Miguel Delibes: Estilo y Lengua

Miguel Delibes nace en 1920 en Valladolid. Fue catedrático de Derecho Mercantil y periodista. Murió en 2010 tras no superar un cáncer de colon.

El concepto de Delibes de la novela puede calificarse de tradicional. Se basa en un frontal rechazo de la innovación por la innovación y en un pronunciamiento abierto a favor del relato que refiere una historia. Su esencia consiste en el arte de contar, de referir sucesos que se aglutinan en una historia. Aunque sin afán de teorizar, ha expuesto varias veces sus ideas sobre el género. Concede particular importancia a la capacidad de ahondar en el alma humana para descubrir sus pasiones. Se trata de crear tipos vivos que, aun siendo distintos del autor, se nutren en buena medida de su sustancia biográfica. Son las suyas novelas de personaje y busca continuamente nuevas fórmulas para mostrarnos la perspectiva de sus criaturas. Considera que el novelista debe intentar tender un puente hacia el posible lector para que se decida a franquearlo sin recelo. Esta intencionalidad comunicativa da lugar a que en sus obras no se rompa nunca la coherencia entre los diversos elementos que permite la comprensión, y que se le pueda considerar un escritor ameno, que logra prendernos con sus apuntes psicológicos y sus excelentes descripciones. No concibe la novela como resultado de una compleja elaboración intelectual, sino más bien como una creación esencialmente intuitiva, fruto de la observación de la realidad y de una personal visión del mundo.

En cuanto a su estilo, parte de la idea de que el lenguaje ha de ser un instrumento de comunicación. En la mayoría de sus obras mantiene un estilo diáfano, al alcance de cualquier lector. Eso no significa que su prosa sea descuidada; todo lo contrario: es fruto de una depurada elaboración, incluso cuando parece más sencilla. Delibes explica cómo en un primer momento pensaba que el lenguaje literario debía tener cierta dosis de grandilocuencia. Vemos, por otra parte, que, absorbido por los conflictos existenciales, no se esfuerza demasiado en adaptar el habla de los personajes a sus circunstancias sociales. El camino aparece ya despojado de todo aditamento superfluo. A partir de entonces, es la lengua coloquial la base de su expresión. Deja hablar a los personajes con los medios que les son propios, según el ambiente en que se desenvuelven. En sus novelas encontramos magníficas muestras del lenguaje rural y de los diversos registros del habla urbana. Cada individuo tiene su peculiar lenguaje, incluido el narrador, que emplea un tono más neutro. Podemos decir que una de las grandes virtudes del autor radica en que, convertido en cada una de sus criaturas, ha utilizado el instrumento lingüístico que permitía crear seres de carne y hueso.

Sea cual sea el nivel lingüístico, hace gala de un léxico rico, preciso y variado. Incluso se ha dicho que sus novelas rurales revelan un cierto preciosismo porque acumulan vocablos poco familiares para el lector urbano; ciertamente, abundan las palabras que aluden a realidades de la vida del campo. Como es natural, el lenguaje participa de la misma evolución que su trayectoria novelística; de esta forma, en las obras innovadoras el autor concentra en la experiencia verbal del personaje la intención temática, permitiendo que la novela crezca sobre esa base. La mayor novedad que se percibe a partir de Cinco horas con Mario es la intensidad y sistematización de los elementos lingüísticos, el énfasis puesto en el lenguaje, de manera que no será la conducta, sino el lenguaje, el medio en el cual se suceden las cosas.

La Renovación de la Novela en los Años 60

Juan Goytisolo

Nace en Barcelona en 1931 y es la figura más rica y compleja de la llamada generación de los 50. Se reveló con Juegos de manos, visión despiadada de la juventud burguesa. En 1966 da un brusco giro con una novela espléndida: Señas de identidad, “solitario combate con los fantasmas del pasado”, un impresionante y desgarrador buceo en su vida y en las relaciones con su país; impregnada de un amor amargo, esta novela acude a técnicas novísimas manejadas con virtuosismo y está escrita en un estilo rico, deslumbrante. Es la primera de una trilogía en la que su protagonista es Álvaro Mendiola, alter ego del autor, un intelectual con una mirada dolorida y pesimista, pero lúcida, sobre una España de cuyas raíces quiere librarse y de la que cada día se siente más distante, tanto en lo ideológico como en lo moral.

Juan Marsé

Nace en Barcelona y comienza su trayectoria con novelas que se sitúan en la estela de un realismo social y crítico. En 1966 publica Últimas tardes con Teresa, que por su contenido sigue siendo una obra de denuncia social (cuenta las andanzas de un joven “chorizo” barcelonés que se hace pasar por militante político clandestino para intentar conquistar a una estudiante de familia burguesa que juega a ser “progre”). Hay en ella una sátira feroz del señoritismo y la inautenticidad, con una visión dialéctica de las clases sociales. Pero el enfoque es ahora de mayor complejidad, lejos ya del maniqueísmo de la novela social anterior. Son notorias sus novedades técnicas: superación del objetivismo y retorno al “autor omnisciente”, con intervenciones sarcásticas; uso abundante del monólogo interior, incorporación de originales elementos paródicos, etc.

En 1973 aparece Si te dicen que caí, que significa la plena madurez de Marsé. Unos golfillos de la Barcelona de los años 40 viven e inventan historias que se entretejen con los sucesos cercanos. La intrincada mezcla de lo real y lo imaginario, la fecunda inventiva y riqueza verbal hacen de esta una de las obras más interesantes de los últimos años. El embrujo de Shangai y Rabos de lagartija continúan esta línea, con un narrador ficticio que se superpone a la voz narrativa clásica.