Esta novela trata de dos perros, llamados Cipión y Berganza, que una noche descubren que pueden hablar, lo que les causa un gran asombro. Queriendo aprovechar esta oportunidad, que no sabían cuánto duraría, se ponen a charlar.

La visión de los hombres sobre los perros

Primero hablan de cómo los hombres ven a los perros, ya que piensan que son un símbolo de amistad y fidelidad inviolable. También comentan cómo, cuando los dueños mueren, los perros lo sienten y muchos llegan incluso a la muerte por no comer y no separarse de las sepulturas, saltando algunos de ellos cuando están siendo enterrados.

Reflexiones sobre la sociedad

Cambiando de tema, Berganza le comenta a Cipión que oyó a unos estudiantes, pasando por Alcalá de Henares, que de cada 5000 estudiantes, 2000 cursaban medicina, por lo que se necesitaba una mayor cantidad de enfermos o se morirían de hambre.

Cipión le dice que el hecho de que ellos puedan hablar es cosa del cielo y que hay que aprovecharlo porque no saben cuánto va a durar. Lo mejor sería hablar de cosas más interesantes. Berganza, que desde siempre había querido hablar, está de acuerdo, y quiere contarle todo de lo que se acuerda lo más rápido posible, por si este don se les acaba. Acuerdan hablar de todo lo que les ha acontecido en la vida, pero antes se aseguran de que no les oye nadie. Como la única persona que hay allí está dormida, Berganza comienza su historia.

Las aventuras de Berganza

Primer amo: Nicolás el Romo

Empieza a contar desde que estuvo en el matadero y cómo su primer dueño, llamado Nicolás el Romo, le enseñó a arremeter a los toros. Él llevaba una cesta de carne a una amiga de su amo, defendiéndola por el camino si alguien se la intentaba quitar. Un día, una mujer se la quitó y no se defendió, por no poner su sucia boca en ella. Al volver sin la comida, su dueño le quiso matar, por lo que tuvo que escapar por unos campos, hasta donde llegó a unos rebaños. Pensó que sería un buen lugar para quedarse. Un pastor que le vio le llamó y le examinó para ver si sería bueno para ayudarle a cuidar el rebaño; viendo el pastor que sí, se lo llevó con él y le puso por nombre Barcino. Le dio de comer. Todos los días se tomaba la siesta, en las cuales se ponía a pensar sobre los libros que había oído que trataban sobre los pastores y no tenían nada que ver con la realidad.

Segundo amo: Un pastor

En su trabajo, si algún lobo mataba a alguna de las ovejas, los perros eran castigados, y últimamente siempre aparecía alguna muerta y nunca conseguían ver al lobo. Incluso lo buscaba por los alrededores, pero un día vio a unos hombres que mataron a una de las ovejas de igual modo que si fuera un lobo de verdad. Como no podía avisar a su dueño, siempre eran duramente castigados. Además, los hombres que hacían esto eran los que cuidaban el rebaño. Así que Berganza decidió irse, por lo que volvió a Sevilla, donde empezó a servir a un mercader muy rico.

Tercer amo: Un mercader rico

Para conseguir entrar en la casa, tenía que basarse en la humildad. Primero miraba el ambiente para ver si podrían mantener a un perro grande y, si era así, se ponía en la puerta cuando venía el dueño, bajaba la cabeza y se acercaba a limpiarle los zapatos con la lengua. Cipión comentó que él hacía lo mismo. Una vez dentro de la casa del mercader, le acogieron de guardián detrás de la puerta, atado por el día y suelto por la noche. Normalmente ni dormía y, como el mercader estaba muy orgulloso de él, pidió que se le tratase bien. Berganza, cada vez que veía a su dueño, corría hacia él dando saltos de alegría. Allí le llamaban Truhán.

