El Imperio Romano y los Orígenes del Cristianismo

En los albores del cristianismo, Roma era la gran potencia política y militar en la cuenca del Mediterráneo. En esa época gobernaba el emperador Augusto y reinaba la paz en todo el imperio, que estaba dividido en provincias. En general, Roma respetaba las costumbres locales con tal de que no pusieran en peligro su autoridad. Roma unificaba su imperio por medio de la lengua y de una importante red de caminos. De Hispania (España) a Mesopotamia (Iraq), las personas, mercancías e ideas religiosas y filosóficas circulaban con facilidad de una a otra punta del imperio.

Saulo de Tarso: Un Judío Romano

Tarso, aunque es una ciudad alejada de Jerusalén, tenía una importante colonia judía. En una de esas familias nació Saulo, luego llamado Pablo. Su padre, posiblemente rabino, tenía buena posición y recursos económicos. Por eso, Pablo tenía educación y era ciudadano romano con todos los derechos. No es extraño que en ese ambiente se convirtiera en un judío convencido y militante.

El Encuentro con Jesús

Saulo se enfrentaba a los seguidores de Jesús, que lo proclamaban como el Mesías esperado por los judíos. Incluso, participa y aprueba el apedreamiento de Esteban, el primer mártir cristiano. El libro de los Hechos narra que un día, camino hacia Damasco, tiene una profunda experiencia de encuentro con Jesús y se convierte. Esta vivencia lo marca definitivamente. Saulo comprende que la salvación no consiste en cumplir fielmente la ley, sino en acoger el amor de Jesucristo y vivir desde él. Desde entonces su vida, como dice en una de sus cartas, es Cristo e implica vivir esa relación.

Pablo: Figura Clave del Primer Cristianismo

Pablo, el nuevo Saulo, es uno de los personajes más importantes del cristianismo. Llevó la predicación del Evangelio fuera de Palestina, hacia las tierras de Asia Menor, Grecia e, incluso, Roma. El libro de los Hechos de los Apóstoles y sus numerosas cartas dan cuenta de su vida de apóstol misionero e itinerante: Antioquía, Chipre, Atenas, Corinto, etcétera, hasta terminar en Roma, donde murió mártir hacia el año 64.

La Pasión por Cristo

La vocación en el camino de Damasco llevó a Pablo a hacer de Cristo el centro de su vida, dejando todo por él y empeñándose en anunciarlo a todos, especialmente a los paganos. La pasión por Cristo lo llevó a predicar el Evangelio no solo con la palabra, sino con la misma vida, cada vez más conforme a su Señor.

Las Cartas de Pablo

Pablo acostumbraba a escribir cartas a sus comunidades. El Nuevo Testamento recoge catorce de esas cartas. Por medio de ellas, Pablo no pretendía hacer tratados completos sobre la fe. La mayoría de las veces responde a situaciones o a preguntas concretas que hacían los primeros cristianos. Es muy difícil resumir sus enseñanzas. Todo su mensaje está centrado en el Misterio Pascual y en la muerte y resurrección de Cristo y en su presencia en la Iglesia.

El Mandato de Jesús y la Expansión del Cristianismo

Aunque Jesús era judío, su vida y su mensaje no estaban destinados solo al pueblo judío. A lo largo de su actividad dejó bien claro que su mensaje era también para los “gentiles” y así se lo dijo a sus discípulos antes de su ascensión. Dios quiere reunir a todas las naciones en torno a Cristo resucitado. Pablo comprendió muy bien este mensaje y abrió el cristianismo a la cultura griega y romana de su tiempo. El cristianismo salió de Palestina hacia todo el Imperio con grandes dificultades.

Una Historia Ambivalente: Cristianismo y Cultura

La Iglesia siempre ha tenido presente que su mensaje está dirigido a todos los pueblos y busca inculturizarlo, tratando de entender el modo de ser de cada cultura. Como el cristianismo arraigó en Europa, en muchas ocasiones aceptar el cristianismo significaba el riesgo de aceptar las costumbres culturales europeas, es decir, europeizarse, perdiendo el aporte de lo que cada cultura lleva en sí misma. A partir del Concilio Vaticano II, especialmente, la Iglesia ha asumido que el cristianismo nació en una cultura, pero no está ligado a ninguna en especial y que en todas las culturas del mundo existen realidades capaces de sintonizar con la Buena Nueva del Evangelio. La fe también potencia los elementos positivos de cada cultura y hace evolucionar desde dentro lo más contrario hacia los valores evangélicos.

España, Portugal y la Expansión Misionera del Siglo XVI

A partir de 1492, Portugal y España iniciaron una fiebre de empresas colonizadoras en América, África y Asia. Junto a los colonizadores viajaban también misioneros impulsados por el afán de anunciar a Cristo y convertir a la religión cristiana a todos los habitantes de esas tierras. La labor evangelizadora de la Iglesia en esos años no estuvo exenta de dificultades y algunos desencuentros con las culturas americanas. Pronto surgieron entre los misioneros auténticos defensores de los derechos y de la cultura de los indígenas, como Fray Bartolomé de las Casas o Santo Toribio de Mogrovejo. También se ensayaron formas de evangelización mucho más respetuosas con los derechos de los indígenas, como las Reducciones y Doctrinas de jesuitas y franciscanos. Como resultado de esta gran expansión misionera, en la actualidad, la presencia de la Iglesia Católica es muy significativa en toda América Latina y el Caribe, y el cristianismo es parte integrante de la cultura de cada uno de sus pueblos.