Naturaleza vs. Crianza: Debate sobre Innatismo y Ambientalismo
Innatismo versus Ambientalismo
El término «innato» significa «desde el nacimiento», por lo que se da a entender que, cuando nacemos, ya llevamos «de serie» definido no solo cuál va a ser el color de nuestra piel, cuánto llegaremos a medir cuando seamos adultos, o el grupo sanguíneo.
Según los innatistas, la herencia genética define los márgenes de desarrollo potencial de cada capacidad. Es decir, en nuestros genes vendría definida la altura que tendremos de adultos, pero no con exactitud, sino entre un mínimo y un máximo.
En contraste con el enfoque innatista, hallamos a los ambientalistas.
Apenas venimos equipados con un pequeño repertorio de actos reflejos y unas pocas respuestas instintivas, el resto será fruto del aprendizaje. Así pues, serán las experiencias que vayamos viviendo en el entorno de la familia, la escuela y la sociedad en general, las que irán haciendo de cada uno de nosotros el tipo de persona que es. Por tanto, desde esta óptica, se minimiza la importancia de los rasgos heredados y se pone el acento en cómo ha influido en cada uno la educación y la socialización.
Lo más común es encontrar científicos y filósofos que optan en este debate por sostener posiciones intermedias, pues entienden que ambos elementos, genética y aprendizaje, juegan un papel decisivo en aquello que somos, de modo que prescinden de subrayar con un énfasis especial a cualquiera de los dos. Además, de este modo eluden lo que podrían entenderse como consecuencias incómodas tanto del innatismo como del ambientalismo.
La responsabilidad de mis acciones correspondería siempre a los factores ambientales, que me han convertido en el tipo de persona que soy.
Así, por ejemplo, un estafador podría justificarse desde el innatismo, apelando a que han sido sus genes los que lo han llevado a cometer el delito, o, desde el ambientalismo, referirse a que si ha actuado así es porque no le educaron bien de pequeño.
Tensión entre Naturaleza y Cultura
Al hablar del binomio naturaleza y cultura, uno de los puntos que generan más discusión es la cuestión de cómo cabe interpretar la relación entre ambas.
Freud destaca que los seres humanos nacemos con una pulsión o impulso innato hacia la competitividad y la violencia, a la que llamamos Thanatos o pulsión de muerte.
Las personas tenemos que reprimir parcialmente la satisfacción de los deseos que se derivan de ambas pulsiones para poder vivir en sociedad.
Quien se encarga de poner ese freno es la cultura, que nos enseña a reprimirnos.
Algunos autores apuntan hacia una bondad natural del ser humano que, sin embargo, se va viendo dañada a medida que vamos creciendo y vamos descubriendo cómo funciona la sociedad, la injusticia que reina en ella por su reparto tan desigual de la riqueza, la diferencia de oportunidades, etc. El ilustrado Jean-Jacques Rousseau lamentaba cómo la cultura había convertido al ser humano en alguien peor, moralmente hablando, al fomentar la constante tendencia a la competitividad de unos con otros.
Según este planteamiento, bien pronto aprendemos que para ser competentes socialmente hemos de desarrollar determinadas «habilidades» como la hipocresía o la mentira. Así, como uno se habría dado cuenta de que el que va con la verdad por delante y se muestra transparente en sus intenciones suele salir mal parado, el resultado de la socialización sería inevitablemente el de aprender el juego social.
Agresividad, Genética y Altruismo
El fundador de la etología (que estudia el comportamiento animal), Konrad Lorenz, se posicionó en la línea freudiana al destacar la existencia de un instinto agresivo.
Sobre la agresividad, Lorenz señala que esta no tiene solo un carácter reactivo, es decir, no se pone en marcha solo para defenderse, sino que en ocasiones dicho instinto se activa espontáneamente a causa del deseo de demostrar la propia fuerza y de establecer jerarquías.
Lorenz ve algunas bondades en el instinto agresivo desde el punto de vista de la conservación de la especie, incluso en los humanos.
Uno de los discípulos de Konrad Lorenz, el fundador de la etología humana, Irenäus Eibl-Eibesfeldt, en oposición a las tesis de su maestro, defendió, en mayor sintonía con las posiciones rousseaunianas, en 1970 en su obra Amor y Odio que no era tan evidente que hubiera una agresividad natural innata en el ser humano y afirmó que las causas de las acciones violentas había que buscarlas fundamentalmente en la desigualdad en la distribución de los bienes y en las leyes que protegen un régimen injusto.
Por otro lado, nos encontramos con los estudios de la sociobiología, disciplina que fue inaugurada por Edward Osborne Wilson.
Destacaron por apuntar la noción de «altruismo genético», que da a entender que cuando alguien actúa generosamente, lo hace en virtud de que sus genes le llevan a actuar así porque advierten que eso es lo más conveniente para ellos.
El enfoque de la sociobiología recibió rápidamente numerosas críticas por parte de otros científicos, como Stephen Jay Gould o Richard Lewontin.