El mercader tenía dos hijos, uno de catorce años y otro de doce, que estudiaban gramática en el colegio de la Compañía de Jesús. Estos iban con ayos y pajes. Cipión le aclaró que en Sevilla los mercaderes demuestran sus riquezas a través de sus hijos. Berganza siguió con la historia y le contó que un día se dejaron un cartapacio en el patio y, como ya estaba acostumbrado a llevarle papeles a su dueño, lo cogió y se lo llevó a uno de los pajes, pero nadie consiguió quitárselo hasta que no entró en la clase del chico y se lo dio en persona. Tan agradecidos estaban sus dueños que vivía como un rey. Tenía una vida muy descansada porque le domesticaron para jugar con los niños, pero tuvo que volver a hacer de guardián en la puerta porque en la escuela distraía a los demás niños. Por lo que tuvo que volver a su ración perruna y a los huesos que una negra le arrojaba. Esta estaba enamorada de un negro que también trabajaba en la casa, pero solo se podían ver por la noche, así que robó la llave para poder ir a verle. Ella robaba muchas cosas, pero él nunca decía nada porque siempre le llevaba comida. Un día, cansado, Berganza arremetió contra la negra, rompiéndole la blusa y arrancándole un trozo de carne del muslo, por lo que tuvo que estar en cama durante algunos días fingiendo estar enferma. Cuando se curó, volvió a intentar pasar para ver a su amado, pero volvió a arremeter contra ella, así que la negra, queriéndose vengar, dejó de darle de comer y, aunque él ladraba, nadie le hacía caso. Por eso, un día que encontró la puerta abierta, se escapó.

Cuarto amo: Un alguacil

Salió a la calle, donde vio a un alguacil amigo de su antiguo amo, Nicolás el Romo, el cual, al verle, le llamó. Berganza se acercó y el alguacil comentó a unas personas que estaban con él, que este era el famoso perro de ayuda de un amigo suyo. El alguacil se lo llevó a casa de su antiguo dueño, pero este le rechazó porque pensaba que, si se escapó una vez, lo haría otra, así que tuvo que llevárselo a casa. El alguacil iba con un escribano y estaban con dos mujeres que iban a la caza de extranjeros, pero nunca iban a la cárcel. A una de ellas la pillaron en la cama con un señor que no era su marido, por lo que esta vez sí fueron a la cárcel. El hombre pedía sus folladas, que es donde tenía su dinero para pagar la multa, pero nadie las encontró, excepto Berganza que, viendo que ahí había comida, las cogió, sacándolas fuera para comérselo sin que nadie le dijera nada. Berganza, al ver que todos lo buscaban, fue a la calle a cogerlos, pero al llegar allí ya no estaban.

Su amo era muy valiente, había conseguido encarcelar a mucha gente conocida e incluso una vez se enfrentó él solo con una panda de seis hombres sin ayuda de nadie. Después de esta gran hazaña, se fue por la ciudad para que la gente le viera. Paseando por la calle, unos hombres que le reconocieron fueron hacia él con los brazos abiertos, invitándole a beber y a quedarse a cenar. En la cena estuvieron hablando de peleas, hurtos, damas de su trato, alabanzas unos de los otros y finalmente del talle de la persona del huésped. Berganza se enteró de que el dueño de la casa, llamado Monipodio, era encubridor de ladrones y pala de rufianes, era su cómplice.

Una vez, dos ladrones robaron un caballo muy bueno en Antequera y luego lo llevaron a Sevilla. Para venderlo sin peligro, usaron un ardid y uno de ellos fue a la justicia y pidió por Pedro de Losado el dinero que le debía. Le tocó al teniente reconocer la cédula, al ver la firma se reconoció la deuda y señaló por prenda la ejecución del caballo, pero al final el caballo se puso en venta y el amo de Berganza lo compró. El ladrón cobró el dinero y los dos se fueron de la ciudad. El alguacil, yendo con su nuevo caballo, le pararon unos hombres porque reconocieron como suyo el caballo, y como tenían pruebas para comprobarlo, se lo llevaron, quedándose el alguacil sin caballo. Pero eso no fue todo, porque por la noche, al salir en la ronda por el barrio de San Julián, ya que había unos ladrones rondando por allí, vio a un hombre corriendo. El asistente, que era con quien iba Berganza en ese momento, le mandó a por él, pero ya cansado, arremetió contra él. Normalmente le hubieran golpeado para que se apartara, pero él dijo que no le tocaran, que era lo que le había mandado, que tenía la culpa él y no el perro. Pero Berganza, viendo la malicia y las ganas de venganza, se escapó y se fue a Mairena.

