El Deber: El Fundamento de la Moralidad Kantiana

Para responder a la pregunta “¿Qué debo hacer?” o “¿Cómo debo actuar?”, Kant se ve en la necesidad de investigar la naturaleza del deber moral. Parte de un hecho fundamental: la existencia del deber o ley moral. Pero, ¿qué es exactamente? Como hemos mencionado, la razón posee un aspecto práctico: la capacidad de guiar nuestra voluntad al momento de obrar o actuar.

Los principios que guían nuestra voluntad se denominan imperativos morales, que son mandatos del tipo “Debes hacer X”. Estos principios pueden ser externos a la razón (a posteriori, derivados de la experiencia) o pueden ser principios a priori, inherentes a nuestra razón.

La pregunta crucial que Kant plantea respecto a los imperativos morales es la siguiente: ¿qué condiciones debe cumplir un imperativo moral para ser considerado un verdadero deber moral? Para Kant, un imperativo moral debe ser necesario y universal. La necesidad es inherente al concepto mismo de “deber”. Por lo tanto, la única condición adicional es que ese deber (que ya es necesario) sea universal, es decir, que obligue a todos. Si un deber no obliga a todos, no puede ser considerado un deber moral.

La cuestión entonces se convierte en: ¿cómo podemos establecer un deber universal? ¿Es la razón capaz de hacerlo? Kant argumenta que solo la razón pura, es decir, la razón independiente de toda experiencia, puede hacerlo. Por lo tanto, Kant se pregunta si existe algún principio a priori de la razón práctica que determine la voluntad de actuar. Al igual que el conocimiento se fundamenta en las formas a priori del sujeto, la ética de Kant busca el fundamento más en la forma de actuar que en el contenido (materia) de esa actuación.

Esto significa que, en contraste con las éticas materiales, Kant propone una ética formal.

Crítica a las Éticas Materiales

Todas las éticas anteriores a la de Kant son consideradas éticas materiales. En estas éticas, la obligatoriedad de la norma se basa en algún contenido concreto (en alguna materia). Este contenido es algo que se considera como un bien. Sin embargo, lo que se considera como el bien supremo puede variar: para algunos puede ser la felicidad (eudemonismo de Aristóteles), para otros el placer (hedonismo de Epicuro), para otros la perfección (Wolff), y para otros la ley divina (teólogos). Por lo tanto, los imperativos de este tipo de éticas no pueden ser universales (no pueden fundamentar deberes universales).

Las éticas materiales son heterónomas. La heteronomía consiste en recibir la ley moral desde fuera de la propia razón. En estas éticas, lo que determina nuestra voluntad no es nuestra propia razón, sino otras cosas que vienen de fuera (lo que nos dicen otros). En la ética cristiana, por ejemplo, nuestra voluntad está determinada por los diez mandamientos que derivan de la ley de Dios. Para Kant, la moral no debe venir de fuera (de otros), sino que debe ser autónoma, es decir, debe basarse en la autonomía de nuestra propia razón.

Los imperativos de las éticas materiales son siempre hipotéticos o condicionales (solo valen como medios para conseguir ciertos fines). Son imperativos del tipo: “Si quieres lograr X, entonces debes hacer Y”. Por lo tanto, tal imperativo o mandato solo obligaría a aquellos que aceptan la condición de “querer lograr X”, pero no a aquellos que no la aceptan. La ética de Epicuro busca lograr el placer en la vida. Por eso tiene imperativos de este tipo: “(si quieres alcanzar una vida placentera), no bebas excesivamente”.

Sin embargo, alguien podría argumentar: “yo no quiero alcanzar una vida placentera”, por lo que ya no estaría obligado a seguir ese imperativo. Además, los imperativos hipotéticos son siempre empíricos (a posteriori), ya que solo mediante la experiencia se puede determinar cuál es el bien supremo y cuáles son los medios para conseguirlo. Por ejemplo, en la ética hedonista de Epicuro, se establece el placer como bien supremo basándose en la experiencia de que los seres humanos, desde pequeños, intentamos evitar el dolor y buscar el placer: pero esto es una generalización (no una afirmación universal). El problema es que la experiencia nunca puede fundamentar una afirmación universal. Por lo tanto, los imperativos hipotéticos y, por lo tanto, las éticas materiales, no pueden fundamentar ninguna ley moral universal. Una ley o deber moral universal debe proceder de nuestra propia razón (debe encontrarse a priori en nuestra razón).

