La Edad Antigua en Hispania

La Conquista Romana de Hispania

La presencia de Cartago y de Roma en la Península es consecuencia de su enfrentamiento por la supremacía en el Mediterráneo central y occidental en la denominada Segunda Guerra Púnica (218-202 a.C.). Las dos potencias estaban dirigidas militarmente por Aníbal y Escipión el Africano, respectivamente. Los combates tuvieron lugar en la península, en Italia y en África, hasta la definitiva derrota de Aníbal en la batalla de Zama. El resultado del triunfo de los romanos fue la conquista del este y sur de Hispania (la zona de población ibérica). Sin embargo, poco después Roma chocará con las poblaciones vecinas. En el este se producirán las Guerras Celtibéricas (153-133 a.C.), que sólo concluirán con la definitiva toma de Numancia. En el sur tienen lugar las Guerras Lusitanas (155-139 a.C.) en las que los lusitanos, dirigidos por Viriato, amenazan los territorios romanos del valle del Guadalquivir. Para los romanos, su victoria en ambas supone el dominio de la Meseta y de su considerable producción cerealística. Sólo queda al margen de Roma el área del norte situada entre el mar y el sistema Cantábrico, habitada por cántabros y astures. Será Octavio Augusto, el primer emperador romano, el que la ocupe tras las Guerras Cántabras (29-19 a.C.), concluyendo así la conquista de Hispania.

La Romanización de Hispania

Se llama romanización al proceso por el que las poblaciones hispánicas se asimilan progresivamente a la cultura romana, incluyendo desde el idioma (el latín), la religión y la organización social y económica, hasta el vestido, las diversiones públicas y formas de vida.

El vehículo principal de romanización lo constituyeron las ciudades, unas de fundación romana y otras preexistentes. Poseen distintas categorías, destacando las colonias, habitadas por ciudadanos romanos. En cualquier caso, todas pretenden ser otras Roma. Una red de calzadas bien pavimentadas asegura las comunicaciones entre ellas. Las principales eran la Vía Augusta (que, procedente de Roma, recorría la costa mediterránea), la de Tarragona a Astorga, la de Zaragoza a Mérida, y la Vía de la Plata (de Sevilla a Astorga). Al concluir la conquista, Hispania quedó dividida en tres provincias: Bética (con capital en Córdoba), Lusitania (Mérida) y Tarraconense (Tarragona). Ésta última se dividirá en el siglo IV en cuatro nuevas provincias: Galecia (Braga), Cartaginense (Cartagena), Baleárica (Pollensa) y la más pequeña Tarraconense. El conjunto constituye una de las doce diócesis del Imperio. La romanización fue un rápido proceso que incluyó a Hispania en el espacio político, económico y cultural del Imperio romano. Su éxito se manifiesta en la abundante presencia de hispanos en numerosos ámbitos: el filósofo cordobés Séneca, el poeta bilbilitano Marcial, los emperadores Trajano y Adriano, ambos nacidos en Itálica.

Un último elemento romanizador de capital importancia fueron los primeros cristianos, organizados en núcleos de cierta importancia ya en el siglo II en torno a sus obispos. Las autoridades romanas alternan una cierta tolerancia con la persecución de la nueva religión (San Valero, Santa Engracia), ya que choca con el oficial culto al emperador. Sólo en el siglo IV se legalizará el cristianismo y, posteriormente, será la nueva religión oficial del imperio, lo que permitirá la organización de los primeros concilios hispánicos (en Granada, Zaragoza y Toledo).

El Reino Visigodo

En el siglo V desaparecerá el Imperio Romano de Occidente, como consecuencia de la tradicionalmente llamada invasión de los bárbaros, en su mayoría germanos. A Hispania llegarán vándalos, alanos, suevos y visigodos, aunque finalmente sólo los dos últimos constituirán auténticos reinos. La desaparición del Imperio supone un creciente retroceso cultural y económico, acompañado de un proceso de ruralización. Sin embargo, la cultura dominante sigue siendo la romana cristiana, a la que progresivamente se asimilarán suevos y visigodos.

Los visigodos establecen un poderoso estado a caballo de los Pirineos con capital en Toulouse. Sin embargo, en 507 son derrotados por los francos en la batalla de Vouillé, y pierden todas las tierras ultrapirenaicas, a excepción de la zona de Narbona. Desde la nueva capital, Toledo, los visigodos lograrán en la segunda mitad del siglo VI unificar políticamente toda la Península, mediante la conquista del reino suevo del noroeste peninsular y de los territorios del sur ocupados por los bizantinos. El principal papel en este sentido correspondió al rey Leovigildo; su hijo Recaredo será el artífice de la conversión de los visigodos al catolicismo y, por tanto, de la concertación con los mayoritarios hispanorromanos.

El reino de Toledo será uno de los principales estados occidentales durante el siglo VII, a pesar de la inestabilidad política que provoca el sistema electivo de sus reyes entre la aristocracia goda. Es en esta época cuando San Isidoro de Sevilla escribirá sus Etimologías, obra que resume el legado de la Antigüedad y que será muy admirada durante los siglos siguientes en toda Europa.