Relatos Cotidianos: Encuentros Inesperados y Curiosidades de la Vida
La Inspiración en lo Cotidiano
A veces siento la necesidad de escribir, escribir sobre cualquier cosa. Un sueño, por ejemplo, o sencillamente sobre la señora que sale todos los días a fumarse un cigarrillo justo a las 10:30. Pero esta vez no les contaré sobre la señora que sale a fumarse un cigarrillo en la ventana justo a las 10:30; esta vez será sobre algo que me ha venido quitando el sueño, más que el café de medianoche que suelo tomarme todos los días cuando escribo una de mis tantas barbaridades literarias. Y digo esto porque sencillamente no sé leer, y mucho menos sabré escribir, pero aspiro a que algún día escaseen los buenos lectores y que ya no quede un buen escritor sobre la faz de la tierra, y entonces allí sí pueda entrar a competir con los menos malos. Pero ya veremos si esto algún día sucede, ya que en realidad cualquier cosa puede suceder, hasta esta cosa absurda a simple vista.
Pero como les digo, no será esta la ocasión de hablar si esto será bueno o no. Usted, respetado lector, será quien juzgue si es o no digno de ocupar un pequeño espacio en su prestigiosa biblioteca, y será usted quien decida si es merecedor de algún tipo de debate en su muy respetado y selecto club de lectura de los jueves en la noche, en el café del centro; el mismo café donde solían reunirse los buenos escritores de antaño, esos que, según dicen, no se volverán a ver nunca más, y que las nuevas generaciones han venido olvidando. Pero como les digo, no será esta la ocasión de hablar de ello, pues realmente mi intención es otra. Mi verdadera intención es contarles sobre alguien que conocí hace algunos meses. Realmente no fue la mejor manera de conocerle, pero como toda buena historia, comienza con algún hecho trágico, o una simple casualidad, o una situación en donde dos sujetos se miran y quedan flechados al instante. La flechada ocurrirá más adelante, la casualidad antes del flechazo, y bueno, lo trágico, pues no sé, aún no sé si será trágico.
Un Encuentro Inesperado
Era una de esas tardes tan normales, tan comunes y corrientes que realmente el tratar de describirla me da pura y física pereza. Sí, era una de esas tardes en las cuales prefieres quedarte en casa durmiendo, o por lo menos tumbado en la cama sin hacer nada, sencillamente acostado pensando en vaya yo a saber. Ustedes sabrán qué pensar en esa situación. Yo, por ejemplo, pienso sobre las personas bizcas, o sobre mi vecina, sí, esa misma, la que sale a fumarse el cigarrillo a la misma hora todos los días. Así como yo acudía casi todos los mismos días a la misma hora a aquel lugar, a hacer casi siempre lo mismo, y ver a las mismas personas. Pero esa tarde fue diferente, esa tarde no estaban las personas que frecuentaban el lugar, por lo tanto, no se hablaron las mismas cosas, y por lo tanto, no hice lo mismo que todos los días. Ese día fue diferente porque estaba ella, una pequeña muchacha. Estaba sentada en una de las mesas, pero no le presté atención realmente, me fue indiferente.
Conversaciones con un Desconocido
Comencé a hablar con un viejo que aparentaba unos 70 años. Su cabello a medio peinar y canoso le daba un aspecto descomplicado. Era este un buen hablador, uno de esos que ya no se ven, como diría mi abuela, y muy seguramente la tuya también, o la señora del 312, la misma que cada que tiene oportunidad me cuenta historias de cuando era niña y vivía en el campo, de cuando conoció a su esposo Rodriguito, o sobre el jardín de no sé cuantas cuadras, o sobre las recetas culinarias que sabe preparar, o la infinidad de remedios caseros que por generaciones pasaron de madre a hija, y que seguramente hasta allí llegarán, pues la pobre no tuvo sino un hijo, y este ya está casado y viven al otro extremo del planeta. Pobre viuda, pero pensionada, así que de vez en cuando sus sobrinos más cercanos, uno o dos, realmente no creo que tenga más, y sus hermanas, todas igual o más viejas que ella, en edad, claro está. Aquel viejo comenzó a relatarme una historia sobre un viaje que había hecho a la ciudad de Nueva Orleans, donde cursó estudios de periodismo y al poco tiempo de terminar sus estudios tomó un empleo de medio tiempo para solventar los gastos, y lo que comenzó como algo de medio tiempo terminó siendo algo de tiempo completo. Regresó a los 10 años a Colombia, y como era de esperarse, montó su propio negocio de baterías. Aún existe este negocio, no es muy grande ni lujoso, pero sí muy concurrido por aquellos que no pueden costearse una batería de buena marca. Esto no significa que las de este caballero sean de mala calidad, oh no, no, todo lo contrario, pueden ser incluso mejores que las de las grandes compañías, excepto por su manual de instrucciones y su manera de explicar el funcionamiento de estas, pues a pesar de tantos años de estar en el negocio, nunca le interesó por lo menos aprender sobre algún término de electricidad, de cómo es su funcionamiento interno, explicado por lo menos, o eso esperaría yo de alguien que fabrica baterías, con las palabras más sencillas, propias de las personas que saben con certeza sobre lo que hacen.
Una Risa Peculiar
Entablamos una buena amistad, horas de conversa se avecinaban, según veía yo por la cantidad de cosas que me contaba sin yo siquiera preguntarle. Parecía que nos conociéramos hace ya un buen tiempo y no en realidad un par de horas. Tomamos varias tazas de café, hasta que escuché una risa un tanto particular. Miré a mi alrededor disimuladamente, pues como no había nadie de los que frecuentaban el lugar, no quería llegar a ser un maldito metido, un chismoso, aunque mi curiosidad hiciera parecer todo lo contrario.
Miré y vi que era la muchacha escuálida que había visto al entrar. Se reía porque una mariposa, realmente horrenda, se había posado sobre un libro igualmente horrendo en aspecto.