Pilares Institucionales y Sociales del Régimen Franquista

Los tres grandes pilares institucionales de la dictadura de Franco fueron el ejército, el partido único y la Iglesia Católica.

1. El Ejército

El ejército fue el más destacado sostén del régimen y participó activamente en el poder, ya que buena parte de los ministros y gobernadores civiles eran militares de carrera.

2. El Partido Único

El partido único, denominado Falange Española Tradicionalista y de las JONS, se encargó de dotar al régimen de sus bases ideológicas, de controlar los medios de comunicación y de suministrar una buena parte de los cargos de la administración. Los primeros en formar parte del partido, además de los falangistas propiamente dichos, fueron los carlistas, ultracatólicos y monárquicos alfonsinos. Para procurar el apoyo social al régimen, el partido constituyó cuatro organizaciones de masas:

  • El Frente de Juventudes, dedicado a la formación y adoctrinamiento de la juventud.
  • La Sección Femenina, cuya misión era la de formar a la mujer con sentido cristiano y nacionalsindicalista.
  • El Sindicato Español Universitario (SEU), que pretendía ser un instrumento de control político de los universitarios.
  • La Central Nacional Sindicalista (CNS), que integraba a patrones y trabajadores en una misma organización.

3. La Iglesia Católica

La Iglesia Católica tuvo un papel destacado en la legitimación y construcción del régimen franquista, que se definía como un Estado confesional católico. A cambio de este apoyo, la Iglesia obtuvo una financiación pública muy generosa, el control casi total del sistema educativo y el predominio de los valores y la moral católica en el conjunto de la sociedad española.

En cuanto a los apoyos sociales del franquismo, desde sus inicios, la dictadura contó con el apoyo de las élites económicas y sociales (terratenientes, empresarios, financieros, comerciantes, profesiones liberales…), que recuperaron el poder económico, social y político perdido durante la Segunda República. También contó con la adhesión de los propietarios agrícolas pequeños y medianos del Norte de España, que habían apoyado el alzamiento.

En 1939, las clases medias constituían un sector social políticamente desconcertado, debido a que durante la Guerra Civil se habían visto claramente desbordadas por la revolución social. Así, a pesar del rechazo ideológico y político que la dictadura inspiraba en los sectores más democráticos, el trauma de la guerra convirtió a la clase media en mayoritariamente pasiva y apolítica.

Finalmente, una buena parte de los sectores populares se consideraban perdedores de la Guerra Civil y fueron los primeros protagonistas de la oposición al franquismo. Sin embargo, la represión, el miedo y el control policial, junto con el hambre, la miseria y el afán de supervivencia, condujeron a la mayor parte de las clases populares a la pasividad política.

Evolución Política del Franquismo

1. La Autarquía (1939-1959)

En 1939, España era un país destrozado por la Guerra Civil, que comportó un hundimiento demográfico. Se calcula que el conflicto causó unas 550.000 víctimas y unos 400.000 exiliados. Parte de la industria, de la agricultura, de las vías de comunicación y de los medios de transporte habían sufrido importantes destrozos. Por otro lado, para la mayoría de la población (obreros, campesinos y clase media), la vida cotidiana venía marcada por la falta y la carestía de alimentos. Los salarios eran bajos y su capacidad adquisitiva resultaba muy escasa, lo que provocaba la extensión de la pobreza e incluso de la miseria. Pero, al mismo tiempo, fueron años de euforia y enriquecimiento fácil para unos pocos sectores de la sociedad: los jerarcas del régimen, los grupos sociales más vinculados al poder y los especuladores, que se enriquecían con la escasez de productos y los bajos salarios de los obreros.

En la posguerra, la política económica del franquismo se caracterizó por un gran intervencionismo del Estado en la producción y distribución de los bienes, fijación de precios, reglamentación de los salarios y control sobre el comercio exterior. Además, el régimen aspiraba a la autarquía económica, impulsada también por el aislamiento y el boicot internacional. Se pretendía la autosuficiencia y el fomento de la producción nacional, es decir, autoabastecerse de la mayoría de productos y limitar al mínimo las importaciones para no depender del exterior.

