Al-Ándalus: Evolución Política

Al-Ándalus comenzó como un Emirato dependiente (711-756) del Califato Omeya de Damasco, tras la conquista musulmana liderada por Muza y Tariq, aprovechando la guerra civil visigoda. Con Abderramán I, se estableció el Emirato independiente (756-929), separándose políticamente del Califato Abasí de Bagdad.

En 929, Abderramán III proclamó el Califato de Córdoba (929-1031), logrando su máximo esplendor político y cultural. Sin embargo, tras la muerte de Almanzor, una guerra civil (Fitna) llevó a la fragmentación en los primeros Reinos de Taifas (1031-1090), que a menudo dependían militar y económicamente de los reinos cristianos mediante el pago de parias (tributos).

Ante su debilidad frente al avance cristiano, pidieron ayuda a los Almorávides (1090-1145), rigoristas religiosos bereberes que unificaron el territorio y frenaron temporalmente a los cristianos. Su caída dio paso a los Segundos Reinos de Taifas (1145-1172), pronto sometidos por los Almohades (1172-1212), otro imperio bereber que logró la reunificación y obtuvo victorias iniciales, hasta su decisiva derrota en la Batalla de Las Navas de Tolosa (1212).

Tras la desintegración almohade, surgieron los Terceros Reinos de Taifas (1212-c.1266), de los cuales solo sobrevivió el Reino nazarí de Granada (1238-1492), fundado por Mohamed-Ben-Nazar (Muhammad I). Se mantuvo por su habilidad diplomática, su economía (comercio, agricultura, artesanía) y pactos intermitentes con Castilla, hasta que los Reyes Católicos lo conquistaron en 1492, poniendo fin a la presencia política musulmana en la península ibérica.

Modelos de Repoblación y Organización Estamental en los Reinos Cristianos Medievales

Paralelamente a la Reconquista, se desarrolló un proceso de repoblación que consistió en la ocupación y organización de los territorios conquistados a los musulmanes. Los métodos variaron según la época, la peligrosidad de la zona y la disponibilidad de pobladores. Se distinguieron principalmente cuatro modelos:

Modelos de Repoblación

  1. Repoblación por presura o aprisio (siglos VIII-X): Ocupación espontánea de tierras teóricamente despobladas al norte del Duero y en las zonas pirenaicas. Campesinos libres, nobles o clérigos tomaban posesión de la tierra simplemente cultivándola. El rey solía confirmar posteriormente estas propiedades.
  2. Repoblación concejil (siglos XI-XII): Aplicada en zonas de frontera más peligrosas, como los valles del Tajo y del Ebro. Los reyes fundaron o reorganizaron municipios (concejos) a los que otorgaban privilegios colectivos (exenciones fiscales, libertades, derecho a elegir autoridades) mediante fueros o cartas pueblas para atraer pobladores.
  3. Repoblación de las órdenes militares (primera mitad del siglo XIII): En zonas extensas y poco pobladas con predominio de la ganadería, como la Meseta Sur (La Mancha, Extremadura) y el Maestrazgo. Grandes latifundios (encomiendas) fueron concedidos a órdenes militares como las de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, que se encargaban de la defensa y la organización del territorio.
  4. Repoblación por repartimientos (segunda mitad del siglo XIII): Utilizada en las últimas grandes conquistas (valles del Guadiana y Guadalquivir, Levante). El monarca distribuía las tierras y propiedades conquistadas entre quienes habían participado en la campaña militar, según su rango social y méritos. Se distinguían los donadíos (grandes lotes para la alta nobleza y el clero) y los heredamientos (lotes más pequeños para caballeros y peones).

Organización Estamental

Durante la Edad Media, en los reinos cristianos peninsulares se consolidó el feudalismo y una sociedad estamental basada en la desigualdad jurídica. El sistema económico y social predominante fue el régimen señorial, donde los señores (nobles o eclesiásticos) ejercían poder sobre tierras y personas. Existían señoríos territoriales (el señor poseía la propiedad de la tierra) y señoríos jurisdiccionales (el señor ejercía funciones públicas como administrar justicia, cobrar impuestos o nombrar autoridades en un territorio, gozando de inmunidad respecto al poder del rey). Solo las tierras de realengo dependían directamente del monarca.

