La Revolución de 1934 y la Guerra Civil Española: Causas, Desarrollo y Consecuencias
La Revolución de 1934
En octubre de 1934, Alcalá-Zamora permitió la entrada en el Gobierno de tres ministros de la CEDA. Esto provocó una oposición violenta desde dos sectores: el obrero y el catalanista, que consideraban a la CEDA un partido fascista. Los socialistas convocaron una huelga general revolucionaria que fracasó en la mayor parte de España, pero que en Asturias triunfó gracias, por un lado, a la unión en la Alianza Obrera de socialistas (UGT), anarquistas (CNT) y comunistas (PCE), y por otro, a que los mineros asturianos habían conseguido armas y dinamita. Los mineros asaltaron cuarteles de la Guardia Civil, quemaron iglesias, asesinaron a eclesiásticos y controlaron industrias y ayuntamientos; tomaron el poder por la fuerza. El Gobierno envió contra ellos desde Marruecos al general Franco al mando de la Legión, que sofocó la rebelión tras casi dos semanas de combates que causaron unos 1400 muertos. La represión posterior dio lugar a ejecuciones sumarias y miles de arrestos. Además, los obreros implicados que no habían sido arrestados fueron despedidos u obligados a aceptar contratos muy duros.
En Cataluña, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, declaró el «Estado Catalán de la República Federal Española» en defensa de la autonomía catalana y de la república democrática. Los sindicatos organizaron una huelga revolucionaria, aunque sin la participación de la CNT, lo que le restó mucha fuerza. La sublevación catalana fue sofocada por el Ejército. Companys y su Gobierno fueron arrestados y el estatuto de autonomía fue anulado.
La revolución de octubre de 1934 sirvió para reforzar a la CEDA, ya que Gil-Robles entró en el Gobierno como ministro de la Guerra y aplicó medidas en contra de las reformas de Azaña: los jurados mixtos fueron disueltos y la reforma agraria fue derogada, por lo que los campesinos asentados en las tierras concedidas por la República fueron expulsados de ellas. Cuando salieron a la luz escándalos de corrupción que afectaban al Partido Radical, Gil-Robles presionó para ser nombrado presidente del Gobierno, lo que le permitiría reformar la Constitución. Alcalá-Zamora, que seguía desconfiando de la CEDA, se negó, y como salida a la situación optó por una nueva convocatoria de elecciones.
El Bando Republicano durante la Guerra Civil
Gobierno de Giral (1936)
El primer presidente republicano durante la guerra fue José Giral. Permitió la distribución de armas entre las milicias obreras, que contribuyeron a detener la sublevación militar. Los grupos obreros tomaron el poder en toda la zona republicana, colectivizando industrias y tierras, así como persiguiendo y asesinando a eclesiásticos y capitalistas. Se produjo el hundimiento del Estado republicano, que dio paso a la revolución social.
Gobierno de Largo Caballero (1936-1937)
El segundo presidente, el socialista Largo Caballero, formó un Gobierno con republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas, incluyendo a los sindicatos UGT y CNT. La intención era volver a concentrar el poder en el Gobierno, detener la revolución social y ganar la guerra. Pero en Barcelona, la CNT y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) se aliaron para continuar la revolución, lo que llevó en mayo de 1937 a combates entre el bando formado por CNT y POUM y el formado por republicanos, socialistas y comunistas. Aunque estos últimos acabaron venciendo, Largo Caballero dimitió. Durante esta etapa el Gobierno se trasladó a Valencia y dejó en Madrid una Junta de Defensa.
Gobierno de Negrín (1937-1939)
El último presidente socialista fue Juan Negrín. Prescindió de los sindicatos para reforzar el Gobierno y expresó su política en el Programa de los Trece Puntos, con el que pretendía atraerse el apoyo de Francia y Reino Unido y que proponía un posible acuerdo de paz entre los dos bandos, que fue rechazado por Franco. Su estrategia consistía en resistir a toda costa hasta que se declarara la guerra en Europa y las potencias democráticas intervinieran en favor de la República. Para ello reorganizó el Ejército. La derrota en la batalla del Ebro convenció a Azaña y al ministro de la Guerra de que la guerra estaba perdida, por lo que Negrín se apoyó cada vez más en los comunistas. El Pacto de Múnich de 1938, por el que Reino Unido y Francia reconocían la ocupación alemana de los Sudetes, desautorizó la política de resistencia de Negrín, que aun así quería continuar combatiendo. Tras el reconocimiento del Estado franquista por parte de Francia y Reino Unido en febrero de 1939, Azaña, que estaba exiliado en Francia, dimitió como presidente de la República. En Madrid se produjo el golpe de Estado del coronel Casado, apoyado por militares, republicanos, socialistas y anarquistas, contra Negrín y los comunistas. El éxito de este golpe dio lugar a la formación de un Consejo Nacional de Defensa en sustitución del Gobierno de la República con el objetivo de negociar la rendición con Franco. El intento fue inútil, ya que Franco no aceptó ninguna condición. El bando republicano sufrió de desunión, desorganización y luchas internas que debilitaron decisivamente su capacidad para ganar la guerra.
El Bando Nacional durante la Guerra Civil
Los generales sublevados constituyeron una Junta de Defensa Nacional que anuló la legislación republicana. La Junta decidió poner el bando nacional bajo un mando único, para lo que nombró a Franco «Jefe del gobierno del Estado y Generalísimo de los Ejércitos», es decir, le dio el liderazgo tanto político como militar. Franco formó entonces una Junta Técnica de Estado, una especie de Gobierno provisional controlado por los militares pero con políticos civiles. El bando nacional contaba con el apoyo de grupos monárquicos y fascistas que defendían distintos objetivos de cara al fin de la guerra. Franco decidió acabar con esta situación, evitando la división de su bando y fortaleciendo su poder mediante el Decreto de Unificación (abril de 1937). Este decreto estableció un partido único según el modelo fascista: Falange Española Tradicionalista y de las JONS, fruto de la fusión forzosa de un partido carlista y de dos partidos fascistas. El nuevo partido se caracterizó por la camisa azul falangista, la boina roja carlista y el saludo fascista con el brazo en alto. Por otro lado, Franco contó con el apoyo de la Iglesia católica, que consideró la sublevación militar como una cruzada, es decir, un movimiento en defensa de la identidad religiosa y tradicional de España. El apoyo de la Iglesia fue esencial para Franco porque el catolicismo era el factor común a todos los sectores antirrepublicanos, además de porque le proporcionaba una buena imagen en el exterior. A medida que sus tropas avanzaban, Franco impuso una política de represión sistemática y despiadada para anular cualquier oposición y desmoralizar al enemigo. En enero de 1938, Franco formó su primer Gobierno oficial, el llamado «Gobierno de Burgos», estableciendo una dictadura católica y de base militar y fascista que seguiría vigente una vez terminada la guerra. A diferencia del bando republicano, el nacional quedó sólidamente organizado en torno a un liderazgo indiscutible, lo que le dio una gran ventaja que sumó a su mejor preparación y equipamiento militares y al crucial apoyo de Alemania e Italia.