La Ética Formal de Kant

Kant propone una ética formal, vacía de contenido, que no establece ningún fin concreto que perseguir ni nos dice exactamente lo que tenemos que hacer para conseguirlo, sino que solo establece la forma en la que debemos actuar. Esta ética formal debe ser universal (para obligar a todos), a priori (no basada en la experiencia), autónoma y racional (basada en nuestra propia razón). La ética formal no contiene imperativos “materiales” que digan lo que hay que hacer, es decir, no contiene imperativos hipotéticos. Contiene un único imperativo categórico, que obliga universalmente y no admite discusión. El imperativo categórico solo expresa lo que constituye la “forma” de cualquier imperativo moral: el deber universal. El imperativo es: “Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”.

Se trata de un imperativo categórico porque no está sujeto a condición alguna, es decir, no dice: “Si quieres X tienes que hacer Y” (en ese caso, sería hipotético). Y es formal, ya que no expresa lo que hay que hacer (si lo expresara sería material). Lo único que dice es que para que una norma pueda ser considerada por mí como un deber moral, es preciso que yo pueda querer que se convierta en un deber universal. Es decir, que lo que yo considero un deber para mí deba ser también un deber para todos (universal).

Además, el imperativo categórico no es empírico, sino que lo establece la razón pura al margen de toda experiencia, por lo que es racional y a priori. Como se trata de una ética formal, a la hora de actuar solo debemos tener en cuenta el imperativo categórico: obraremos de tal modo que podamos querer que todos los demás hagan lo mismo, sin tener en cuenta las consecuencias de nuestros actos, es decir, independientemente de las circunstancias. El imperativo categórico constituye la verdadera ley moral, el verdadero deber moral: debemos actuar siempre por deber (no por conseguir X recompensa o por evitar X efectos). Debemos actuar por respeto a esa ley moral que reside en nuestra razón (es una ley que nos damos a nosotros mismos y debemos respetarla).

Por ejemplo, si en alguna situación tenemos dudas de si debemos mentir o decir la verdad, Kant nos instaría a pensar por nosotros mismos si estaríamos dispuestos a querer que “mentir” se convirtiera en una ley universal (es decir, si estaríamos de acuerdo con que todo el mundo hiciera lo mismo). Otro ejemplo: si en una ocasión dudamos si debemos robar o no, deberíamos pensar si estaríamos dispuestos a admitir que “robar” se convirtiera en una ley universal (y que todo el mundo lo hiciera).

En definitiva, ese mismo razonamiento tendríamos que aplicarlo a todo lo que hacemos, de modo que si seguimos el imperativo categórico estaríamos siendo autónomos en nuestra conducta moral, estaríamos guiando nuestra voluntad por nuestra razón. El imperativo categórico implica que nuestras acciones sean fines en sí mismas (obramos por el puro respeto a la ley moral, al deber) y no medios para un fin (no debemos seguir imperativos hipotéticos, según los cuales nuestras acciones serían solo meros medios para conseguir otros fines). De ahí que otra formulación del imperativo categórico sea la siguiente: “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio”. Mediante esta formulación del imperativo categórico, Kant está poniendo de manifiesto la importancia de la dignidad humana, algo que pertenece a toda la humanidad y que es obligatorio respetar. Así, debemos tratar a todas las personas como fines en sí mismos y no como medios para conseguir otros fines.

Dado que el imperativo categórico (la ley moral) es algo que está en cada uno de nosotros (en nuestra razón, que es universal, igual en todos los humanos), cada uno de nosotros es legislador y mediante esa ley moral debemos legislar y actuar siempre teniendo en cuenta a toda la humanidad (como un fin en sí mismo). Cada uno de nosotros, al seguir el imperativo categórico, estaríamos considerando a nuestra propia voluntad como legisladora universal. De ahí otra posible formulación de la ley moral: “Obra de tal modo que la voluntad pueda considerarse a sí misma, mediante su máxima, como legisladora universal”. Esta fórmula expresa la autonomía de la voluntad.

