas y eligió un lugar para su reino. Ilion aún no se había levantado ni los alcázares de Pérgamo; vivían en lo profundo de los valles. De allí la madre venerada en el Cibelo y los bronces de los Coribantes y el bosque ideo, de allí los fieles silencios de los misterios y los leones vinieron uncidos al carro de su dueña. Así que ánimo y sigamos por donde nos llevan los mandatos de los dioses; aplaquemos los vientos y busquemos el reino de Cnosos. El camino no es largo: con que Júpiter nos asista, la tercera luz dejará nuestra flota en las costas de Creta Dicho esto rindió en los altares honores merecidos, un toro a Neptuno, un toro para ti, bello Apolo, una oveja negra a la Tormenta y a los felices Céfiros una blanca.
Creta: La Falsa Promesa y la Peste
Vuela el rumor de que ha sido expulsado del reino de su padre el rey Idomeneo, que desiertas estaban las playas de Creta, que la región está libre de enemigos y sedes vacías nos aguardan. Dejamos el puerto de Ortigia y por el mar volamos y por Naxos con los collados de Baco y la verde Donusa y Oléaros y la nívea Paros y esparcidas por las aguas las Cícladas pasamos y los mares encrespados de tierras numerosas. El grito de los marinos salta al aire en reñida disputa: piden los compañeros que Creta busquemos y a nuestros padres. Nos empuja un viento que se levanta a nuestra popa, y llegamos por fin a las antiguas costas de los curetes. Así que ansioso levanto los muros de la ciudad deseada y Pergámea la llamo y a mi pueblo contento con el nombre lo animo a amar sus hogares y a elevar el alcázar sobre los tejados Y ya las naves estaban varadas en una playa casi seca, la juventud entregada a nuevos campos y nuevos matrimonios, y les daba leyes y casas, y he aquí que de pronto nos vino encima una peste horrible para los cuerpos y para árboles y sembrados miserable y un año de muerte desde una envenenada región del cielo. Dejaban sus dulces almas o enfermos se arrastraban los cuerpos; Siro además abrasaba los estériles campos, se sacaban los pastos y una mies enferma nos negaba el sustento. De nuevo a recorrer el mar, al oráculo de Ortigia y a Febo, me exhorta mi padre y a suplicar su venia, qué fin dispone a estas desgracias, dónde nos ordena buscar el remedio a nuestras fatigas, a dónde dirigirnos.
La Visión Divina y la Verdadera Patria
Era la noche y el sueño en la tierra se había adueñado de los animales. Las sagradas imágenes de los dioses y los frigios Penates que sacara conmigo de Troya en medio de incendio de la ciudad se mostraron erguidos ante mis ojos, en sueños, iluminados con gran resplandor, con el que la luna llena se derramaba por las abiertas ventanas; Y así hablaron entonces y con estas palabras se llevaron mis cuitas:
“Lo que Apolo te diría si volvieras a Ortigia, aquí te lo revela y además nos envía a tus umbrales. Nosotros te seguimos a ti, tras el incendio de Dardania, y a tus armas; bajo tu guía hemos recorrido nosotros el mar hinchado con las naves, seremos nosotros quienes alcen a los astros a tus descendientes y confieran el imperio a tu ciudad. Tú dispón para grandes grandes murallas y no abandones el enorme esfuerzo de tu periplo. Debes cambiar de territorio. No de estas riberas te habló el Delio, no te ordenó Apolo establecerte en Creta. Hay un lugar (los griegos lo llaman con el nombre de Hesperia), una tierra antigua, poderosa en las armas y de feraces campos; la habitaron hombres de Enotria; hoy se dice que sus descendientes la llaman Italia por el nombre de un caudillo. Ésta es nuestra verdadera patria, de aquí procede Dárdano y el padre Yasión, origen éste de nuestra estirpe. Levanta, pues, y transmite alegre estas palabras indubitables a tu anciano padre: que busque Córito y las tierras ausonias; Júpiter te niega los campos dicteos”
Atónito ante visión semejante y por la voz de los dioses (que no era aquello ningún sueño; reconocer de verdad me parecía los rasgos y las cabezas cubiertas y los rostros presentes; y manaba de todo mi cuerpo un sudor helado), me lanzo de la cama y dirijo al cielo las palmas extendidas y mi voz y libo ante el fuego sagrado presentes sin mancha. Gozoso, cumplido el sacrificio, lo comunico a Anquises y le expongo las cosas por orden. Reconoció la ambigua prole y dobles antepasados y a él mismo engañado por el nuevo error de los antiguos lugares. Recuerda entonces:
Hijo mío de Ilión atormentado por el sino, Casandra sola me profetizaba estos sucesos. Ahora recuerdo que, al prever el destino de nuestro pueblo, hablaba con frecuencia de Hesperia y de los ítalos reinos. Mas ¿quién iba a imaginar a los teucros en las costas de Hesperia? ¿A quién podían convencer entonces los vaticinios de Casandra? Hagamos caso a Febo y advertidos sigamos mejores señales.