Quinto amo: Un soldado tamborilero

Allí había unos soldados que iban a embarcar en un barco que iba a Cartagena. Entre ellos había cuatro amigos de mi antiguo amo que, al reconocerme, le llamaron y él determinó que, si le aceptaban, se iría con ellos. El tambor empezó a enseñarle a bailar al son del tambor y a hacer otras monerías. En unos quince días aprendió a saltar por el Rey de Francia y no saltar por la mala tabernera, a hacer corvetas y andar a la redonda. Por hacer tantas monerías le llamaron el perro sabio.

Su dueño empezó a llamar a la gente para que le viera y ganar así algo de dinero. Todo el mundo que le veía se quedaba asombrado de todo lo que era capaz de hacer. Su amo, viendo que sabía imitar el corcel napolitano, le hizo unas cubiertas y una silla pequeña que se la puso en la espalda, poniendo una figura liviana y le enseñó a correr derechamente a una sortija que le ponía entre dos palos. Fueron los dos a Aguilar, donde se alojó su amo, dejando al perro en el patio, donde iba mucha gente a verle. Ese día dio un buen espectáculo, lo único es que en un salto que le mandó dar, tardó en darlo y luego su dueño le amenazó con una hechicera, la cual estaba allí y lo oyó. Le dijo enfadada que no lo era, si lo decía por ella, que la gente estaba equivocada y le echó de allí, así que al día siguiente se fueron a otro lado a dar su espectáculo. Ese día por la noche, estando solo Berganza, vino la vieja llorando y abrazándolo y le dijo que significaba mucho y que le siguiera a su casa, que tenía muchas cosas interesantes que contarle de su vida para su provecho, así que se reunió con ella con impaciencia de saber lo que le diría la vieja.

La hechicera Cañizares

La vieja le contó que sabía que antes de morir le iba a ver, le dijo que antes en esa casa vivía una hechicera que podía hacer todo lo que quisiera y que ni la madre de Berganza, ni ella consiguieron hacer nunca ni la mitad que la hechicera. Le dijo que su madre se llamaba Montiela y ella Cañizares y que hace tiempo que se había apartado del vicio de la hechicería, al igual que Montiela, que también dejó muchos vicios, pero que al final murió bruja. Que su madre antes tuvo dos perritos y que en cuanto les vio dijo que allí había maldad, y que ella le dijo que no se preocupara más porque debía ponerse bien. Ella estuvo pensando en esos momentos, que el parto tenía algún misterio.

La Camacha se fue y se llevó los perros y Cañizares se quedó cuidando a Montiela y cuando llegó el fin de la Camacha, la llamó y le dijo cómo había convertido a sus hijos en perros por un enojo que tuvo un día y que volverían a su forma cuando menos lo esperasen, ya que primero tenía que ver a su hermano.

La hechicera le dijo que ella en el pasado había hecho muchas cosas malas, pero que se había reformado, y las obras buenas que hacía ahora hacían a la gente olvidar su pasado. La Hechicera le recomendó que fuera bueno, que, aunque su madre y ella eran brujas, las buenas apariencias podrían acreditarlas. Al morir su madre, tenía a sus hijos en el corazón y nunca quiso perdonar a la Camacha por hacerle eso, pero aún tenía esperanzas de verla antes de morir porque hay gente que dice que la habían visto. Le contó a Berganza lo que era ser bruja y le habló de posibles preguntas que podría tener, que lo de ser mala no lo puede evitar, ella no podría ser buena nunca, solo podría aparentarlo.

