La Escuela Clásica (Siglo XVIII)

El Liberalismo Económico de Adam Smith

La escuela clásica, surgida a principios del siglo XVIII en torno a Adam Smith, se fundamentó en el liberalismo económico. Su teoría principal, la división del trabajo, proponía la especialización como mecanismo para aumentar la productividad. Además, defendía la no intervención en el mercado, argumentando su autorregulación eficiente basada en la protección de la propiedad privada.

Bentham y la Búsqueda de la Felicidad

Jeremy Bentham rebatió la idea del orden natural, proponiendo la existencia de leyes que ampararan el crecimiento económico, aunque no de carácter obligatorio. Su enfoque introdujo una carga moral al liberalismo, buscando la felicidad para el mayor número posible de personas.

Malthus y el Crecimiento Demográfico

Con el avance de la revolución industrial, la disminución de la mortalidad y el aumento de la población se convirtieron en un problema. Malthus, observando la situación en Francia e Inglaterra, propuso contener el crecimiento demográfico. La liberación de mano de obra del campo, debido a la especialización productiva, provocó migraciones a las ciudades, generando un descenso en los salarios y un aumento en los precios. Malthus, subestimando el potencial productivo de la revolución industrial, se opuso a las leyes de pobres, argumentando que estas agravaban el problema.

Ley de Say, Thornton y el Patrón Oro

La Ley de Say, que vincula la capacidad de compra a la capacidad de producir, también se desarrolló en este período. Ante las guerras en Europa, surgió la cuestión de la financiación mediante la emisión de dinero. Thornton, en su Bullion Report para Inglaterra, recomendó el retorno al patrón oro, argumentando que la emisión continua de dinero perjudicaba la relación entre ahorradores e inversores. Hume, en contraste, defendía que la inflación podía ser beneficiosa al fomentar el trabajo y la producción.

David Ricardo y la Estabilidad Monetaria

David Ricardo, por su parte, destacó la contraposición entre ahorradores e inversores, argumentando que la emisión de moneda desestabilizaba su relación y que las subidas salariales, sin un aumento en la producción, provocaban inflación. Propuso la creación de un Banco Nacional con monopolio estatal sobre la emisión de moneda, respaldada por oro.

El Siglo XIX y la Distribución de la Riqueza

David Ricardo y la Importancia del Capitalista

El siglo XIX estuvo marcado por la lucha entre terratenientes, burgueses y proletariado. En este contexto, David Ricardo incorporó la distribución de la riqueza a la economía, argumentando que, si bien todos los grupos sociales participan en su generación, la distribución no debe ser necesariamente equitativa. Para Ricardo, el capitalista, al arriesgar su riqueza y reinvertir los beneficios, era el motor del crecimiento. Defendió la especialización productiva de los países según sus ventajas comparativas y el comercio internacional. También aportó la teoría del valor trabajo, determinado por la cantidad de trabajo invertida en la producción.

Stuart Mill y la Oferta y la Demanda

Stuart Mill, en un contexto de agitación política, criticó la teoría malthusiana y propuso que los salarios debían determinarse por la oferta y la demanda.

Crítica a la Visión Historicista de los Clásicos

Una crítica a los clásicos es su enfoque inductivo, sin considerar el análisis histórico.

El Individualismo y el Valor Marginal

El Enfoque en el Individuo

Tras el socialismo, el pensamiento económico se centró en el individuo y el valor marginal. La demanda se explicaba por las utilidades individuales, y el valor de un bien se determinaba por lo que se estaba dispuesto a pagar.

Alfred Marshall y la Microeconomía

En las primeras décadas del siglo XX, con un crecimiento económico notable, Alfred Marshall incorporó a la microeconomía la idea de que las decisiones de consumo se ven influidas no solo por el precio del producto, sino también por los precios de productos sustitutivos y complementarios.

El Equilibrio Económico y la Crisis de 1929

En esta etapa de crecimiento, los objetivos sociales quedaron relegados. Los capitalistas buscaban maximizar beneficios, los consumidores maximizar sus utilidades, y la economía se consideraba en equilibrio, a pesar de la exclusión de personas sin poder adquisitivo. Esta situación se mantuvo hasta el crack de 1929, que, junto con la Revolución socialista en Rusia, justificó la intervención estatal en la economía para paliar la crisis. Las políticas keynesianas ganaron protagonismo, buscando recuperar la ocupación, el bienestar y la industria, restableciendo la participación de la mayoría en el sistema económico.