La sociedad se dividía en tres estamentos:

  • Nobleza y clero: Eran los estamentos privilegiados. Poseían la mayor parte de la tierra (señoríos), no pagaban impuestos directos, ocupaban los altos cargos y tenían leyes y tribunales propios. La alta nobleza y el alto clero acumulaban gran poder, mientras que la baja nobleza (hidalgos) y el bajo clero tenían condiciones más modestas.
  • Estado llano o Tercer Estado: Era el estamento no privilegiado y el más numeroso. Incluía a campesinos (la gran mayoría, sometidos a cargas señoriales o cultivando tierras propias o de realengo) y a la burguesía urbana (artesanos, comerciantes), que fue ganando importancia económica y política en las ciudades. Soportaban la carga fiscal y carecían de privilegios.
  • Minorías: Al margen de esta estructura, existían minorías religiosas y étnicas como los judíos (dedicados principalmente a actividades urbanas como el comercio, la artesanía y el préstamo) y los mudéjares (musulmanes que permanecieron en territorio cristiano tras la conquista, mayoritariamente campesinos y artesanos), que sufrían marginación legal y social.

La Primera República Española (1873-1874)

Proclamación y Gobierno Federalista

La Primera República se proclamó el 11 de febrero de 1873 tras la abdicación de Amadeo I de Saboya, iniciando un periodo de enorme inestabilidad política y social. El poder recayó inicialmente en el Partido Demócrata Federalista, cuyo primer presidente fue Estanislao Figueras. Defendían un Estado federal, la separación Iglesia-Estado y la limitación de la intervención del ejército en la política. Sin embargo, el partido estaba dividido entre los benevolentes (partidarios de un federalismo pactado desde arriba), liderados por Francisco Pi i Margall, y los intransigentes (defensores de la construcción federal desde abajo y de reformas sociales más radicales), con figuras como Roque Barcia.

Figueras impulsó algunas reformas populares, como la supresión del odiado impuesto de consumos y la eliminación de las quintas (servicio militar obligatorio), pero la falta de recursos y las divisiones internas dificultaron su gobierno. Dimitió en junio de 1873.

El Intento Federal de Pi i Margall y el Cantonalismo

Le sucedió Francisco Pi i Margall, quien intentó establecer una república federal de forma ordenada. Se convocaron Cortes Constituyentes que elaboraron un proyecto de Constitución Federal de 1873 (conocida como la non nata porque nunca llegó a aprobarse). Proponía un Estado federal compuesto por 17 Estados (incluyendo Cuba y Puerto Rico), con amplia autonomía regional y municipal, separación Iglesia-Estado y reconocimiento de derechos y libertades. Durante su breve mandato, se aprobaron algunas medidas sociales, como la abolición de la esclavitud en Puerto Rico y leyes para regular el trabajo infantil.

Sin embargo, la situación se descontroló. La lentitud del proceso federal y las tensiones sociales provocaron la huelga general de Alcoy (julio de 1873) y, sobre todo, el estallido del cantonalismo. Este fue un movimiento insurreccional que pretendía establecer la estructura federal del Estado desde abajo, proclamando la independencia de municipios o regiones (cantones) que luego se federarían libremente. La Revolución Cantonalista comenzó en Cartagena y se extendió rápidamente por Levante y Andalucía (Valencia, Alicante, Sevilla, Málaga, Cádiz, etc.). Esto dividió aún más a los republicanos. Pi i Margall, contrario a usar la fuerza militar contra los cantones, se vio desbordado y dimitió en julio de 1873.

Giro Conservador y Fin de la República

Para frenar el caos (cantonalismo, Tercera Guerra Carlista, Guerra de Cuba), la República dio un giro hacia posiciones más conservadoras. Nicolás Salmerón asumió la presidencia y utilizó al ejército para reprimir el cantonalismo, logrando someter la mayoría de los cantones excepto Cartagena. Sin embargo, dimitió en septiembre de 1873 al negarse a firmar las sentencias de muerte impuestas a líderes cantonales, alegando motivos de conciencia.

Su sucesor, Emilio Castelar, representó el viraje definitivo hacia el autoritarismo. Defensor de una república unitaria y centralista, obtuvo poderes extraordinarios de las Cortes, las suspendió y gobernó por decreto, apoyándose en el ejército para restablecer el orden y continuar la lucha contra carlistas y cantonales.

La crisis final llegó el 3 de enero de 1874. Cuando las Cortes se reabrieron con la intención de retirarle la confianza a Castelar y volver a un gobierno federal, el General Pavía dio un golpe de Estado, disolviendo las Cortes Constituyentes. Tras la dimisión de Castelar, se formó un gobierno de concentración dominado por conservadores y unionistas, encabezado por el General Serrano. Se estableció así una República Unitaria de facto, conocida como la Dictadura de Serrano. Durante este periodo, se suspendieron las garantías constitucionales de la Constitución de 1869, se ilegalizaron organizaciones obreras y se reprimió duramente a la oposición republicana y carlista.