Después de contarle todo esto, se quitó la ropa y se untó todo el cuerpo, le dijo que pasara lo que pasara que se quedase allí hasta la mañana siguiente para contarle todo lo que le pasaría más adelante hasta llegar a ser hombre, y se echó en el suelo. Berganza se quedó mirando y, asustado, la quería morder para ver si volvía en sí, pero le daba asco, así que la sacó al patio, pero aun así no despertó, pero por lo menos se le pasó el miedo. Cuando llegó el día, la gente del hospital se acercaba allí pensando si estaría muerta y haciendo comentarios de su brujería, pero sí que tenía pulso y a las siete de ese mismo día despertó y, al verse magullada y avergonzada, arremetió contra Berganza por hacerle eso, y le intentó matar, así que él para defenderse la arrastró por el suelo. La gente que estaba allí pensó que era el demonio y le daban en el lomo o le echaban agua bendita, así que salió huyendo de allí, perseguido por algunos muchachos tirándole piedras.

Sexto amo: Unos gitanos

En su huida se encontró con unos gitanos que le reconocieron como el perro sabio y le acogieron escondiéndole en una cueva. Estos gitanos pensaban ganar dinero con él, como con su antiguo amo. Cipión le interrumpió la historia volviendo a lo de la bruja y diciendo que no podría ser cierto y que no lo sabía de seguro. Después de dar su opinión, Berganza siguió con la historia; habló de los hurtos de los gitanos y sus malicias, de la amistad que había entre todos ellos, ya que todos se conocían incluso los que estaban en otra parte de España, porque se escribían unos a otros. Todos ellos seguían a uno llamado Conde, de sobrenombre Maldonado, al que incluso le ofrecían parte de sus hurtos. Berganza oía historias sobre sus robos y sus engaños; como una vez que vendieron el mismo asno dos veces a la misma persona quitándole y poniéndole una cola más o menos larga. A los veinte días de estar con ellos, le llevaron a Granada, donde estaba su otro amo, por lo que le escondieron, pero Berganza se escapó.

Séptimo amo: Un morisco

Le acogió un morisco donde solo tenía que guardar la huerta. Los moriscos todo lo que ganaban se lo guardaban. Mientras Berganza vigilaba, su dueño se quedaba quieto, pensando y, según le venían ideas, las escribía, por lo que sacó la conclusión de que era poeta, y debía de estar escribiendo una comedia para teatro porque un día habló con otro hombre y le dijo que necesitaba doce trajes de cardenal morados. En esa conversación entendió que uno era poeta y el otro comediante, pero este solo le daba de comer los trozos de pan que desechaba, así que decidió irse a la ciudad, donde vio a su dueño el poeta, por lo que fue hacia él muy contento, dándole trozos de pan tiernos y se fue al centro con él. Pararon un momento en la casa de un autor de comedias llamado Angulo el Malo y estuvieron allí oyendo la comedia, pero a la mitad ya se había ido todo el mundo excepto ellos dos. Al acabar, el otro poeta se fue pensando que era demasiado bueno para ese público. Berganza se quedó allí junto a su dueño, él le enseñó a arremeter contra quien ellos quisiesen y, como los entremeses normalmente salían a palos, siempre se metía, y hacía reír a los ignorantes y ganar dinero a su dueño.

Octavo amo: Mahudes

Al llegar a Valladolid, un entremés le hizo una herida que casi le mata, pero no se vengó y, al ver a Cipión tan contento y ocupado, se puso delante de Mahudes, que eligió a Berganza como su compañero y le trajo a ese hospital, donde oyó decir al poeta que estaba en una camilla quejarse de su suerte y algunos comentarios sobre la obra.

Últimas reflexiones

Una noche, yendo un hombre a pedir limosna en casa del corregidor y queriéndole decir cómo no perder por culpa de los vagabundos, le echaron de allí a palos. Otra noche entró en casa de una señora muy importante que tenía un pequeño perro, el cual, al verle, arremetió contra él.

Por fin llegó el día y, después de contarle toda su vida, se acabó el coloquio, y despertó el Alférez, y el licenciado dijo que empezara el segundo coloquio, aunque el primero no haya pasado. El Alférez iba a hablar, pero el otro amigo le cortó diciendo que no iba a meterse en disputas de si hablarían o no los perros y, acabando de decir esto, se fueron.