Deseoso ya de observar en su interior y en sus contornos la divina floresta, espesa y viva, que amortiguaba la luz del nuevo día, dejé sin esperar más el borde del monte y marché lentamente a través del campo, cuyo suelo por todas partes despedía gratos aromas. Un aura blanda e invariable me acariciaba la frente con no mayor fuerza que la de un viento suave; a su impulso, todas las verdes frondas se inclinaban trémulas hacia el lado al que proyecta su primera sombra el sagrado monte; pero (más…)