El régimen de Serrano carecía de apoyos sólidos y su final llegó el 29 de diciembre de 1874, cuando el General Martínez Campos dio otro golpe de Estado en Sagunto, proclamando la Restauración Borbónica en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II. Serrano marchó al exilio y Cánovas del Castillo asumió el poder como jefe de un gobierno provisional, poniendo fin a la breve y convulsa experiencia de la Primera República y cerrando el Sexenio Democrático (1868-1874).

Las Guerras de Cuba, el Conflicto contra Estados Unidos y la Crisis de 1898

El Imperio Colonial Español a Finales del Siglo XIX

A finales del siglo XIX, del vasto imperio español solo quedaban unas pocas posesiones: Cuba y Puerto Rico en el Caribe, y las Filipinas, Guam y otras islas menores en el Pacífico. De todas ellas, Cuba era la colonia más importante económica y estratégicamente para España. Concentraba importantes negocios e inversiones españolas (azúcar, tabaco) y había recibido una considerable migración desde la metrópoli. La economía cubana se basaba en la agricultura de plantación (azúcar, café y tabaco), cuyos productos se exportaban principalmente a Europa y Estados Unidos, generando significativos ingresos para la Hacienda española y para empresas metropolitanas.

Sin embargo, las políticas arancelarias impuestas por España (el llamado Pacto Colonial) obligaban a Cuba a comprar productos españoles a precios elevados y dificultaban su comercio con otros países, especialmente con Estados Unidos, su mercado natural. En contraste, las Filipinas tenían menor presencia española y su economía, basada en el tabaco y la agricultura, tenía menor peso, aunque su posición era estratégica para el comercio con Asia.

Políticamente, los habitantes de las colonias carecían de derechos plenos y autonomía. No tenían una representación significativa en las Cortes españolas ni capacidad para influir en las leyes que les afectaban directamente, lo que generaba un creciente malestar entre las élites criollas.

La Guerra Larga (1868-1878)

La Guerra Larga o Guerra de los Diez Años comenzó en Cuba en octubre de 1868. Los terratenientes y profesionales criollos del este de la isla, marginados del poder político y económico, se levantaron contra el dominio español. Aprovechando el vacío de poder creado en España por la Revolución Gloriosa, los independentistas cubanos, liderados por Carlos Manuel de Céspedes, proclamaron la independencia en el ingenio La Demajagua (Grito de Yara). La guerra, centrada en la parte oriental de Cuba, se caracterizó por una lucha de guerrillas contra el ejército español.

El conflicto finalizó en 1878 con la firma de la Paz de Zanjón. Aunque supuso una victoria militar española, el acuerdo incluyó algunas concesiones, como una amnistía, cierta autonomía administrativa (que no se cumpliría plenamente) y la promesa de abolir la esclavitud (que se concretó en 1886). La guerra tuvo un alto coste humano (se estima en más de 200.000 muertos entre ambos bandos y civiles) y económico, y dejó latente el deseo de independencia.

Causas de la Guerra de Independencia Cubana (1895-1898)

Causas Políticas

El principal factor fue el incumplimiento por parte de España de las promesas de la Paz de Zanjón, especialmente la concesión de una autonomía real a Cuba. Las reformas fueron escasas y tardías. El fracaso de proyectos como el Plan de Reformas Coloniales del ministro Antonio Maura en 1893 y la persistente negativa de los gobiernos españoles a otorgar un autogobierno efectivo fortalecieron el movimiento independentista, reorganizado por José Martí (fundador del Partido Revolucionario Cubano) y liderado militarmente por figuras como Máximo Gómez y Antonio Maceo.

Causas Económicas

La economía cubana dependía fuertemente del comercio con Estados Unidos. Las políticas proteccionistas españolas, como el Arancel Cánovas de 1891, gravaban fuertemente los productos importados no españoles y dificultaban las exportaciones cubanas (especialmente de azúcar) a Estados Unidos, perjudicando los intereses de los productores cubanos y también de los inversores estadounidenses en la isla. Estos últimos veían en la independencia de Cuba una oportunidad para asegurar su acceso al mercado y los recursos cubanos sin las trabas españolas.

