España: La Restauración Borbónica y la Crisis del 98
TEMA-5: La Restauración Borbónica (1875-1902)
0. Introducción
La Restauración de la dinastía borbónica en el trono de España supuso el fin de la I República, que, sacudida por la tercera guerra carlista, la insurrección cubana de 1868 y la revuelta cantonalista, había sido incapaz de organizar un proyecto político estable. El impulsor del nuevo régimen fue Antonio Cánovas del Castillo, quien organizó un sistema monárquico liberal, aunque no democrático, cuyas bases se establecieron y consolidaron durante el reinado de Alfonso XII (1875-1885) y la regencia de María Cristina (1885-1902).
1. El Régimen de la Restauración
En diciembre de 1874, el general Martínez Campos proclamó rey de España a Alfonso XII mediante un pronunciamiento militar. De este modo, se restauraba la dinastía borbónica seis años después de que Isabel II hubiese sido destronada. La Restauración monárquica se había gestado durante el sexenio revolucionario, cuando Antonio Cánovas del Castillo se puso al frente del Partido Alfonsino y recibió, en 1873, plenos poderes de Isabel II para preparar la vuelta al trono de su hijo. Su proyecto consistía en aprovechar el descontento político generalizado para conseguir apoyos a la causa alfonsina, tanto desde las filas conservadoras como desde las republicanas, para que la Restauración fuese reclamada por un amplio sector de la opinión pública. No entraba en sus planes un pronunciamiento militar.
Cánovas, que consideraba la monarquía y el sistema parlamentario británico como modelos, ya había aconsejado una educación británica para el príncipe Alfonso, quien fue enviado a la academia militar en Sandhurst. Después del pronunciamiento militar de 1874, Alfonso XII proclamó un manifiesto, redactado por Cánovas, en el que se afirmaba que la monarquía era la única salida para cerrar la crisis del periodo revolucionario y en el que se apuntaban las líneas fundamentales de lo que iba a ser el sistema de la Restauración. El nuevo régimen fue reconocido rápidamente por las potencias extranjeras, incluida la Santa Sede, tradicionalmente vinculada al carlismo. La entrada de Alfonso XII en España dio comienzo a una larga etapa de estabilidad política basada en un sistema político regido por los valores conservadores de orden, propiedad y monarquía, sabiamente combinados con los aspectos formales y las novedades institucionales del Estado liberal.
2. Características y Funcionamiento del Sistema
Antonio Cánovas fue quien afirmó los principios ideológicos y sentó las bases institucionales y jurídicas del sistema, alejando los peligros que habían provocado el fracaso del régimen isabelino. Para ello, se propuso apartar el ejército del poder político y pacificar el país, además de conseguir la estabilidad política integrando las diferentes concepciones liberales en un proyecto común, sobre la base de la monarquía. Esto se plasmó en la organización de un sistema bipartidista, siguiendo el modelo británico, y en la aprobación de una Constitución lo suficientemente flexible para que pudiera adaptarse a los programas de los dos partidos.
Pacificación Militar
Para construir el nuevo régimen, era necesario pacificar el país. En 1876 se consiguió finalizar la tercera guerra carlista, que, desde 1872, se libraba en el País Vasco, Navarra y Cataluña. En 1878 se firmó la Paz de Zanjón, que puso fin a la insurrección cubana de 1868, la Guerra de los Diez Años.
Bipartidismo
Los partidos políticos leales a la Corona, llamados partidos dinásticos, eran el Partido Conservador y el Partido Liberal. Estos dos partidos fueron los que se turnaron en el poder mediante los mecanismos propios de un sistema parlamentario.
- El Partido Conservador, liderado por Antonio Cánovas del Castillo, era el heredero del moderantismo y el unionismo.
- El Partido Liberal, liderado por Práxedes Mateo Sagasta, integraba a progresistas, demócratas y radicales.
Las diferencias ideológicas y políticas entre ambos partidos eran mínimas: los liberales, más preocupados por las reformas sociales y por la educación, y los conservadores, más autoritarios y defensores del orden y los valores establecidos. De hecho, la creación del Partido Liberal en 1881 se debió a las propias necesidades del sistema ideado por Cánovas.
La Constitución de 1876
En los primeros meses de la Restauración, Cánovas concentró todos los poderes. Pero para legitimar la monarquía parlamentaria era necesaria una Constitución que regulara y garantizara el nuevo régimen político. Así pues, convocó unas elecciones, con sufragio universal masculino, para formar unas Cortes constituyentes que deberían redactar y aprobar un nuevo texto constitucional. En realidad, la manipulación de las elecciones por parte del gobierno permitió a los conservadores redactar una constitución favorable a sus intereses, aunque incorporaba algunos aspectos de la de 1869, básicamente en lo que respecta al reconocimiento de derechos y libertades.