Así dice, y todos obedecemos entre aclamaciones sus palabras. Abandonamos también este lugar y, dejando a unos pocos, largamos las velas y la vasta planicie recorremos en el cavo leño.
La Tormenta y las Harpías
Luego que las naves cubrieron el mar y más no aparece ninguna tierra, cielo por todo y por todo agua, se paró entonces sobre mi cabeza una nube cerúlea llena de noche y tormenta, y el mar se encrespó de tiniebla. Al punto los vientos revuelven el mar y enormes se levantan las olas, nos dispersa el azote de un vasto remolino. Escondieron los nimbos el día y cubrió una húmeda noche el cielo y los relámpagos aumentan en las rasgadas nubes, perdemos el rumbo y vagamos en las aguas ciegas. Ni Palinuro acierta siquiera a distinguir en el cielo el día de la noche ni recuerda el camino entre las olas. En la ciega tiniebla vagamos así tres inciertos soles por el mar y otras tantas noches sin estrellas. El cuarto día al fin pareció asomar una tierra, mostrarse a lo lejos las montañas y evaporarse la niebla. Caen las velas, nos ponemos a los remos; sin tardanza los esforzados marineros agitan la espuma y surcan el azul. Las costas de las Estrófades me acogen las primeras salvado de las aguas. Se alzan las Estrófades con su nombre griego, islas del gran Jonio, que la siniestra Celeno y las otras Harpías habitan luego que la casa de Fineo se les cerró y por miedo dejaron las mesas de antes. No hay monstruo más aciago que ellas ni peste alguna más cruel o castigo de los dioses nació de las aguas estigias. Rostros de doncella en cuerpos de ave, nauseabundo el excremento de su vientre, manos que se hacen garras y rasgos siempre pálidos de hambre. Aquí cuando llegamos y entramos en el puerto, mira por dónde vemos por todo el campo espléndidas manadas de bueyes y un rebaño de cabras sin custodia alguna por los pastos. Nos lanzamos con las espadas invocando a los dioses y al propio Júpiter con una parte del botín; entonces en el curvo litoral disponemos los lechos y con viandas exquisitas nos regalamos. Mas de pronto con espantoso salto de los montes se presentan las Harpías y baten con estridencia sus alas, y nos roban la comida y ensucian todo con su contacto inmundo, y un grito feroz entre el olor repugnante. En un lugar apartado bajo el hueco de una roca, de nuevo montamos las mesas y reponemos el fuego de los altares; de nuevo de otra parte del cielo y de oscuros escondrijos la ruidosa turba sobrevuela el botín con sus garras, ensucia con su boca la comida. Ordeno entonces a mis compañeros que empuñen sus armas, que presentemos batalla a la raza funesta. Ejecutan mis órdenes y cubiertas por la hierba preparan las espadas y ocultan los escudos. Y así, cuando se lanzaron llenando de alaridos las curvas playas, da Miseno la señal desde la alta atalaya con el cavo bronce. Acuden los compañeros y buscan nuevos combates, manchar con su espada a los obscenos pájaros del mar. Pero ni golpe alguno en sus alas ni heridas en el lomo reciben, y escapando en rápida huida a las estrellas dejan su presa a medio comer y los sucios restos. Sólo una se posó en lo más alto de una roca, Celeno, vate de desgracias, y saca de su pecho este grito: Cayó por fin y descansó terminando aquí su relato.