La Guerra de Independencia Cubana (1895-1898)

La insurrección final estalló en febrero de 1895 con el Grito de Baire, bajo el lema “¡Viva Cuba Libre!”. La rebelión se extendió rápidamente por toda la isla. España intentó sofocarla enviando un enorme contingente militar. Inicialmente, el General Martínez Campos aplicó una estrategia conciliadora, pero fracasó. Fue sustituido por el General Valeriano Weyler, quien empleó métodos mucho más duros, como la política de reconcentración: obligar a la población rural a trasladarse a zonas controladas por el ejército para aislar a los guerrilleros. Esta medida provocó una enorme mortandad entre la población civil cubana debido al hambre y las enfermedades, y fue muy criticada internacionalmente.

A pesar de la dureza de la represión, la insurrección continuó. El asesinato del presidente del gobierno español, Cánovas del Castillo, en 1897 llevó al poder al liberal Práxedes Mateo Sagasta, quien relevó a Weyler e intentó una nueva vía de conciliación, concediendo la autonomía a Cuba y Puerto Rico a finales de 1897. Sin embargo, estas medidas llegaron demasiado tarde: los independentistas ya solo aceptaban la independencia total y Estados Unidos se preparaba para intervenir.

La Intervención de Estados Unidos y la Guerra Hispano-Estadounidense (1898)

Estados Unidos tenía intereses económicos y estratégicos en Cuba desde hacía tiempo y simpatizaba con la causa independentista. La opinión pública estadounidense, fuertemente influenciada por la prensa sensacionalista (la “prensa amarilla” de Hearst y Pulitzer), que exageraba las atrocidades españolas, clamaba por la intervención. El pretexto definitivo fue la explosión del acorazado estadounidense “Maine” en el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898, que causó la muerte de 254 marineros. Aunque las causas de la explosión nunca se aclararon (investigaciones posteriores sugieren un accidente interno), la prensa y el gobierno estadounidense culparon a España. El gobierno del presidente McKinley envió un ultimátum a España exigiendo la retirada de Cuba. Al ser rechazado, Estados Unidos declaró la guerra a España en abril de 1898.

Desarrollo y Final de la Guerra

El conflicto bélico fue breve y desastroso para España. La superioridad naval y militar de Estados Unidos era abrumadora. La flota española del Atlántico, comandada por el Almirante Cervera, fue destruida en la Batalla Naval de Santiago de Cuba (julio de 1898). En el Pacífico, la flota española fue aniquilada en la Batalla de Cavite (Filipinas) en mayo de 1898. Tras unas pocas semanas de combates terrestres en Cuba y Filipinas, España tuvo que pedir la paz.

La guerra concluyó con la firma del Tratado de París el 10 de diciembre de 1898. Según sus términos, España:

  • Renunciaba a toda reclamación sobre Cuba, que quedó bajo ocupación militar estadounidense hasta que se le concedió una independencia formal (muy limitada por la Enmienda Platt).
  • Cedía Puerto Rico y la isla de Guam a Estados Unidos.
  • Vendía las Filipinas a Estados Unidos por 20 millones de dólares.

La Crisis de 1898 y sus Consecuencias

La derrota militar y la pérdida de las últimas colonias importantes supusieron un profundo shock para España, conocido como el “Desastre del 98”, cuyas consecuencias fueron múltiples:

  • Demográficas: Pérdida de vidas humanas (soldados muertos en combate o por enfermedades tropicales) y secuelas físicas y psicológicas en los supervivientes.
  • Psicológicas y Morales: Un sentimiento generalizado de frustración, pesimismo y decadencia nacional. La derrota hirió el orgullo colectivo y puso en cuestión la propia identidad española y su papel en el mundo.
  • Económicas: Pérdida de los mercados coloniales y de los ingresos procedentes de las colonias. Sin embargo, la repatriación de capitales cubanos impulsó la inversión en España y contribuyó al desarrollo de la banca y la industria nacional a medio plazo. El impacto económico directo no fue tan catastrófico como se temía inicialmente.
  • Políticas e Ideológicas: La crisis evidenció el agotamiento del sistema político de la Restauración (el turnismo y el caciquismo). Surgió con fuerza el Regeneracionismo, un movimiento intelectual y político que denunciaba los males de la patria (corrupción, atraso económico, analfabetismo, ineficacia política) y proponía reformas profundas para modernizar España. Figuras destacadas fueron Joaquín Costa (con su lema “Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid”), Ángel Ganivet, Unamuno, etc. La derrota también impulsó el desarrollo de los nacionalismos periféricos (catalán, vasco), que cuestionaban el modelo de Estado centralista y la propia idea de una España unitaria.