Los Orígenes de Tarraco

Los romanos llegaron a lo que ahora es Tarragona al inicio de la Segunda Guerra Púnica (218 a. C.), cuando Cneo Cornelio Escipión, para afianzar la nueva dominación romana desde Ampurias hasta el río Ebro, atacó un campamento cartaginés situado a orillas de un poblado ibérico llamado Kese, en la parte baja de la actual Tarragona, cerca del mar. Acabada la Segunda Guerra Púnica, Tarraco siguió siendo una base militar fundamental en la consolidación y la extensión del poder romano sobre la península Ibérica, gracias a su posición estratégica de puerto próximo al Ebro y las islas Baleares, bien comunicado con Italia y con la meseta castellana. La presencia militar y las comunicaciones también la convirtieron en un lugar atractivo para los comerciantes itálicos.

En la segunda mitad del siglo I a. C. adquirió la categoría de colonia con el nombre oficial de Colonia Iulia Vrbs Triumphalis Tarraco, aunque se mantiene dudoso si el nuevo estatus fue en tiempos de Julio César o de Augusto, que se estableció durante los dos años de guerras cántabras. Asimismo, se convirtió en capital de la extensa provincia de la Hispania Citerior Tarraconense.

El Auge de Tarraco

El reconocimiento de su capitalidad, que hasta entonces debió ser ejercida solo de facto, implicó el interés de Roma por monumentalizar Tarraco a fin de aumentar su prestigio y hacerla un centro difusor de la propaganda imperial. El foro de la ciudad y el teatro, ambos en la parte baja, cercana al puerto, fueron los primeros monumentos. El segundo programa fue bastante más ambicioso: la construcción durante el periodo de la dinastía Flavia de un inmenso complejo en la parte alta de Tarraco formado por el circo y por un nuevo foro destinado a las necesidades de la provincia. Poco después, el proceso se culminó con la edificación del anfiteatro a principios del siglo II d. C.

El difícil relieve de su emplazamiento y, quizás, su crecimiento paulatino impidieron en gran medida que la ciudad siguiera la estructura típica de las fundaciones romanas. Tarraco, construida en la ladera de una colina que descendía hasta el mar, se escalonó en una serie de grandes terrazas. El circo ocupaba toda una y dividía la ciudad: en las dos superiores se edificó el foro provincial (en una el templo y en la otra la plaza de representación), mientras que los niveles inferiores, que bajaban hasta el puerto, eran las áreas residenciales, con el foro de la colonia situado en el extremo suroeste de la ciudad, en vez de ocupar un espacio más central como era costumbre. Los exiguos restos de una calle (decumanus) perteneciente al área residencial inmediata a la basílica hacen pensar que el trazado viario era ortogonal. Si tomamos como modelo esta casi única muestra, hemos de suponer que las calles tenían una fuerte pendiente, estaban empedradas y disponían de cloacas. El puerto, el teatro y el anfiteatro quedaban fuera de la muralla. Tres acueductos proveían de agua a la ciudad.

Decadencia y Transformación

Desde el siglo I a. C. al II d. C., Tarraco conoció una gran prosperidad económica paralela al favor imperial, pero a finales del mismo siglo II d. C. parte de las élites de la ciudad sufrieron la represión del emperador Septimio Severo por haber apoyado a su rival Albino. A partir de entonces se inicia la decadencia de la ciudad, pese a que tendrá periodos de revivir. En el 260, Tarraco fue devastada por los francos. Con la reforma administrativa de Diocleciano, la provincia Tarraconense quedó muy reducida y, ya bajo los reyes visigodos, en el siglo V, pierde la capitalidad a favor de Barcino (Barcelona) y Toledo. Sin embargo, la continuidad de la sede del obispo metropolitano le aseguró un papel todavía importante.

Desde el siglo III d. C., el núcleo urbano sufrió una fuerte transformación: el área residencial, en la parte baja de la ciudad, se fue despoblando progresivamente, mientras que los grandes espacios del foro y del circo de la zona alta perdieron sus funciones públicas para llenarse de viviendas, que aprovechaban las estructuras de los antiguos monumentos, ya obsoletos. Al mismo tiempo, surgieron nuevos edificios menos magnificentes de representación política o religiosa (basílicas cristianas, la iglesia catedralicia…). De esta manera, la ciudad tardorromana, recogida entre las murallas de la parte superior y el circo —al igual que la medieval—, quedará muy reducida respecto a los periodos anteriores. Tarragona no volverá a tener la extensión que tenía en la primera etapa del Imperio hasta el siglo XX.

Monumentos Principales

  • Murallas
  • Foro de la ciudad
  • Teatro
  • Foro Provincial
  • Circo
  • Anfiteatro
  • El agua en Tarraco: acueductos y termas