Para fomentar el desarrollo de la industria, se creó el Instituto Nacional de Industria (INI) y se fundaron empresas públicas que se ocupaban de los sectores no rentables para la iniciativa privada.

La autarquía fue un desastre para la economía española, que tardó muchos años en recuperar el nivel anterior a la guerra. La agricultura y la industria crecieron muy lentamente, el comercio con el exterior era mínimo y la escasez de bienes de consumo duró largos años. En consecuencia, el nivel de vida y la renta per cápita española no alcanzaron las cifras de 1936 hasta 1953. Habría que esperar a la década de 1960 para que el crecimiento de la economía permitiese la mejora del nivel de vida de la mayoría de los españoles.

2. El Desarrollismo (1959-1975)

A finales de la década de 1950, el fracaso de la política autárquica, la nueva situación internacional (reconocimiento del franquismo) y el descontento popular convencieron al régimen de la necesidad de una reorientación política y económica para poder asegurar su propia supervivencia. La reorientación del régimen franquista fue impulsada por la entrada en el gobierno de algunos ministros vinculados al Opus Dei, los cuales, sin desplazar por completo a los grupos franquistas tradicionales (falangistas, militares, tradicionalistas), aportaron criterios más técnicos y modernizadores. Por ello, se conoce a este grupo como los tecnócratas, dado su interés por alejarse de las formas más identificadas con el fascismo y promover una apertura económica.

Los nuevos gobiernos, a partir de 1957, abandonaron la autarquía e iniciaron un proceso de liberalización económica y apertura a la economía europea. Para ello, se puso en marcha el Plan de Estabilización (1959), cuyo objetivo era sustituir una economía cerrada y con fuerte control estatal, por una economía vinculada a los circuitos internacionales y con mayor peso de la iniciativa privada. Una vez suprimidos los obstáculos al comercio exterior, se promulgaron una serie de medidas para favorecer la inversión de capital extranjero. Asimismo, el gobierno puso en marcha los llamados Planes de Desarrollo (1964-1975), que pretendían fomentar el desarrollo industrial y disminuir los desequilibrios entre las diferentes regiones españolas.

Con todo, la planificación no fue la causa del crecimiento económico de la década de 1960, sino que se debió, en mayor grado, al aprovechamiento de la favorable coyuntura económica europea. Entre 1959 y 1973, España conoció un período de gran crecimiento de su economía, con unas tasas de crecimiento anual del Producto Interior Bruto (PIB) superiores a la media de los países europeos. Este auge económico se manifestó en un gran crecimiento de la industria, que renovó sus bienes de equipo, adoptó nuevas tecnologías y aumentó su producción y productividad. También se produjo un crecimiento del sector servicios, que adquirió gran importancia, gracias especialmente a la llegada de turistas. El sector turístico se convirtió en uno de los mayores puntales económicos del país. El comercio exterior conoció un notable crecimiento y las exportaciones se reactivaron, aunque no consiguieron nunca superar a las importaciones. Como resultado de este proceso, entre 1960 y 1973, la renta nacional se incrementó a la vez que aumentaron el poder adquisitivo y los salarios, lo que produjo una mejora general del nivel de vida de la población.

Una de las claves del desarrollo económico de la década de 1960 fue su vinculación a la economía de Europa occidental, que permitió exportar los productos agrarios e industriales españoles, enviar a un gran número de trabajadores emigrantes al exterior y recibir enormes ingresos por turismo. Ahora bien, este crecimiento afianzó una economía muy dependiente, ya que gran parte del capital, la tecnología y las divisas provenían del extranjero. Finalmente, la economía española resultaba en su conjunto poco competitiva y concentrada en actividades que requerían mano de obra, pero presentaban un escaso contenido tecnológico.