Origen y Expansión del Cristianismo en el Contexto del Imperio Romano

Para comprender el éxito del cristianismo, es fundamental analizar su filosofía y cómo resonó con la población del Imperio Romano. En la época del nacimiento de Jesús, el mundo mediterráneo estaba bajo el dominio de Roma. El mensaje cristiano de amor y fraternidad caló hondo en los esclavos, quienes sostenían la economía romana. La caída del Imperio Romano ante las invasiones bárbaras germánicas, ya anunciada en el siglo I, generó un desorden considerable. Roma, que en el siglo III experimentaba una decadencia, vio cómo su civilización clásica entraba en crisis. A comienzos del siglo IV, se produjeron cambios administrativos e institucionales que transformaron la ideología del imperio. Es en este período cuando se establece la ortodoxia del cristianismo.

El cristianismo unió lo que el estado romano estaba desintegrando. Los misioneros habían llevado la fe a Asia Menor y África. El culto cristiano, cada vez más multitudinario, adoptó un orden urbano, mientras que los antiguos dioses seguían siendo adorados en el mundo rural. El cristianismo, influenciado por la cultura griega clásica, valoraba al buen ciudadano. Platón y Aristóteles se convirtieron en pilares para explicar sus fundamentos, proporcionando una racionalidad al culto a través de las autoridades eclesiásticas.

Hitos Legales y la Consolidación del Cristianismo

En el año 212 d.C., el emperador Caracalla permitió el cristianismo como una religión más dentro del imperio panteísta, iniciando la transición hacia un imperio monoteísta. En el año 303 d.C., la Regla de San Benito se incorporó en Occidente, generando la primera conversión al cristianismo y sacralizando elementos paganos. Los monasterios se convirtieron en los grandes centros culturales de la Edad Media.

Hacia el año 313, el monoteísmo cristiano, con influencias paganas, era ya imparable. El Edicto de Milán (313) permitió el libre culto, y bajo Constantino, el cristianismo se legalizó por primera vez con el Edicto de Nicea (325), pasando de ser perseguidos a perseguidores. Estos edictos fueron posibles gracias a la cristianización de la nobleza, de quienes dependía el reconocimiento de cualquier asunto relacionado con sus intereses. Los germanos se convirtieron paulatinamente al cristianismo tras penetrar en el imperio y fusionarse con la población romana, como en el caso de los francos. Otros, como los godos, ya llegaron cristianizados, aunque profesando la herejía arriana. En el año 476, tras la deposición de Rómulo Augusto, los representantes del cristianismo se encargaron de mantener la cultura clásica en Occidente, aprovechando el poder romano para consolidarse y dominar en el futuro.

El Papado y la Institucionalización de la Iglesia

Ante el vacío de autoridad dejado por la institución imperial, el papado de Roma se erigió como la única institución con suficiente prestigio y fuerza moral para imponer justicia en los nuevos estados. Su afianzamiento en el poder moral y dogmático se logró a costa del Patriarcado de Constantinopla, mediante concilios ecuménicos. La consolidación del poder político y territorial se obtuvo mediante un pacto entre el papa y el aspirante carolingio Pipino III: este recibió la aprobación papal y la corona del reino franco, mientras que el papa recibió la propiedad de los Estados Pontificios.

Con el progreso del poder papal, la Iglesia se institucionalizó, convirtiéndose en católica romana. La expansión del catolicismo por Europa Occidental se hizo inminente, desarrollándose la doctrina sobre la adoración de las imágenes, el purgatorio y la transubstanciación. La Iglesia promovió la idea de que la salvación dependía de ritos sacerdotales y la intercesión de los santos, en lugar de la fe en Cristo y la obediencia a él.

El surgimiento del Sacro Imperio Romano Germánico provocó diferencias políticas, doctrinales y ceremoniales que causaron la separación de la Iglesia de Occidente y de Oriente. Este monopolio cultural se refleja en la historiografía medieval, de carácter sacro y ligado al mundo cristiano, a diferencia de la historiografía romana, más política. El clero, al ser quienes sabían leer y escribir gracias a su educación en los monasterios, fueron los encargados de proporcionar las fuentes para conocer el Medioevo, con una participación especial de los copistas.

El Monacato y la Trifuncionalidad Social

En el siglo VI, San Benito fundó el orden monacal al crear la orden benedictina bajo la norma de *”ora et labora”* (reza y trabaja). Los monjes vivían en abadías o monasterios. Este dominio cultural también creó la ideología de la clase dominante, representada en la vida social. Apareció el postulado de la trifuncionalidad social, con tres funciones impuestas por el dios cristiano:

  • Oratores (orar)
  • Bellatores (combatir)
  • Laboratores (trabajar)

Cualquier intento de movilidad social se consideraba una amenaza al orden divino. El orden religioso se beneficiaba de los demás, quienes los alimentaban y defendían. Durante la Edad Media, el clero regular, compuesto por sacerdotes que vivían en conventos, tuvo una intervención decisiva. Gracias a su trabajo, fue posible el desarrollo de la enseñanza, la conservación de escritos clásicos, la asistencia social y el nacimiento de la medicina moderna, derivada de los hospitales surgidos en el Medievo.