El Reinado de Fernando VII: Etapas y Conflictos (1814-1833)

Fernando VII (1784-1833), hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma, contrajo matrimonio con María Cristina de Borbón y fue padre de la reina Isabel II. Su reinado se divide en tres etapas fundamentales:

1. El Sexenio Absolutista (1814-1820)

Tras permanecer prisionero en Francia durante la Guerra de Independencia, Fernando VII, apodado “El Deseado”, regresó a España. Durante su ausencia, se había promulgado la Constitución de 1812, que limitaba el poder real y abolía el Antiguo Régimen. Sin embargo, los diputados absolutistas de las Cortes de Cádiz, la Iglesia y parte de la población rechazaban este nuevo orden, dividiendo a la sociedad española entre absolutistas y liberales.

Liberado por el Tratado de Valençay (1813), Fernando VII fue recibido en Valencia en 1814 por el general Elio y 69 diputados absolutistas (“serviles”), quienes le presentaron el Manifiesto de los Persas (1814), solicitando la restauración del Antiguo Régimen. Aclamado por el pueblo en Madrid, el rey declaró nula la Constitución de 1812 y toda la obra legislativa de las Cortes de Cádiz mediante el Real Decreto de 4 de mayo de 1814, restaurando así el Antiguo Régimen.

Se restablecieron las antiguas instituciones: monarquía absoluta, estamentos, la Mesta y la Inquisición. Se inició una fuerte represión contra los liberales (héroes de la Guerra de Independencia, diputados de Cádiz y afrancesados), muchos de los cuales fueron encarcelados, ejecutados o forzados al exilio en Francia. El rey pasó a ser conocido como “El rey Felón”.

La persecución provocó el descontento liberal, que se organizó en sociedades secretas como la masonería. Se sucedieron varios pronunciamientos (golpes de Estado militares con manifiestos políticos) liberales, como los de Lacy en Barcelona, Díaz Porlier en Coruña y Espoz y Mina en Pamplona, todos reprimidos hasta el triunfo de Riego en 1820.

2. El Trienio Liberal o Constitucional (1820-1823)

En 1820, el coronel Rafael de Riego lideró un pronunciamiento en Cabezas de San Juan (Sevilla) en defensa de la Constitución de 1812, con tropas destinadas a sofocar la sublevación en la América española. La rebelión se extendió, y Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución de 1812 (“Marchemos francamente y yo el primero por la senda constitucional”).

La victoria de Riego marcó el retorno al liberalismo durante tres años. Se convocaron Cortes en 1820 y se formó un gobierno presidido por Riego. Se restableció la Constitución de 1812 y la legislación de Cádiz: libertad de imprenta, supresión de mayorazgos, de la Mesta y la Inquisición, creación de la Milicia Nacional, reducción del diezmo y expulsión de los jesuitas. Esto provocó el enfrentamiento con la Iglesia, que se alió con el absolutismo.

Este periodo se caracterizó por la inestabilidad política y la oposición al gobierno liberal, incluyendo al propio rey, que conspiraba para solicitar la intervención extranjera. Se formaron partidas guerrilleras organizadas por la aristocracia y el clero, e incluso se estableció la Regencia de Urgell, que pretendía ser el gobierno legítimo mientras el rey estuviera “cautivo”.

Los liberales se dividieron en dos facciones: los moderados o “doceañistas” (1820-22), que buscaban reformas conservadoras de la Constitución, y los radicales o “exaltados” (1822-23), que defendían su carácter progresista.

Ante el temor de la expansión revolucionaria, la Santa Alianza (Austria, Prusia, Rusia y Francia) encargó a Francia, en el Congreso de Verona, la intervención militar. Los Cien Mil Hijos de San Luis, liderados por el Duque de Angulema, entraron en España. El gobierno y las Cortes se refugiaron en Cádiz con el rey. El 30 de septiembre de 1823, Fernando VII fue liberado. El Real Decreto de 1 de octubre de 1823 anuló la legislación del Trienio, poniendo fin a este periodo.

3. La Década Ominosa (1823-1833)

Tras la anulación de la obra legislativa del Trienio, se restauró el absolutismo y se desató una brutal represión contra los liberales. Muchos fueron exiliados, juzgados y ejecutados. Hubo pronunciamientos fallidos, como el de Torrijos en 1830.

Sin embargo, el régimen absolutista se moderó gradualmente. Fernando VII nombró ministros reformistas: no se restauró la Inquisición, se creó el Consejo de Ministros, el presupuesto anual del Estado y la Bolsa de Madrid (1831).

El proceso de independencia de las colonias americanas, liderado por el general San Martín y Simón Bolívar, culminó con la independencia del Perú (1824). España solo conservó Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam hasta 1898.

Los absolutistas más radicales, decepcionados, formaron un partido en torno al infante Carlos María Isidro, hermano del rey y futuro heredero, apoyados por la Iglesia.

En 1830, el rey publicó la Pragmática Sanción, que anulaba la Ley Sálica (introducida por Felipe V en 1713) y restablecía la ley sucesoria de Las Partidas. Esto desencadenó una lucha en la corte entre los partidarios de Don Carlos y los de María Cristina y su hija Isabel.

El ministro de Justicia, Calomarde, logró que Fernando VII, enfermo, firmara la anulación de la Pragmática Sanción en 1832. Sin embargo, al recuperarse, el rey confirmó la Pragmática Sanción, y su hija Isabel fue reconocida como Princesa de Asturias. Cea Bermúdez, absolutista moderado, fue nombrado jefe de gobierno. Don Carlos fue desterrado a Portugal, y se aprobó una amnistía que permitió el regreso de los liberales exiliados.

En 1833, Fernando VII falleció. Isabel II, con tres años, fue reconocida como reina, con María Cristina de Borbón como regente. Los carlistas no aceptaron a Isabel, y Don Carlos reclamó sus derechos dinásticos desde Portugal en el Manifiesto de Abrantes, desencadenando la Primera Guerra Carlista (1833-1843).