La Constitución de 1876 establecía que:
- La soberanía era compartida entre las Cortes y la Corona (artículo 18).
- El rey era inviolable. Le correspondía el poder ejecutivo, que ejercía a través del Gobierno, a cuyo presidente nombraba y destituía, y la iniciativa legislativa, con derecho de veto sobre el Parlamento.
- Las Cortes eran bicamerales, con un Senado elitista que garantizaba el control del poder legislativo por las minorías privilegiadas (artículo 19).
- Se reconocían los derechos y libertades individuales, aunque su regulación se remitía a leyes posteriores, dejando un amplio margen de interpretación al gobierno, que también podía suspenderlos en circunstancias excepcionales (artículo 13).
- Se reconocía el catolicismo como religión oficial, pero se admitía la tolerancia hacia las demás religiones (artículo 11).
Respecto al procedimiento electoral y el tipo de sufragio, el texto constitucional no se pronunciaba, remitiendo a una ley electoral posterior. El sufragio universal masculino no volvió a utilizarse hasta 1890, gracias a una ley electoral del partido liberal. Ésta y otras indefiniciones, como el vago reconocimiento de los derechos y libertades, permitían que la constitución se adaptara a las diferentes tendencias políticas liberales, que eran las únicas que formaron parte del juego político de la Restauración, dejando fuera del sistema a demócratas, republicanos, carlistas y nacionalistas.
3. Turnismo y Fraude Electoral
El sistema ideado por Antonio Cánovas basaba su funcionamiento en el turno pacífico de los dos partidos dinásticos. Es decir, los dos partidos políticos leales a la Corona pactaban el acceso al gobierno, sin recurrir a los pronunciamientos militares. De esta forma, se evitaba el peligro de que la monarquía se identificase con un solo partido y, además, se garantizaba la continuidad del régimen, puesto que se alejaba del poder a las tendencias políticas antimonárquicas.
Para garantizar el turno, se recurría al fraude electoral. Así pues, el sistema político no utilizaba procedimientos realmente democráticos. Los caciques locales eran una pieza clave del sistema. Eran utilizados por los partidos para que garantizasen la obtención de la mayoría necesaria para gobernar, al margen del electorado. Para ello, recurrían a la compra de votos o la coacción.
El mecanismo del turno era el siguiente: Periódicamente y de forma pactada, el rey encargaba la formación de un nuevo gobierno al partido al que le tocaba gobernar. Desde el Ministerio de la Gobernación, se confeccionaba el encasillado o listas de diputados que deberían salir elegidos en cada distrito, reservando siempre algunos escaños a la oposición dinástica. El encasillado se entregaba a los gobernadores civiles para que los impusieran en la provincia y los ayuntamientos a través del cacique local. Para ello, se manipulaban los censos de electores, se coaccionaba el voto y, si eso no bastaba, se cambiaban las actas de los resultados (el pucherazo).
Las listas de diputados estaban formadas por miembros de la alta burguesía y la aristocracia, que constituían una oligarquía que monopolizaba los cargos político-administrativos y los escaños de las Cortes. De este modo, podían controlar todos los resortes del poder, ejerciéndolo en beneficio de las clases dominantes a las que representaban.
El fraude electoral fue una práctica habitual de los dos partidos turnantes durante todo el periodo de la Restauración, incluso cuando se introdujo el sufragio universal masculino en 1890. Solo en los núcleos urbanos más importantes, donde la oposición política era más fuerte, se hizo más difícil el control caciquil.
Este sistema se consolidó porque favorecía la estabilidad política. Al eliminar la oposición, se alejaba el peligro de la radicalización, que hubiese alterado el orden social establecido y los intereses de las clases en que se asentaban el régimen: aristocracia y terratenientes, burguesía financiera y colonial, ejército e Iglesia. De hecho, ni las clases medias ni las capas populares se sintieron representadas por el sistema, por lo que se distanciaron de los asuntos políticos.
TEMA-6: La Crisis del 98
0. Introducción
Durante la Regencia de María Cristina (1885-1902), España vivió una profunda crisis que tuvo como detonantes las guerras de independencia colonial en Cuba (1895-1898) y Filipinas (1896-1898). El origen del conflicto estuvo en la inadecuada política colonial llevada a cabo por los partidos dinásticos, que bloquearon las reformas administrativas y económicas, y en los intereses expansionistas de Estados Unidos. La pérdida de los últimos restos del imperio generó graves repercusiones que trascendieron el ámbito militar y económico y se prolongaron hasta el siglo XX.
