Tras el Realismo y el Naturalismo

Tras el auge y éxito de la novela naturalista y realista a finales del siglo XIX, comienza una nueva etapa que rompe con los esquemas narrativos realistas: frente al narrador omnisciente que conoce cada una de las andanzas y sentimientos del protagonista, avanzamos hacia un narrador que nos muestra una visión fragmentada del mundo.

Influencias

De los autores europeos que renovarán la novela de principios de siglo, conviene destacar a Marcel Proust, con su monumental Busca del tiempo perdido, obra fundamental en la que mezcla ficción, memorias y reflexión ante el paso del tiempo. En 1922, el irlandés James Joyce publica su Ulises: una complejísima novela, aparentemente basada en la obra de Homero, que narra de manera múltiple 24 horas de la vida de su protagonista. Joyce cede la voz a éste mediante la técnica de la “corriente de consciencia”, que refleja directamente, con sus inconexiones, la evolución del pensamiento del protagonista.

La novela española de principios de siglo evoluciona desde el realismo de Benito Pérez Galdós y los autores pertenecientes a la Generación del 98. Este corte tan tajante es rechazado hoy en día por la mayor parte de los críticos, por lo que podemos hablar de una Generación de Fin de Siglo. Junto a los grandes novelistas, importa destacar el auge que cobra en este período la publicación de revistas literarias. Muchos de los autores dan a conocer sus novelas breves y relatos en estas publicaciones periódicas.

Generación del 98

Ángel Ganivet es considerado el precursor de la llamada Generación del 98, por sus comentarios sobre la decadencia española. Su principal obra son los Trabajos del infatigable creador Pío Cid.

José Martínez Ruiz, Azorín, es, además de novelista, dramaturgo y ensayista, uno de los teóricos de la Generación del 98, puesto que fue él quien dio la primera nómina de sus integrantes. Como novelista, a Azorín le interesa más la observación que la acción. Por eso sus novelas se llenan de una sintaxis breve, con abundancia de adjetivos y lenguaje muy rico y arcaico. Su técnica ha sido calificada por algunos como “impresionista”. Azorín parte de una trilogía en la que trata de reflejar la crisis de un personaje y su hundimiento existencial por las circunstancias externas de una España conservadora. Antonio Azorín, personaje del que tomará su pseudónimo, es el protagonista de una trilogía compuesta por La voluntad (1902), Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño filósofo.

Ramón del Valle-Inclán, también dramaturgo y poeta, se interesa por ofrecer un lenguaje preciosista, en un ambiente sentimental y mítico. Sus primeras obras narrativas, las Sonatas, subtituladas Memorias del Marqués de Bradomín, son un ejemplo de prosa modernista. La Guerra Carlista inspira tres novelas, pero su gran obra es Tirano Banderas (1926), que transcurre en Hispanoamérica y denuncia el caciquismo y la tiranía.

Novecentismo

De la Generación del 14 o Novecentismo destaca Gabriel Miró, con novelas líricas como Nuestro padre San Daniel y El obispo leproso. Son novelas en las que el lenguaje se llena de colores y recursos retóricos. La progresiva enfermedad del Obispo se convierte en metáfora de la decadencia española.

En esta misma Generación, hay que señalar a Ramón Pérez de Ayala. Su novela A.M.D.G., titulada con las siglas de los Jesuitas, es una crítica hacia el poder de esta institución religiosa.

Entre el Novecentismo y las Vanguardias

Debemos destacar la obra inclasificable de Ramón Gómez de la Serna. Puede considerarse como el introductor de muchas de las vanguardias. Publicó algunas novelas, pero entre sus libros destacan textos en prosa como El rastro y su autobiografía llamada Automoribundia. A medio camino entre el dicho y el poema están sus Greguerías, que él definió mediante la siguiente fórmula: “Humor + metáfora = greguería”.