En el ámbito moral soy yo (mi voluntad) quien decide qué máxima moral debo seguir (usando como procedimiento el imperativo categórico). Las morales materiales, en cambio, son heterónomas: nos dicen exactamente lo que debemos hacer.

Los Postulados de la Razón Práctica

Actuar moralmente es actuar “por respeto” a la ley, someterse al deber “por el deber”. ¿Quiere esto decir que la búsqueda de la felicidad queda excluida? Para Kant sí, queda excluida como motivo determinante de la acción moral, pero no como “premio” de nuestra acción. Es decir, la felicidad no debe ser la finalidad de nuestros actos, pero sí es su consecuencia. Como dice Kant: “La moral no es propiamente la doctrina de cómo hacernos felices, sino de cómo debemos hacernos dignos de la felicidad”. No debemos actuar para ser felices de hecho, sino para ser dignos de la felicidad, es decir, para merecer la felicidad.

Pero ¿tiene esto sentido suponiendo que en realidad no seamos libres, que no tengamos un alma inmortal, y que Dios no exista? Precisamente, para dar sentido al seguimiento de la ley moral en nuestras acciones, Kant dice que tenemos que presuponer o postular la existencia de esas tres cosas: la libertad, el alma y Dios.

En la Crítica de la razón pura, Kant llegó a la conclusión de que no podemos tener un conocimiento científico de las sustancias metafísicas como el Alma o Dios. Kant no negaba que dichas cosas fueran realidades nouménicas, lo que negaba era que fueran fenómenos, es decir, que nosotros las pudiéramos conocer. Kant decía también que aunque la metafísica no es posible como ciencia, es inevitable como tendencia (es inevitable preguntarnos por la existencia de esas cosas).

De hecho, el ámbito propio para preguntarnos por la existencia del alma o de Dios no es el ámbito del conocimiento teórico o científico, sino el ámbito de la razón práctica (ámbito de la moral). La libertad, la inmortalidad del alma y Dios son los tres postulados de la razón práctica: son exigidos como condición de la moralidad.

  1. La libertad: Solo suponiendo la existencia de la libertad, que somos libres, podemos hablar de obrar por deber, es decir, solo si somos libres podemos ser responsables de las acciones realizadas por nosotros mismos (si fuéramos máquinas programadas y nuestro comportamiento estuviera determinado de antemano, no tendría sentido hablar de normas morales o deberes morales, ya que no podríamos elegir obedecerlas o no).
  2. La inmortalidad del alma: La ética kantiana nos anima a actuar siempre por deber, siguiendo el imperativo categórico, aunque esto vaya a veces en contra de nuestros propios intereses. Sin embargo, obrar siempre por deber es difícil y si creemos que es posible es porque suponemos que nuestra vida no termina con la muerte, sino que nuestra alma es inmortal y existe otra vida en la que es posible alcanzar esa perfección moral (virtud).
  3. La existencia de Dios: La consecución de nuestra perfección moral nos hace dignos de la felicidad pero ¿podremos disfrutarla por fin aunque sea en la otra vida? Kant cree que tenemos que suponer la existencia de un ser en el que coinciden esa perfección moral y esa felicidad, ya que solo él puede ser la garantía de que a nuestra perfección moral o virtud le corresponda finalmente la felicidad. De esta cuestión trata precisamente la religión (que responde a la tercera pregunta: “¿qué me cabe esperar?”).

Resumiendo: 1º. Solo podemos cumplir el deber si somos libres. 2º. Solo podemos alcanzar la perfección moral si somos inmortales. 3º. Solo podemos alcanzar el sumo bien (la felicidad) si Dios existe. Los postulados de la razón práctica no son dogmas, sino exigencias de la razón práctica: de ellos no puede hablar la ciencia pero sí la ética. No podemos conocer la libertad, el alma o a Dios, lo único que podemos hacer es creer en ellos, pero creer con una fe racional, es decir, creer con algún fundamento racional. Creer no es decir “yo sé”, es solamente decir “yo quiero”. No podemos decir “yo sé que existe Dios”, sino solamente “yo quiero que exista Dios”. Sobre estas cuestiones solo es posible la fe o creencia (basada en la razón). Kant afirma así, nuevamente, la autonomía de la razón humana (ideal supremo de la Ilustración), frente a toda autoridad que pretenda imponer lo que se debe pensar y creer.