1. Las Guerras Coloniales
Cuba, principal exportadora mundial de azúcar, y también productora de café y tabaco, era explotada por España, que monopolizaba el mercado colonial en su beneficio y en contra de los intereses isleños. Esta situación favoreció el nacimiento de un sentimiento independentista entre los hacendados cubanos, puesto que vieron en la independencia política la única vía para la independencia económica.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, Estados Unidos había aumentado sus intereses en la isla, puesto que era el principal receptor de las exportaciones azucareras y había invertido capital en la modernización del proceso de obtención de azúcar. Así pues, ofreció su apoyo a los sectores independentistas, con la pretensión de vincular la isla a su mercado económico.
Después de la Paz de Zanjón (1878), la política represiva de las autoridades españolas ante las reivindicaciones autonomistas favoreció el estallido de varias insurrecciones entre 1879 y 1885. Pero no fue hasta 1895 cuando se inició la definitiva guerra de la independencia. Fue liderada por José Martí, quien organizó guerrillas que causaban graves daños al ejército español, el cual, además, sufrió más bajas por las epidemias y el clima que por la propia guerra.
Ni los intentos de pacificación llevados a cabo por el militar Arsenio Martínez Campos, ni la crudeza de los métodos de su sucesor, Valeriano Weyler, encaminados a exterminar a los revolucionarios aun a costa de poner en peligro la riqueza cubana, solucionaron el conflicto. En 1897, a la muerte de Cánovas, el nuevo gobierno de Sagasta envió a Ramón Blanco, que decretó la autonomía y una amnistía política, medidas que llegaron demasiado tarde, pues Estados Unidos ya había decidido intervenir.
Casi simultáneamente, estalló una sublevación en Filipinas, archipiélago olvidado por el gobierno español, con sus recursos naturales mal aprovechados y una gran presencia de órdenes religiosas intransigentes con los movimientos independentistas. El levantamiento, encabezado por José Rizal y seguido por la sociedad secreta Katipunan, fue duramente reprimido y se produjo el fusilamiento de su líder. Cuando la negociación permitió dominar la insurrección en diciembre de 1897, Estados Unidos intervino pactando con los rebeldes y atacando la escuadra española.
2. La Intervención de Estados Unidos
La intervención militar de Estados Unidos debe entenderse en el marco de su política expansionista y de sus intereses económicos, que estaban en peligro con la guerra. El gobierno estadounidense presionó al español para que solucionara con rapidez el conflicto e incluso propuso, en marzo de 1898, la compra de Cuba. Tanto esta propuesta como la mediación diplomática para evitar la intervención americana fracasaron.
El pretexto de Estados Unidos para declarar la guerra a España fue la voladura por accidente del crucero americano Maine, fondeado en el puerto de La Habana. El gobierno español, apoyándose en una campaña de patriotismo belicista lanzada por la prensa, se lanzó a una guerra para la que no estaba preparado. La superioridad de las fuerzas estadounidenses originó dos desastres navales para España: el de Cavite (Filipinas), que aniquiló la flota del Pacífico, y el de Santiago de Cuba, que supuso la destrucción de la escuadra en el Atlántico y fue seguido por el desembarco norteamericano en Puerto Rico.
El conflicto concluyó, en diciembre de 1898, con el Tratado de París, por el que Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam fueron cedidas a Estados Unidos. Cuba se independizó, pero quedó controlada por Estados Unidos. La pérdida del imperio español se completó con la venta a Alemania (1899) del resto de las Marianas, del archipiélago de las Carolinas y de las Palaos, hecho que confirmó el proceso de redistribución colonial que se estaba llevando a cabo a favor de las grandes potencias. España quedó como un pequeño país sin relevancia internacional, de cuyo vasto imperio solo quedaban algunos enclaves en África.
3. Las Repercusiones de la Crisis de 1898
En España, las pérdidas económicas alteraron las finanzas, la Hacienda Pública y los precios, cuyo encarecimiento afectó a los sectores más humildes de la sociedad. Éstos soportaron también las pérdidas humanas del conflicto, ya que las clases acomodadas se libraron del servicio militar mediante un pago en metálico.
Si bien no generó una crisis política inmediata, el desastre colonial colaboró a la desintegración del régimen de la Restauración. Por último, la pérdida del imperio provocó una crisis cultural de gran trascendencia, de la que ha dejado testimonio la Generación del 98, y el surgimiento de una conciencia crítica que, desde una perspectiva intelectual, exigía una profunda regeneración política, económica e ideológica de la vida española. Se cuestionaban no solo los cimientos de la Restauración, sino incluso la propia identidad de España.
La corriente de pensamiento que cuestionó los valores y el sistema político del fin de siglo español fue el regeneracionismo. Su figura más destacada fue Joaquín Costa, quien caracterizó la situación política de España y denunció la incultura, la decadencia de la oligarquía y el atraso español. Para salir de la crisis, era necesaria la movilización de las clases medias conducidas por un líder (“cirujano de hierro”).