Otros autores relevantes

Miguel de Unamuno fue una figura intelectual clave en su tiempo: rector de la Universidad de Salamanca, cultivó casi todos los géneros. Trata en todas sus obras de reflexionar sobre el ser humano en un tiempo de conflicto. Sus principales temas son la indagación sobre el yo, la muerte, la realización de la persona, la existencia de Dios. La novela le sirve a Unamuno para plantear estos temas mediante personajes en conflicto consigo mismos o con su alrededor. Para Unamuno no importan las descripciones, sino presentar un conflicto, un nudo. La novela debe hacer pensar al lector. Su primera novela, Paz en la guerra (1897), se desarrolla en la Guerra Carlista. Comienza aquí el ideal unamuniano de explorar la intrahistoria. En Amor y pedagogía describe a un matemático convencido de que con una planificación biológica se puede conseguir un genio. La novela gira en torno a la frustración. En 1914 publica su gran novela Niebla, a la que él denominó, por su carácter experimental, “nivola”. Miguel de Unamuno interviene en la novela dialogando con su protagonista, Augusto Pérez, lo que nos llevará a reflexionar sobre temas como el autor, el poder de Dios, la soledad… Otra gran novela es San Manuel Bueno, mártir, la historia de un sacerdote que no cree pero que hace creer a los demás. Otras obras son Abel Sánchez, donde recrea el tema de Caín y Abel, y La Tía Tula.

Pío Baroja mostró desde su juventud un amplio interés por las más diversas cuestiones intelectuales. Estudió Medicina en Madrid y llegó a doctorarse con un estudio sobre el dolor; pero ejerció poco tiempo y, decepcionado, emprenderá su actividad de escritor. Ésta es la época de su compromiso político progresista, que lo llevó a unirse a Azorín y a Maeztu formando el «Grupo de los Tres», de ideales anarquistas. Para Baroja la novela es un reflejo de la vida, y los personajes deben mostrarse vivos, lo que determina que el estilo de Baroja sea ágil, rápido, con abundante diálogo y con tendencia a la espontaneidad. Baroja escribe más de sesenta novelas, que incluyen 22 novelas protagonizadas por Aviraneta, denominadas Memorias de un hombre de acción. Para conocer su pensamiento son muy interesantes los numerosos libros de memorias personales que publica y especialmente los tomos titulados Desde la última vuelta del camino. La obra de Baroja es abundante: sesenta y seis novelas, más novelas cortas o libros de cuentos. Entre 1900 y 1912 podemos situar el periodo más creativo de Baroja, que coincide con el influjo más patente de Nietzsche, Schopenhauer y Kant. Sus primeras novelas reflejan ese ambiente hostil hacia la voluntad personal que tanto interesaba a escritores como Unamuno o Azorín. La busca (1904), incluida en la trilogía La lucha por la vida, es una novela de aprendizaje y un recorrido por un Madrid que no ofrece oportunidades. En El árbol de la ciencia (1911), que recoge muchos de los recuerdos de Baroja como médico rural, narra la evolución de un personaje, Andrés Hurtado, desde que estudia medicina en Madrid hasta que ejerce como médico en un pueblo, con sus correspondientes problemas e inquietudes. Otras grandes novelas de Baroja son Las inquietudes de Shanti Andía y El laberinto de las sirenas, ambas dentro de la trilogía El mar. En muchas de sus novelas, Baroja recoge sus recuerdos de vivencias vascas o de sus viajes por Italia, Francia y Londres.

Novela Posterior

De los escritores exiliados podemos destacar a Ramón J. Sender. En España, es importante la labor de los Premios, como el Nadal. El primero de ellos lo ganó Carmen Laforet con la novela Nada (1945), un análisis de la sociedad barcelonesa de posguerra. Camilo José Cela será un autor presente a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX. Su primera gran obra aparece en 1942, titulada La familia de Pascual Duarte, novela que se desarrolla en la Extremadura rural de antes de la Guerra Civil. Miguel Delibes, que tendrá también una larga y fecunda carrera, se inicia a finales de esta primera mitad del siglo XX con la novela La sombra del ciprés es alargada.